Capítulo 8: Ahora eres mio

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Max dejó escapar una risa ligera, casi incrédulo por lo que acababa de suceder. Se giró un poco en la cama, apoyando su cabeza en su mano mientras seguía observando a Checo. La luz matutina que se filtraba por las cortinas bañaba el cuarto con una suavidad dorada, y en ese momento, parecía que el mundo entero se había reducido a solo ellos dos, allí, compartiendo el mismo espacio y el mismo silencio.

Checo se acurrucó más entre las sábanas, aún algo adormilado. Aunque no quería admitirlo, se sentía más en paz de lo que había estado en mucho tiempo. Sabía que la vida no les haría las cosas fáciles, pero por ahora, decidió disfrutar del presente, de ese momento con Max, sin pensar en lo que vendría después.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Checo, rompiendo el silencio con una sonrisa juguetona. Su mirada se encontró con la de Max, quien simplemente alzó una ceja, divertido.

¿Ahora? —Max se inclinó sobre él, apoyando una mano en la cama para mirarlo más de cerca—. Bueno, primero, creo que deberíamos desayunar... —hizo una pausa y, con un tono más bajo, añadió—. Pero, si te soy sincero, no tengo ninguna prisa.

Checo sonrió, estirando una mano para tocar suavemente la mejilla de Max.

Yo tampoco tengo prisa.

Max bajó su rostro hasta que sus frentes se tocaron, la intimidad del momento volviéndose palpable en el aire que compartían. La respiración de ambos se mezclaba en ese pequeño espacio, y por un segundo, todo parecía suspendido.

Me alegra que te quedaras —murmuró Max, con una ternura que pocas veces mostraba—. No quiero que esto sea solo una noche, Checo. Quiero que tengamos más de esto... mucho más.

Checo lo miró, su corazón latiendo rápido ante la sinceridad de las palabras de Max. Era raro verlo tan abierto, tan vulnerable, pero esa honestidad le hacía sentir más seguro de lo que sentía por él.

No voy a ir a ningún lado —respondió Checo, con una sonrisa cálida—.

De acuerdo —dijo Max, sonriendo mientras se levantaba de la cama de un salto—. Vamos a hacer algo divertido.

Checo lo miró con curiosidad mientras Max le ofrecía su mano.

—¿Divertido? —preguntó, tomando su mano y levantándose también.

Sí, algo que no implique quedarse aquí todo el día. Vamos a preparar un buen desayuno, algo especial para celebrar la Navidad... y luego, ya veremos.

Checo rió, encantado por la energía repentina de Max.

Está bien, pero tú cocinas —bromeó Checo, siguiéndolo hacia la cocina.

Max se detuvo por un momento, volviéndose hacia él con una sonrisa traviesa.

Sabes que soy terrible cocinando, ¿verdad?

Por eso lo digo —respondió Checo con una sonrisa.

Ambos rieron mientras se dirigían hacia la cocina, el ambiente ligero y lleno de complicidad. Sabían que fuera lo que fuera que la vida les lanzara después, tendrían más momentos como este: juntos, en paz, y listos para enfrentarlo todo.

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Max soltó una carcajada mientras sacaba los ingredientes del refrigerador. Estaba claro que no era el mejor cocinero, pero la idea de pasar ese momento juntos, aunque fuera en algo tan simple como preparar un desayuno, lo emocionaba. Checo se apoyó contra la encimera, cruzando los brazos mientras lo observaba moverse de un lado a otro.

Deberíamos empezar por lo básico, ¿no? —dijo Max mientras sacaba unos huevos y un paquete de tocino—. Nada muy complicado para no arruinarlo.

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