Rasguñó su mayor anhelo, sin embargo, este se escapó con la velocidad propia de las cosas buenas. Una simple acción lo arrancó de su felicidad; el despertar.
La luz dejaba pequeños rastros de calor sobre su rostro y torso. Un sabor similar a la decepción se depositó en su garganta y una sombra de intensa amargura lo envolvió, cómo no, si por un momento la tuvo a ella en sus brazos y su traicionera mente le despojó de su sueño, dejándolo vacío nuevamente.
La soledad zumbaba a su alrededor con la elegancia de una mosca.
Desde la partida de ella, él no había hecho cosa más que jugar con su propia mente.
Los recuerdos eran veneno y los sueños un droga mortífera, droga que gusta, droga que te posee. Droga como ella, su similitud la atraía, la devolvía turbia en una alucinación por segundos eternamente breves.
Ella lo volvió un adicto, eso era él después de todo, un adicto del montón.Las manos de él temblaron mientras tocaba su lívido rostro. Contuvo la respiración, se dejo llevar por la tentación. Miró por última vez la droga que descansaba en su velador, su cielo e infierno personal.
Se lanzó de lleno en el pánico y la angustia, revolcándose en su dolor.
Rezó a sí mismo e imploro perdón a su cordura por sus acciones. Todo por ese polvito blanco ya inexistente.La imagen de su amada era clara y regia. Tan real que inconscientemente su mano se alzó acariciando su deliciosa piel, sus ojos parecían un retrato del mismo cielo, junto a ellos estaba su delicada nariz. Su rostro era simplemente armonioso, digno de un ángel. Su voz, melodiosa, vibraba como un violín en sus oídos.
Él saboreó el cielo, aunque fuera incorrecto. Ella estaba ahí, con él.Abrió los ojos. Lágrimas amenazaban con escapar. Dirigió su mirada a la caja metálica vacía a su derecha, lo había echo de nuevo. Se sintió como cayendo en picada desde 5000 pies de altura.
Tentación, otra vez.