Connor estaba en el autobús observando como las gotas de agua golpeaban la ventana, la música de sus audífonos tenía la función de espantar los pensamientos, en vano ya que cumplía todo lo contrario. El aire que entraba pesadamente por su nariz le alertaba de su inservible existencia.
Tomó su celular y escribió:
<le conté al cielo lo mucho que te extraño y también se ha puesto a llorar>
Miró a los demás pasajeros y casi pudo ver un aura de amargura envolviéndolos a todos y lo peor, a él mismo.
Tiró su cabeza hacia atrás y se le escapó una mueca de dolor, acto seguido cerró sus ojos en un intento por dormir; después de todo aún faltaba mucho para llegar a su destino.
Se encontraba caminando hacia un gentío vestido de negro igual que él, siguió caminando hasta estar lo suficientemente cerca como para ver que estaban reunidos alrededor de un ataúd, se acercó en contra de su voluntad. Dentro vio a su hermosa Ariel, demasiado pálida, demasiado tranquila, demasiado muerta. Sus manos tiritarón y sus rodillas cedieron. Sus ojos y su boca crearon una tempestad.
Unas personas del gentío lo tomaron del suelo ignorando por completo sus gritos y lágrimas, alejándolo demasiado rápido de su amor.
Él se despertó de golpe y cuando vio a toda la gente del bus mirándolo raro, comprendió al instante que había estado gritando y también llorando.
Connor en esos momentos tenía un aspecto demacrado, sus ojos estaban rojos e hinchados, su clásico color celeste se veía opaco y vacio. Su pelo estaba despeinado y su nariz roja. Pero nada se comparaba al dolor que sentía.
Puso sus codos en sus rodillas y sus manos en su cabeza, y sin más tardar el agua de sus ojos comenzó a caer.
<Ariel, maldita sea. Te amo>
Susurró.
Cuando ya llegó a su destino, se bajó. Ignorando por completo las miradas de compasión de algunas señoras. Que al ver donde se bajaba, debieron entender el motivo de su llanto desesperado.
Caminó por el cementerio buscando la tumba. Sus lágrimas se confundían con la lluvia que empapaba su rostro.
Llegó a la tumba de ella, limpió con amor las hojas de esta y depositó las rosas blancas que le había comprado.
Connor sonrió. No de felicidad, todo lo contrario una sonrisa dolorosa y llena rebosantemente de dolor.
<-Hola Ariel, vine para decirte algo... que he querido decirte desde hace tiempo- Tragó, tratando de evitar llorar- Bueno aqui va- Sacó un sobre, lo abrió y comenzó a leer el papel que contenía.
-Arielle, no sé que somos -¿Debería decir fuimos?-. Nos besamos, dormimos juntos, en el sentido más inocente, claro, solo dormir disfrutando el calor del otro. Me gustas demasiado- Comenzó a sollozar, decir las palabras sobre ella en tiempo presente lo hacía sentir un poco menos solo- Me..me..me gustabas demasiado y tuve miedo dedecírtelo. Aunque de igual manera ahora da igual, se nos agotó el tiempo.-
Llevó una de sus manos a su cabello, desordenandolo.
-Ahora nada tiene sentido estoy en el cementerio abriendo mi corazón a mi mejor amiga que ya no esta aquí y.. y ..-Tartamudeó- Me siento demasiado pequeño en un mundo tan grande.
-Cada mentira a la que alguna vez me aferré parece romperse, el amor es muy injusto. Te amo y no estás conmigo. ¿Qué hago con todo este amor? Esto no tendría que estar pasando, deberíamos estar juntos.- El agua que caia del cielo mojaba el papel corriendo la tinta en él.
-Maldita sea tu eras la única que me hacía sentir vivo, todo lo quise eras tu. Ahora estoy muerto. Puede que mi corazón siga latiendo y el aire sigo entrando a mis pulmones, pero sin ti aquí... estoy muerto.>
Él estaba completamente mojado pero eso no importaba realmente.
Connor dejó el sobre con el papel en la tumba, y en la parte exterior escribió: Todo lo que no te dije.
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