🤍 Días rojos

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Vaya, los difíciles días en el ciclo reproductivo de una mujer, como describirlo de una manera no desagradable? Ni siquiera es posible.

Para Aoi estos días del mes eran sencillamente detestables, eso sumado a que es y siempre ha sido una persona muy sensible, ya podrán hacerse una idea de como la pasa.

Comenzó en la madrugada de un fin de semana, la mujer estaba bastante inquieta, moviéndose de un lado para otro en la cama, perturbando el sueño de su novio, quién se levantó a prender las luces, allí lo vio... ¿Sangre? Por la somnolencia aún estaba aturdido, reaccionó como si a su amada le hubieran echo un atentado a media noche, absolutamente alarmado, palpando las sábanas y moviendo el cuerpo de la menor buscando la fuga, vaya lugar donde la vino a encontrar.

Al separarle un poco las piernas notó el líquido carmesí, suspiró con bastante alivio. Tenía las manos llenas de sangre pero eso era lo de menos. Por el frío de la madrugada y al no tener las cobijas encima, la chica se despertó, encontrándose bastante avergonzada con la escena, al principio algo alarmada pero después muy apenada, era de las primeras veces que se quedaba a dormir con él y que esto le pasara debió hacer una especie de castigo divino.

Kurono no mostró asco, repudio o rechazo, sabía que estas cosas eran perfectamente normales, y a una parte le aliviaba que su chica no estuviera embarazada. Se levantó y preparó el baño, mientras ella se daba una ducha, él limpiaba todo. Era una oportunidad para probar esos químicos experimentales que eliminaban la sangre. Cuando terminó, salió a dejar las sábanas a la lavadora, le encendió y regresó a la habitación.

Dentro se encontró con una muy avergonzada mujer, ojos llorosos, piernas temblorosas, indicios de malestar y esa característica cara de alguien que está teniendo calambres. Cuando quiso acercarse ella se apartó, él no lo entendía, ¿Acaso le dijo algo malo? ¿El agua de la ducha estaba demasiado fría? ¿El analgésico no estaba surgiendo ningún efecto? ¿Sería quizás que no tenía las toallas correctas?. Hizo una lista mental de todas las cosas que probablemente pudieron haberla molestado, chequeando una a una, retrocediendo en sus pasos preguntándose por qué no lo quería cerca.

La noche cuando menos fue incómoda, sin decir una palabra la mujer puso una almohada en medio de los dos y así se durmieron. Por más que él intentó hablarle, acercarse o reconfortarla, no surtió ningún efecto.

A la mañana siguiente Hari hizo su rutina normal, con excepción de que no la despertó para que lo acompañe, la dejó descansar. Había pasado casi en vela la noche, cada que sentía un quejido o estremecimiento se levantaba preocupado, hoy sus flechas estaban en todas direcciones por su mal sueño.

Fue a trabajar como de costumbre, sirviendo a Chisaki en lo que se le ofreciera, intentó hacer todas sus tareas lo más rápido posible, así le quedó un tiempo extra que pudo aprovechar para ir a una farmacia y comprar compresas, tampones, analgésicos especiales para los cólicos, incluso esa pequeña bolsa que al calentarla en el microondas sirve para calmar los calambres menstruales. Con el tiempo que le sobró fue a un supermercado, compró un par de dulces, chucherías que sabía que podían gustarle. Él no era mucho de ser expresivo, lo intentó en el pasado, fue terrible, junto a ella descubrió que los actos de servicio eran su lenguaje del amor. 

Llegó a casa con todas las cosas ordenadas. Subió con el gran canasto en manos a la habitación. Al girar la perilla recibió una almohadazo en la cara, menos mal estaba entrenado y ni siquiera se movió de su lugar ni soltó la canasta.

—Mimic, dije que fuera!

Así que era eso... Echó un vistazo al pasillo, detrás de la pared se asomaron todos los preceptos. Sabían que algo no estaba bien porque no la vieron salir de la habitación en toda la mañana, pensando lo peor uno por uno fueron a verla y uno por uno fueron echados. Al que peor le fue a Mimic, que lo intentó más de una vez y cada que le lanzaban algo nuevo, era más pesado que el objeto anterior.

—¡¿Por qué una almohada?! ¡A mí lanzó las pesas! —Se quejó un muy iracundo Irinaka, con una bolsa de hielo que sostenía en su cabeza.

Hari dejó el canasto en una mesa cercana, dio pasos silenciosos hasta la cama, donde el bulto cubierto por mantas sollozaba por sus terribles cólicos. Al hombre le dio mucha pena encontrar así a su novia. ¿Cuánto tiempo había estado agonizando?

Cuando fue a descubrirla, un puñetazo estuvo cerca de asestar contra su rostro, pero él lo detuvo, agarrando el puño entre la mano, lo bajó lentamente.

—Soy yo... Tranquila

Lo que parecía ser una expresión de molestia se quebró en un doloroso llanto. Aoi bajó las manos y lo abrazó. Lloraba y lloraba, la camisa de Kurono quedó empapada en esas lágrimas.

El se dedicó a acariciarle la espalda, porque recordemos, no era bueno consolando verbalmente, la cargó en su regazo como una niña pequeña, acomodaba sus húmedos cabellos empapados por lágrimas detrás de la oreja, acabo por cubrirla con una manta, con ayuda de quienes estaban de metiches en la entrada de la puerta, le alcanzaron medicamentos que muy pasivamente (en contraste a su endemoniada actitud anterior) tomó sin ningún pero.

Manche tu cama.... Intenté lavarlo pero no salió, quise probar con agua oxigenada, me equivoqué de producto y ahora las sábanas tienen un agujero.

Decía llorando, esperaba que le dedicara esa típica mirada helada que se posaba en su celestes al estar enojado, al contrario, se encontró con una risa.

Las sabanas se pueden reponer, calma, aquí tenemos muchas, con la obsesión de Kai por la limpieza nunca nos faltan cobijas y sábanas limpias.

La mujer se calmó de a poco, hasta que solo se escuchaba ese característico hipo de las personas que habían llorado mucho saliendo de su pecho. Mientras se calmaba, Hari mandó a calentar la bolsa que después usó para ponerle en el vientre. El calor qué generaban sus propios cuerpos, la bolsita caliente y unas calcetas peluditas hicieron más llevadero al dolor.

El resto del atardecer, Hari se dedicó completamente a ella. Ahora que ya lo dejaba acercarse no paraba de mimarla. En un inicio ella no quería que él se acercara porque estaba muy avergonzada del incidente nocturno, juraba que él estaría molesto y asqueado. No conocía bien a su novio, él era todo lo contrario en estos temas.

Pasaron un par de días de cólicos, llanto, dolores de cabeza y vómitos. Hasta que al fin estuvo estable. El sangrado paró, las molestias se desvanecieron y las sabanas se repusieron. En esos días ella aprendió, que el hombre que tenía por pareja definitivamente era la persona con la que quería casarse, cualquier otro le habría dejado a su suerte, o le hubiera dicho "tómate algo".

Un mes más tarde, Kurono se preparaba con el kit para recibir de nuevo la regla de su novia, menuda sorpresa la que se llevó cuando a Aoi no le bajó, aunque eso ya es historia para otro día.

𝓞𝓷𝓮 𝓢𝓱𝓸𝓽𝓼 - Hari Kurono Donde viven las historias. Descúbrelo ahora