Un pequeño rubio de siete años corría con alegría por las calles de Konoha tras realizar una gran travesura en el centro de la aldea. Varios Anbu lo perseguían, pero sin éxito.
—¡Idiotas, atrápenme si pueden, dattebayo! —gritó divertido mientras corría, disfrutando del momento mientras los Anbu se sentían humillados al no poder alcanzar a un niño tan joven.
De repente, Naruto se detuvo en seco al ver a alguien frente a él.
—¡Naruto! —exclamó la persona, con una mirada seria, y los ojos del niño se abrieron de par en par por el miedo.
La persona lo tomó firmemente del brazo y comenzó a arrastrarlo de la oreja hacia casa.
—¡Maa! ¡Me duele! —se quejaba Naruto, con los ojos llenos de lágrimas mientras hacía un puchero.
—¿Cuántas veces te he dicho que no hagas bromas en la aldea, dattebane? —la voz severa de Kushina resonaba mientras soltaba su oreja, esperando una explicación.
Naruto, frotándose la oreja, murmuró:
—Me llamaron "demonio" otra vez, mamá. Solo me estoy defendiendo. Yo soy Naruto Namikaze Uzumaki, ttebayo —dijo, haciendo un puchero mientras las lágrimas llenaban sus ojos azules.
Kushina suspiró con resignación.
—Tendré que hablar con Shisui para reactivar la Ley del Tercero —dijo con un tono decidido.
Justo cuando Naruto iba a responder, un pelirrojo entró corriendo a la casa, con el rostro iluminado por la emoción.
—¡Mamá! ¡Shisui-sama me ha dado mi propio equipo en Anbu! —exclamó emocionado Menma, mientras corría hacia su madre.
Kushina, al escuchar la noticia, no pudo evitar sonreír emocionada.
—¡Eso es increíble, Menma! Te lo has ganado con todo tu esfuerzo. Vamos a celebrar con ramen, ttebane. —Naruto, lleno de admiración, corrió hacia su hermano mayor y lo abrazó con fuerza, haciéndolos caer al suelo.
—¡Felicidades, aniki! Algún día seré tan fuerte como tú —dijo el pequeño, con una mirada llena de determinación.
Menma sonrió con ternura, abrazando a su hermano menor.
—Lo sé, otouto. Estoy seguro de que lo lograrás.
Kushina se unió a ellos, rodeándolos a ambos en un cálido abrazo. Más tarde, en familia, disfrutaron juntos su adorado ramen.
***
Kushina estaba en la oficina del Hokage, donde solo se encontraban Kakashi, con su máscara de Anbu, y Shisui, sentado detrás de un escritorio desbordado de papeles y pergaminos sin resolver.
—Shisui, necesitamos hablar —dijo la pelirroja con seriedad, captando la atención del joven Hokage, quien dejó la carpeta a un lado y la miró.
—Kushina-san, es un placer verte. ¿Qué te trae por aquí? —preguntó Shisui, curioso ante la expresión seria de la mujer.
—Es sobre mi hijo, Naru-chan. Sigue siendo acosado... ya sabes a qué me refiero —dijo, mientras rascaba su brazo con nerviosismo—. Me gustaría que activaras nuevamente la ley del viejo Sarutobi, para que dejen de molestarlo, ttebane —añadió, haciendo un puchero preocupado.
Shisui suspiró, consciente de la situación.
—Lo entiendo. Asigné a Inu para que protegiera a Naruto en varios momentos, pero la cantidad de veces que lo acosan llamándolo "demonio" es excesiva. Estaba considerando esto... lo haré —dijo con firmeza.
El silencio llenó la sala. Kushina dirigió su mirada hacia el retrato de su esposo, Minato, colgado en la pared.
—Si Minato estuviera vivo, nada de esto estaría pasando —susurró. Luego, sin decir más, salió de la oficina en silencio.
Shisui, conocido por ser el Hokage más joven en la historia, también se había ganado el respeto por su fuerza, inteligencia y determinación. Su valentía al tomar decisiones difíciles lo había convertido en un shinobi excepcional. Era admirado por muchos, pero también temido por su frialdad en momentos clave.
En menos de un año, había logrado lo que otros nunca se atrevieron: desmantelar la organización Raíz, encarcelar a sus consejeros, y poner fin a la amenaza de Danzō. También había detenido un golpe de estado. Todos estos logros lo hacían un líder formidable.
—Comadreja —llamó Shisui, y un Anbu con máscara de comadreja apareció frente a él—. A partir de ahora, tú e Inu son los responsables de la seguridad de Naruto Namikaze Uzumaki. Su protección es prioritaria. No debe volver a ser insultado ni llamado demonio. ¿Entendido?
El Anbu asintió y desapareció rápidamente.
—Malditos aldeanos —murmuró Shisui entre dientes, con desdén.