Capítulo 7. Esto no es ser discreta

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La mente de aquel brujo no dejaba de girar en torno a lo que había descubierto en los pasillos del castillo: Alyssa, la bruja pelirroja, había estado cara a cara con el ser que todos temían, el ser que poseía un poder que trascendía todo entendimiento. Y, contra todo pronóstico, la había dejado vivir.

¿Por qué?

¿Qué había visto ese ser en ella que le permitiera seguir respirando?

No tenía sentido.

Pero para el brujo, estas preguntas eran irrelevantes frente a su obsesión.

La encontró caminando sola por los oscuros pasillos. Sin previo aviso, la tomó por los brazos con fuerza, con violencia, como si pudiera arrancarle la verdad de entre sus labios a través de la piel. Sus dedos apretaban cada vez más, pero Alyssa se mantenía firme, aunque sus ojos delataban temor.

—Estuviste frente a él, ¿no es cierto? —susurró Stephen, su voz tensa de deseo y frustración—. Frente a ese ser que puede destruirlo todo.

—¡Suéltame! —Alyssa replicó, su voz apenas un hilo—Me estás lastimando.

Stephen no la soltaba y Alyssa pudo ver en su mirada algo, deseo, un deseo profundo por lo que ella había visto, por el poder que había visto.

—Lo viste con tus propios ojos—su voz una mezcla de fascinación y codicia—

Alyssa intentó zafarse de su agarre, pero Stephen la mantenía firme, ignorando sus intentos.

—No comprendo —admitió él— ¿Por qué dejarte vivir cuando su poder podría haberte reducido a cenizas con solo una mirada?

—¡Suéltame! —Alyssa gritó mientras sus ojos brillaban con una energía que se extendió hacia Stephen, infligiéndole un dolor tan agudo que lo obligó a retroceder, liberándola finalmente.

Él retrocedió, sosteniéndose el pecho mientras el dolor se disipaba.

—Estás jugando con fuego —gruñó él, sacudiéndose la sensación— No informarle a los reyes es una condena a muerte.

—Ella no es...

—¿Sientes compasión por ese monstruo?— preguntó—No importa, eso es irrelevante—dijo finalmente cuando el dolor se fue—. Lo que importa es que ese ser existe, y que su poder es real.

—¿Qué planeas hacer, Stephen?

—Ese poder... —su voz se volvió un susurro lleno de codicia— ¿Te imaginas lo que podría significar? Con él, podría gobernar todo. No habría ser en este mundo que pudiera resistir mi voluntad. Ni vampiros ni lobos, nadie. Nosotros, los que poseemos magia, deberíamos estar en la cima.

—¿Gobernar? —preguntó con incredulidad—Ese ser no fue creado para eso. No trae más que destrucción, Stephen. Todos lo saben.

Stephen dejó escapar una risa seca, amarga.

—La parte de gobernar la agregué yo —admitió—Pero el poder es real. Y si hay una mínima posibilidad de que yo lo obtenga, es un riesgo que estoy dispuesto a correr.

La bruja lo observó con ojos penetrantes, viendo el peligro en sus palabras, pero también sabiendo que nada lo detendría. Ni siquiera ella.

—Te digo que no es un riesgo, Stephen. Es una condena.

El brujo se giró hacia la puerta, sus pasos resonaban en el pasillo vacío.

—Eso lo decidiré yo —replicó— Tú ya tuviste tu oportunidad de enfrentarlo y vivir para contarlo. Ahora es mi turno.

𝑬𝑳 𝑫𝑬𝑺𝑷𝑬𝑹𝑻𝑨𝑹 𝑫𝑬 𝑳𝑨 𝑺𝑨𝑵𝑮𝑹𝑬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora