capitulo 13

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Perspectiva de Mía

Desperté con el sonido ensordecedor de la lluvia golpeando la ventana. La tormenta rugía afuera, como si el cielo reflejara la confusión que sentía en mi interior. La luz tenue del hospital iluminaba la habitación mientras intentaba recordar cómo había llegado allí. Fue entonces cuando vi a Adrián, sentado en una silla junto a mi cama, con la cabeza apoyada sobre la mesa.

—Mía, gracias a Dios estás despierta —dijo, levantando la cabeza al escucharme moverme.

Sus ojos estaban llenos de preocupación y un leve rastro de cansancio. Mi corazón se aceleró al recordarle el momento anterior a mi desmayo, y la sombra de la incertidumbre se cernió sobre mí.

—¿Qué pasó? —pregunté, con la voz aún rasposa.

—Te desmayaste en casa —respondió, su tono grave. —Te trajeron aquí, y los médicos están haciendo pruebas.

La realidad de la situación empezó a hundirse en mi pecho. Sabía que no podía seguir ocultando la verdad. La lista que había creado, mis sueños, todo lo que había intentado hacer antes de que la vida se escurriera entre mis dedos, ahora se sentía vacío.

Los minutos pasaron y finalmente llegó el médico. Era un hombre de mediana edad con una expresión seria. El ambiente se tornó tenso mientras se acercaba a mi cama.

—Mía, tengo los resultados de tus exámenes —comenzó, y un escalofrío recorrió mi espalda. —Lamentablemente, hemos confirmado que tienes cáncer.

Las palabras resonaron en mi mente como un eco aterrador. Cáncer. Era como si el mundo se detuviera por un momento. La tormenta afuera se intensificó, pero mi mente estaba en un lugar oscuro, enfrentándose a un abismo que nunca quise mirar.

—¿Qué tipo de cáncer? —logré preguntar, sintiendo la presión en mi pecho aumentar.

—Es un tipo agresivo y, desafortunadamente, ya está bastante avanzado. Necesitaremos discutir las opciones de tratamiento —dijo el médico, pero su voz se desvaneció en el aire.

Me sentía atrapada en una pesadilla, y no sabía cómo salir. De repente, me di cuenta de que mi sueño de vivir una vida plena se desvanecía rápidamente.

Adrián tomó mi mano, apretándola suavemente. —Vamos a superarlo, Mía. Juntos. —Su voz era un ancla en medio del caos.

Pero a medida que la gravedad de la situación se asentaba, una desesperación creciente comenzó a llenar el espacio entre nosotros.

—¿Juntos? —repetí, sintiendo la emoción apoderarse de mi voz. —¿Cómo podemos estar juntos cuando estoy enferma?

—Porque te quiero, y eso no va a cambiar —respondió, su mirada fija en mis ojos.

Me sentí dividida. La lucha dentro de mí crecía, y mis miedos salieron a la superficie. ¿Cómo podría arrastrarlo a este oscuro camino?

—No, Adrián. No puedo. No quiero que cargues con esto —dije, sintiendo que las lágrimas comenzaban a brotar.

—Mía, no se trata de cargar. Se trata de estar a tu lado. Te prometí que haría esto —insistió.

Pero mientras más hablábamos, más se intensificaba la tensión. Las palabras comenzaron a fluir como torrentes de agua.

—No entiendo por qué no puedes ver lo que esto significa. Estás hablando de amor, pero no ves que esto no es una película romántica. No quiero que te sientas obligado a quedarte —respondí, sintiendo que la rabia y el dolor se mezclaban.

—Esto no es una elección, Mía. Estoy aquí porque quiero estarlo. No puedes empujarme lejos por esto —dijo, su voz elevándose, llena de frustración.

Mientras nuestras voces se alzaban, las sombras comenzaron a llenar la habitación. La tormenta afuera se desató en su máximo esplendor, reflejando la tormenta que ocurría entre nosotros.

—¿Qué quieres que haga, Adrián? ¿Qué quieres que haga cuando no puedo ni siquiera garantizar que veré otro día? —grité, sintiendo que la desesperación amenazaba con desbordarse.

El silencio llenó el aire, solo interrumpido por el ruido de la tormenta que rugía afuera. Era un vacío pesado, y mi corazón se rompía.

—Lo que quiero es que no te rindas. Pero si decides alejarte de mí, no puedo obligarte a quedarte —dijo, su voz ahora suave pero firme.

Las palabras lo hirieron tanto como a mí, y en un momento de claridad, entendí que esta discusión no nos llevaría a ninguna parte. El dolor y la angustia nos estaban separando, y lo que una vez fue un refugio se había convertido en una batalla.

—Quizás deberíamos… pensar en lo que queremos —sugerí, sintiéndome abrumada por la tristeza.

—Quizás sea lo mejor —respondió, con la voz quebrada. Sus ojos reflejaban la confusión y la tristeza que ambos compartíamos.

Las horas que siguieron se llenaron de silencio. La tormenta fuera seguía rugiendo, mientras yo lidiaba con la tormenta en mi interior. Sabía que mi tiempo se agotaba, y a pesar de que Adrián era mi apoyo, sentía que no podía permitirle arriesgarse en mi oscuridad.

Perspectiva de Adrián

Salí de la habitación sintiendo que el aire se volvía pesado. La discusión había dejado cicatrices en ambos, y el vacío entre nosotros se sentía abrumador. Sabía que Mía estaba asustada, pero yo también lo estaba. La posibilidad de perderla me paralizaba.

Mientras caminaba por los pasillos del hospital, miré por la ventana, observando la lluvia caer con furia. La tormenta afuera no se comparaba con la tormenta que teníamos dentro de nosotros.

A medida que la tarde avanzaba, la preocupación se instaló en mi pecho. Tenía que encontrar una manera de ayudarla, de demostrarle que no estaba solo en esta lucha. Pero al mismo tiempo, sentía que nuestras diferencias eran insalvables.

Finalmente, decidí regresar a su habitación. Al entrar, la encontré mirando por la ventana, perdida en sus pensamientos.

—Mía —comencé, sintiendo que mi corazón se apretaba. —Lo que está pasando no tiene que separarnos.

Ella giró la cabeza lentamente, sus ojos llenos de tristeza.

—No sé si puedo, Adrián. Estoy asustada y no quiero que te arriesgues.

—No es un riesgo. Es amor —respondí, sintiendo la necesidad de que entendiera.

Pero ella apartó la mirada, y en ese momento supe que había una distancia que no podía atravesar. La tormenta afuera continuaba su curso, y en ese instante, nuestras esperanzas parecían tan lejanas como el sol oculto tras las nubes.

siete días en el paraíso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora