Los oscuros pasillos del lugar parecían infinitos, y el peso de su hermano, cada vez más débil, hacía que cada paso fuera una tortura. La respiración de Ethan era un eco agónico que perforaba el silencio, su cuerpo tambaleándose con el andar. La salida aún no aparecía, y el tiempo parecía burlarse de ellos.
—Aguanta, por favor, aguanta un poco más —susurraba ella con voz rota, casi como una súplica.
El destino no estaba de su lado. Un grupo de hombres apareció de la nada, rodeándolos. Veronika intentó retroceder, pero era inútil. Dos de ellos la inmovilizaron con brutalidad, forzándola a caer al suelo. A su lado, Ethan, ya incapaz de sostenerse, cayó pesadamente.
Uno de los hombres se adelantó, con el rostro frío y la mirada calculadora. Observó el cuerpo agonizante de Ethan con una especie de compasión distante, como si ya hubiese decidido el desenlace.
El hombre alzó el arma lentamente, apuntando a la cabeza de Ethan, quien apenas respiraba, perdido en un estado de dolor insoportable.
—¡No! —gritó Veronika, intentando liberarse del agarre de los guardias—¡Por favor, no! ¡No lo hagas!
—No hay esperanza para él, esta sufriendo—dijo, su voz cortante—
—Por favor...—suplicó Veronika, las lágrimas desbordándose—No... Ethan... ¡por favor, no!
El sonido metálico del gatillo al ser presionado cortó el aire, seguido por el estruendo del disparo. El cuerpo de Ethan se sacudió brevemente antes de quedarse completamente inmóvil.
Veronika gritó con una desesperación que parecía no tener fin. Era un grito desgarrador lleno de un dolor que superaba cualquier cosa que hubiese conocido. Las lágrimas corrían incontrolablemente por su rostro mientras el mundo a su alrededor se desmoronaba. Se desplomó en el suelo, hundida en su propio sufrimiento.
Algo se rompió dentro de ella. Algo en su interior se fracturó, más profundo que cualquier herida física y algo oscuro y terrible comenzó a tomar forma. Sus ojos, antes llenos de miedo y desesperación, se endurecieron, convirtiéndose en dos abismos insondables, fríos y vacíos.
Se levantó lentamente, con los puños apretados, sus ojos fijos en los hombres que la habían arrastrado a ese infierno, una ira fría, implacable, que no podía ser contenida se instaló en cada parte de su cuerpo. Sentía que todo lo que era humano en ella desaparecía, dejando solo una determinación feroz.Las sombras proyectadas por la escasa luz en la habitación parecían cobrar vida, retorciéndose y alargándose sobre las paredes como si fueran extensiones de su propia ira, envolviendo la sala en un manto de oscuridad. El temor se infiltró en ellos, sus respiraciones se hicieron erráticas, y en sus ojos se reflejaba la certeza de que ya no estaban enfrentando a una mujer, sino a algo oscurp y peligroso, una entidad alimentada por la desesperación, la rabia y el odio puro.
Cuerpos sin vida, sangre derramada y disparos resonaban en aquel lugar, acompañados de gritos de agonía que atravesaban por los pasillos. Entre todo aquel caos, una voz se alzaba por encima del resto: los gritos de furia de Veronika.
Su mirada estaba oscurecida por la ira, ya no era ella misma, sino una fuerza imparable. Su cuerpo, cubierto de heridas, no flaqueaba. Cada golpe que recibía parecía encender aún más las llamas de su furia. Con cada enemigo que abatía, su respiración se volvía más pesada, sus movimientos más salvajes.
No le importaba el dolor que le causaban las heridas que se multiplicaban en su piel, no sentía el filo de las armas que la alcanzaban. Cada vez que caía un oponente, ella ya estaba enfrentándose al siguiente, imparable. Luchaba con una furia que no reconocía límites, una mezcla de dolor, rabia y desesperación que la consumía por completo, pero también le daba una fuerza inhumana.
Sus gritos eran desgarradores, como si de ellos naciera la fuerza que la mantenía en pie. Cada vez que un enemigo lograba herirla, respondía con más violencia, más rapidez, como si el dolor no fuera más que un recordatorio de que aún seguía viva, de que aún tenía fuerza para destruirlos. Con el latido ensordecedor de su corazón, un tambor incesante que marcaba el ritmo de su furia.
Habían matado a lo que más amaba.
Y en su mente solo había un objetivo: matarlos a todos cruelmente.
¿Era lo que querían?
¿Convertirla en un monstruo implacable?
Si era así, lo habían conseguido.
Su pecho subía y bajaba con dificultad, como si el aire se negara a entrar en sus pulmones. Cada respiración era un esfuerzo, una batalla que sabía que pronto perdería. Su cuerpo temblaba, cubierto de sangre, esa que ella misma había derramado en un impulso de venganza.
Con un gemido ahogado, su espalda chocó contra la pared fría y, poco a poco, se dejó caer hasta el suelo, donde sus rodillas tocaron el suelo, y su mirada, perdida, se alzaba hacia el vacío. Sentía cómo la vida se le escapaba, y sin embargo, no tenía miedo.
El dolor más profundo, el que la consumía por dentro, no provenía de sus heridas. No. Sino de la pérdida de su hermano. Él ya no estaba y no quería vivir, no podía vivir sin él, ese pensamiento le resultaba un dolor desgarrador, un dolor que aplastaba su pecho hasta robarle el aliento.
Una última lágrima recorriendo su rostro, y deseó, con toda su alma, que la muerte la llevara a donde él estaba.
Y así la oscuridad la envolvió, llevándose consigo todo el dolor.
Todo terminó.
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𝑬𝑳 𝑫𝑬𝑺𝑷𝑬𝑹𝑻𝑨𝑹 𝑫𝑬 𝑳𝑨 𝑺𝑨𝑵𝑮𝑹𝑬
FantasyNo era coincidencia que la hubieran capturado, aislado y sometido a torturas inimaginables, para convertirla en un monstruo, y que estuviera destinada a convertirse en uno.