La tarde era cálida cuando entré al café. Había llegado unos minutos antes de las cuatro, más por nervios que por puntualidad. Me senté en la misma esquina del día anterior, donde podía ver el tablón de anuncios y la entrada sin ser demasiado evidente.
Mi pie se movía inquieto bajo la mesa, y con cada repique de la puerta, mi corazón saltaba. Había leído la respuesta al anuncio más veces de las que quisiera admitir. Las palabras resonaban en mi mente: “¿Cuál es el truco?”. ¿Quién era este chico? ¿De verdad aparecería? ¿Y si lo hacía, qué se suponía que debía decirle?
El tintineo de la campanilla me sobresaltó. Un joven entró con paso seguro pero relajado. Era alto, de cabello castaño alborotado y vestía una chaqueta de cuero que parecía ajustar perfectamente a su figura. Se quedó en la puerta por un momento, barriendo el lugar con la mirada, hasta que sus ojos se posaron en mí.
Me inclinó la cabeza levemente, como si me estuviera evaluando, y caminó hacia mi mesa.
—Así que tú eres la chica del anuncio —dijo, sin preámbulos, tomando asiento frente a mí antes de que pudiera responder.
—¿Y tú eres el chico que cuestiona mis intenciones? —replicé, tratando de sonar segura. Pero mi voz traicionó un leve temblor que él no dejó pasar desapercibido.
Él sonrió, ladeando la cabeza.
—No todos los días te encuentras un anuncio así. Me llamó la atención. —Se encogió de hombros como si fuera lo más natural del mundo—. Además, me dio curiosidad saber por qué alguien haría algo así.
Lo miré fijamente, evaluándolo. Había algo en él, una chispa de interés genuino mezclada con una pizca de desafío. No parecía alguien que solo estuviera allí por el dinero.
—La verdad es que… no hay truco —respondí al fin, decidiendo que la honestidad sería mi mejor carta—. Solo quiero experimentar algo diferente. Quiero hacer cosas que nunca hice antes. He escrito una lista de siete cosas que quiero hacer antes de morir, y esta es la primera: tener un novio.
Su expresión se tornó más seria, como si estuviera tomando en cuenta mis palabras.
—Interesante. ¿Y cuáles son las otras seis cosas de esa lista?
Me detuve un momento. No había planeado compartir los detalles, pero algo en su mirada me hizo sentir que podía confiar en él, al menos un poco.
—La segunda es tener una cita —dije—, la tercera, hacer una obra de caridad, luego hacer algo loco como tirarme en tirolesa. Quiero viajar a otra ciudad y fingir ser de otro país con mi novio, visitar a mi familia como sorpresa y dejar cartas y obsequios en secreto a mis seres queridos.
Adrián me miró, sorprendido, y luego sonrió.
—Suena como un plan increíble, aunque un poco… intenso. Pero, ¿realmente crees que alguien responderá a eso?
—Esa es la idea —respondí, sintiéndome un poco más segura—. Es un riesgo. Pero si no intentas nada, jamás consigues nada, ¿verdad? Y tú respondiste. Pareces… normal.
Él se echó a reír, una carcajada sincera que rompió la tensión entre ambos.
—Normal no es una palabra que suela describirme —dijo con humor—, pero la acepto. —Se inclinó hacia mí, apoyando los codos en la mesa—. Ahora, mi última pregunta… ¿Por qué el dinero?
Esa era la pregunta que había temido. Me preparé para dar una respuesta ensayada, pero algo en su mirada me hizo detenerme. Quizá fuera la manera en la que sus ojos me observaban, como si realmente quisiera entender.
—Porque quiero que sea un trato —dije finalmente, bajando la voz—. Algo con límites. El dinero es… un recordatorio de que esto no es personal, que solo estamos cumpliendo un acuerdo. Así no hay confusión.
Él me miró un segundo más y luego asintió, aceptando mi respuesta sin más preguntas.
—De acuerdo, señorita... —Hizo una pausa, esperando que me presentara.
—Mía —dije, extendiendo la mano.
—Mía —repitió él, estrechando mi mano con firmeza—. Yo soy Adrián. Encantado de ser tu novio… por una semana.
Ambos reímos, y la tensión se desvaneció como el humo. Durante la siguiente hora, hablamos de cosas triviales: gustos musicales, películas y cómo cada uno había acabado en aquel café. Sin mencionar nuevamente los detalles del trato, Adrián pidió el menú y sugirió que comenzáramos esa misma tarde con la segunda cosa de la lista: una cita.
Acepté, sintiendo que la semana ya había comenzado y que, por primera vez en mucho tiempo, había hecho algo que me sacaba de mi propio aislamiento.
“Es solo por una semana”, me repetí. Pero mientras Adrián sonreía y me tendía el menú, algo en mi interior me dijo que esta semana sería más importante de lo que estaba preparada para admitir.
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siete días en el paraíso
Romance(Completa) Esta historia es solo un borrador de lo que será en un futuro 🤡