Capítulo 8| ¿Realmento puedo darme esa oportunidad?

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No es él. Siento una oleada de alivio, pero también una pequeña punzada de decepción que no esperaba. Es Marta, una de mis compañeras de equipo, y su voz es relajada, despreocupada, como si el mundo fuera completamente normal para todos, excepto para mí. Miro hacia arriba y le sonrío, tratando de aparentar normalidad.

—Buenos días —respondo con un intento de entusiasmo que no logro sentir del todo.

—¿Estás bien? —pregunta, su ceja levantándose un poco, como si notara que algo anda mal. Me esfuerzo por mantener la calma.

—Sí, solo un poco cansada —miento, aunque hay algo de verdad en ello. No dormí bien pensando en todo lo que pasó.

Marta asiente y se aleja, dejándome sola nuevamente. Pero el alivio dura poco, porque sé que en cualquier momento él aparecerá. Y no estaré preparada.

El día apenas ha comenzado, y siento que ya estoy al borde de desmoronarme. Respiro hondo, tratando de contener la sensación de que todo se derrumba a mi alrededor. Aún no lo he visto, pero la expectativa me consume, como si el momento de cruzarnos fuera inevitable y cada segundo se sintiera como una cuenta atrás.

El teléfono en mi escritorio vibra de repente, sacándome de mis pensamientos. Salto un poco en mi silla y lo tomo con manos temblorosas. Es un mensaje de Jake.

Theo está bien, no te preocupes. Hemos salido a dar un paseo.

Cierro los ojos por un segundo, sintiendo una pequeña ola de alivio. Al menos Theo está bien, ajeno a todo este lío. Redacto una respuesta rápida, no puedo evitar notar como mis manos tiemblan mientras le respondo.

Gracias por cuidar de él, con cuidado, cualquier cosa mantenme al tanto.

Bloqueo nuevamente mi teléfono. Me obligo a concentrarme. Abro el correo electrónico, reviso los mensajes pendientes, trato de enfocarme en la rutina del trabajo, pero la ansiedad sigue burbujeando bajo la superficie. De repente, escucho el sonido inconfundible de su voz en el pasillo. Mi corazón se detiene por un segundo.

Está aquí.

Lo sé sin siquiera girarme. Puedo sentir su presencia, puedo imaginarlo caminando con su calma habitual, como si todo en su vida estuviera perfectamente ordenado.

¿Cómo hace eso? ¿Cómo puede seguir como si nada?

Los pasos se acercan, y cada músculo de mi cuerpo se tensa. No sé si quiero que me vea o si prefiero seguir escondida detrás de mi monitor. Mi respiración se vuelve más rápida, mis manos sudan otra vez.

Entonces, lo escucho. Mi nombre. Su voz, pronunciándolo suavemente desde detrás de mí.

Me giro lentamente, enfrentando el momento que he temido desde que entré a la oficina. Allí está, con una expresión que no logro descifrar del todo. ¿Y ahora qué?

Maxwell se acerca y, aunque su voz suena como siempre —firme y tranquila—, algo ha cambiado entre nosotros. Lo noto de inmediato en la forma en que me mira, como si estuviera midiendo cada gesto, cada palabra, tratando de encontrar el equilibrio en medio de este nuevo e incómodo terreno que compartimos.

—Hola, Lia —dice, su tono educado pero ligeramente distante, como si intentara mantener las cosas profesionales, aunque ambos sabemos que la línea entre lo personal y lo laboral se desdibujó anoche.

—Hola, Maxwell —respondo, tratando de sonar casual, pero mi propia voz me traiciona, revelando un nerviosismo que no puedo esconder del todo. Me obligo a mirarlo a los ojos, aunque el simple hecho de hacerlo me revuelve el estómago con una mezcla de emociones. Sus ojos, que anoche me parecieron tan cercanos y cálidos, ahora me parecen más cautelosos, como si estuviera evaluando cómo proceder.

Alguien Como TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora