Es una mañana gris, y ya voy tarde. Lo sé desde que abrí los ojos y vi el reloj en la mesita de noche. No me dio tiempo ni de tomar un café. Mientras intento salir de casa a toda prisa, siento cómo mi corazón late con fuerza en el pecho. Theo en mis brazos está medio dormido, su respiración es suave, pero sé que si no me apuro, en cualquier momento comenzará a llorar.
Tengo el bolso colgando del hombro, pero no estoy segura de que todo lo que necesito esté ahí dentro. Las llaves, la botella de leche, mi teléfono... parece que llevo todo al borde del desastre. Con una mano libre intento cerrar la puerta del apartamento, pero el cochecito se tambalea y casi se me cae.
Dios, qué día.
Aún no he salido y ya siento el caos.
Al salir a la calle me doy cuenta de que no he arreglado bien mi cabello. No importa, no hay tiempo para eso ahora. Salgo del edificio empujando la puerta con el pie y lo primero que siento es el frío húmedo de la mañana. Fantástico, está empezando a llover.
Cómo no...
El cochecito se atasca en la grieta de la acera, y casi se me sale el corazón cuando tengo que soltar al bebé por un segundo para liberarlo. Lo escucho moverse en la manta, inquieto, y murmuro un "perdón, mi amor", mientras lo vuelvo a acomodar.
Miro el reloj otra vez. No llego. Ya debería estar camino al trabajo, pero aquí estoy, luchando contra el tiempo, la lluvia, y mis propios nervios. Siento una mezcla de culpa y desesperación apoderarse de mí, pero no puedo detenerme ahora.
Estoy nerviosa. No, más que nerviosa. Mi estómago es un nudo desde que abrí los ojos esta mañana, recordando lo que pasó anoche. La fiesta de la empresa, las luces tenues, un poco más de champán del que debería haber tomado... y luego él.
Mi jefe.
Maxwell.
Nos besamos.
No fue un beso cualquiera. Fue el tipo de beso que lo cambia todo, que complica lo que antes parecía claro.
Me había dicho a mi misma que no le daría vueltas a lo que pasó, pero no puedo evitar que mi mente vuelva una y otra vez a ese momento. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Cómo voy a mirarlo hoy sin sentir que todos saben lo que ocurrió? Me siento torpe, fuera de lugar, como si toda la situación fuera irreal, pero demasiado real al mismo tiempo.
Y luego está Theo. Dejé a mi hijo con Jake. En ese momento parecía una buena idea, necesitaba alguien de confianza que pudiese cuidarlo, ya que Madison estaría ocupada con exámenes finales y no quería distraerla. Es amable, pero no tiene idea de lo que es cuidar a un niño pequeño. Solo espero que Theo se comporte bien y que no sea demasiado difícil para Jake.
Ni siquiera sé qué quiero que pase ahora. ¿Qué quiero yo de todo esto? El beso fue un impulso, algo que ni siquiera vi venir, pero ahora tengo que lidiar con las consecuencias. Lo veo cada día, nos cruzamos en las reuniones, hablamos de proyectos... y ahora, este beso lo pone todo patas arriba.
Suelto un suspiro largo. El semáforo cambia y me obligo a concentrarme en el camino. Sigo conduciendo, pero el nudo en mi estómago no desaparece. Aún está ahí, firme, recordándome que hoy no va a ser un día cualquiera.
Ingreso al estacionamiento de la empresa, sintiendo cómo los nervios me pesan en los hombros. Aparco, pero no apago el motor de inmediato. Me miro en el retrovisor y trato de recomponerme. Sonríe. Relájate. Todo estará bien. Me repito esas palabras en mi cabeza, aunque no estoy segura de que me las crea del todo.
Hoy va a ser un día largo y complicado
Bajo del auto y, al cerrar la puerta, siento el aire fresco de la mañana, pero no logra calmarme. Me ajusto el bolso en el hombro y saludo al guardia de seguridad, sonriendo levemente. -Buenos días-, murmuro, aunque la sonrisa no llega a mis ojos. Él me responde con un gesto amable, sin notar el torbellino que llevo por dentro. Mis manos sudan, y no puedo evitar frotarlas contra los costados de mi pantalón, intentando deshacerme de esa incomodidad pegajosa.
Camino hacia el edificio, cada paso retumbando en mis oídos. El ruido de mis tacones sobre el suelo pulido parece más fuerte de lo normal, como si el eco aumentara mi nerviosismo. El lobby está relativamente vacío, lo cual agradezco. Respiro hondo antes de dirigirme al ascensor.
Presiono el botón y espero, viendo cómo las puertas de acero inoxidable reflejan mi imagen distorsionada. Mis pensamientos vuelven a él, a ese momento en la fiesta, al beso que lo cambió todo. ¿Qué va a pasar cuando lo vea hoy? ¿Cómo debería comportarme? ¿Como si nada hubiera sucedido, como si anoche no existiera?
Las puertas del ascensor se abren, y entro sola. Ojalá el día pudiera seguir así, sin nadie alrededor, sin preguntas incómodas, sin miradas que pudieran leer lo que estoy sintiendo. Mientras subo, siento que el nudo en mi estómago se aprieta más. Me apoyo en la pared del ascensor, mirando el número de los pisos cambiar, pero es como si todo pasara en cámara lenta. ¿Qué voy a hacer?
Cuando llegue arriba, lo veré. ¿Debería mirarlo? ¿Sonreír como si nada hubiera pasado? ¿Y si él actúa como si todo fuera normal? Dios, qué vergüenza. Pienso en el beso, en cómo todo fue espontáneo, demasiado intenso para haber sido solo un error pasajero, pero también demasiado complicado para ser algo más.
El ascensor sigue subiendo, pero siento que el aire en este pequeño espacio se va volviendo más denso, como si cada piso me acercara un poco más al abismo de lo que pasó anoche. Lo más aterrador no es que él pueda arrepentirse, sino que quizás, en el fondo, yo no lo hago.
Las puertas finalmente se abren con un suave ding, y sé que no hay vuelta atrás. Aquí vamos.
Salgo del ascensor con pasos vacilantes, mi cuerpo en piloto automático mientras mi mente sigue corriendo en círculos. El bullicio de la oficina me envuelve de inmediato: teléfonos sonando, teclados golpeados a toda velocidad, conversaciones murmuradas entre colegas. Pero todo se siente lejano, como si estuviera caminando bajo el agua.
Intento mantener la cabeza alta, aunque siento que cada mirada podría delatarme. Me esfuerzo por no buscarlo con los ojos, pero el impulso es fuerte. ¿Dónde estará? Mi estómago se retuerce ante la posibilidad de cruzármelo en cualquier momento.
Paso junto a mis compañeros, intercambiando un par de saludos automáticos. Todos parecen sumergidos en sus propios asuntos, ajenos a la tormenta interna que estoy viviendo. Me dirijo a mi escritorio, sintiendo las piernas más pesadas con cada paso. Mi oficina, al menos, es un pequeño refugio. Puedo respirar allí. O al menos intentarlo.
Dejo mi bolso sobre la silla y me siento, mirando la pantalla de mi computadora sin realmente verla. El nudo en mi estómago sigue ahí, firme, recordándome que, tarde o temprano, tendré que enfrentarlo. No sé cómo va a actuar cuando lo vea. ¿Me mirará de manera diferente? ¿Ignorará lo que pasó? El teclado me mira, esperando que me ponga a trabajar, pero mi mente no está aquí.
Escucho unos pasos que se acercan. Mi corazón se acelera de nuevo. ¿Será él?
Mi cuerpo se tensa de inmediato. Quiero girarme, pero al mismo tiempo no quiero hacerlo. ¿Qué haré si es él? ¿Qué diré? Los pasos se hacen más cercanos y todo mi cuerpo parece congelarse.
Respiro hondo, tratando de calmarme. Me esfuerzo por parecer ocupada, inclinándome sobre la pantalla de mi computadora, aunque las palabras no tienen sentido. Escucho el sonido de los pasos detenerse cerca, y siento una mezcla de anticipación y miedo.
-Buenos días, Lía -dice una voz familiar.
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Nos leemos en el siguiente Capitulo mis queridísimos lectores
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Alguien Como Tú
عاطفيةPara Lía Lowell nunca fue fácil creer en el amor, pues el ver las malas experiencias de su madre y vivir una experiencia traumática sirvió para ser un claro ejemplo de que el amor no está hecho para todos y que a veces debes dar todo de ti para lleg...