Un pequeño pueblo enclavado entre montañas y densos bosques, vivía atrapado entre el pasado y el temor del presente. En sus calles resonaban los ecos de la vida cotidiana, pero, en los últimos meses, un manto de terror había descendido sobre sus habitantes. Las desapariciones y asesinatos nocturnos se habían vuelto una pesadilla constante. Los rostros antes familiares se esfumaban sin dejar rastro, y el miedo se instalaba en cada rincón del pueblo.
El toque de queda impuesto por la policía no había sido suficiente. Cada noche, el pueblo se sumía en un silencio aterrador. Y aún así, como si fuera un mal augurio, las desapariciones continuaban. Era como si el bosque tuviera hambre, y el pueblo apenas podía resistirse.
—Otra desaparición... —murmuró un hombre, dejando caer el periódico sobre la mesa del café.
La mujer, que estaba sirviendo café, apenas hizo una mueca al escuchar el comentario. Sin decir palabra, vertió más café en su taza, sus movimientos mecánicos y precisos.
—Este pueblo se ha convertido en un maldito pueblo fantasma —continuó el hombre, su voz baja pero cargada de amargura—Y no sólo por los que desaparecen... —dijo, levantando la mirada para recorrer el café vacío— Ya nadie sale de sus casas.
—La gente tiene miedo, Robert -dijo una anciana desde una mesa cercan— Solo espero que puedan encontrarlos...
—Ya no hay esperanza...— hablo un anciano que estaba en la mesa del fondo —... ni siquiera para los desaparecidos.
El rostro de la mujer se apagó al escucharlo mientras acariciaba el collar que le había regalado su hija.
Una joven despertó de golpe, el frío penetrando sus huesos como un veneno lento. Parpadeó, intentando enfocar su vista mientras el dolor de su cuerpo la mantenía aturdida. Estaban en una celda oscura, fría como el hielo, con solo el eco de su respiracion llenando el espacio. La oscuridad era casi completa, excepto por un parpadeo de luz en lo alto, que apenas revelaba las paredes grises y húmedas que la rodeaban.
—Ethan... —su voz fue un susurro quebrado, casi inaudible en medio del eco de sus propios jadeos.
Giró la cabeza con esfuerzo, buscando a su mejor amigo. A través de las sombras, lo distinguió: estaba atado a una estructura metálica, fuera de su celda, inmóvil, pero su pecho subía y bajaba lentamente, lo que significaba que seguía vivo.
—¡Ethan! —repitió esta vez con más fuerza, luchando por levantarse. Sus manos temblorosas se aferraron a los barrotes de la celda—
La desesperación apretó su garganta cuando no obtuvo respuesta inmediata— ¡Por favor, despierta!
Finalmente, Ethan dejó escapar un gemido y sus ojos comenzaron a abrirse, parpadeando contra la luz que caía sobre él.
—Veronika...—su voz era un susurro apagado, cargado de dolor y agotamiento.
—Estoy aquí —le aseguró, tratando de mantener la calma a pesar de que su corazón golpeaba furiosamente contra su pecho—
Un sonido metálico provocó que Veronika se pusiera en alerta. La puerta de la celda, hasta entonces oculta en las sombras, se abrió con un chirrido ensordecedor. Un hombre alto, apareció, seguida por dos hombres vestidos con batas blancas. En sus manos sostenían extraños instrumentos metálicos.
—¡No! —gritó Veronika con desesperación— ¡Aléjense de él!
Uno de los hombres de bata blanca se acercó a Ethan, comenzando a examinarlo con frialdad. Veronika, en un intento desesperado, se aferró con más fuerza a los barrotes.
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𝑬𝑳 𝑫𝑬𝑺𝑷𝑬𝑹𝑻𝑨𝑹 𝑫𝑬 𝑳𝑨 𝑺𝑨𝑵𝑮𝑹𝑬
FantasyNo era coincidencia que la hubieran capturado, aislado y sometido a torturas inimaginables, para convertirla en un monstruo, y que estuviera destinada a convertirse en uno.