7. Tormund

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Un potente y agudo grito había emitido Tormund dispuesto a batirse, incluso con la niebla que cubría Casa Austera. Y había perdido la noción del tiempo mientras estaba inmerso en esa oscuridad blanca intercambiando golpes con los espectros. No parecía tener fin la acometida de los muertos, cuya acción ya había causado mella en algunos camaradas de Tormund, quien por su parte seguía deshaciéndose de varios.

—¡Dan pena al no poder con un viejo! —gritaba Tormund exaltado en el fragor del combate.

Apenas habían podido avanzar en dirección a la empalizada, la gran cantidad de espectros no daba espacio para que los hombres de Matagigantes pudiesen llegar hasta Dandul, quien ya no podía seguir mandando flechas en llamas, porque la espesa niebla no permitía distinguir entre amigos y muertos. Pudo notar cómo un grupo de espectros se ensañaban encima de uno de sus compañeros y acudió en su ayuda. Con su potente hacha los apartó como si se tratase de alimañas. Luego ayudó al compañero a ponerse de pie. Se trataba de alguien a quien llamaban Fergal, uno de sus más curtidos hombres, cuya edad rondaba en la treintena con el cabello enmarañado marrón y barba recortada, ojos negros. Era algo más alto y delgado que Tormund y vestía como los de su clase, todo de pieles. Portaba como arma una espada curva, no tanto como un arakh, y le servía bien en el combate.

—¿Alguno ha logrado salir? —Tormund tuvo que zarandearlo para que éste le hablara. —¡Mierda! ¡Responde!

—Iba con otros cuatro, estábamos cerca de la empalizada, me quedé atrás. No sé si lograron pasar. —Contestó Fergal finalmente.

—Pues parece que ahora será nuestro turno—Tormund le dio una palmada de apremio en el hombro—, siéntete honrado de que seamos los últimos hombres que quedaron en Casa Austera.

«Los últimos vivos.» se dijo Tormund. Ambos iniciaron su carrera hacia la empalizada, de inmediato le salieron diez espectros con distintos aspectos, pero con sus reconocibles ojos encendidos de azul. Durante unos instantes los observaron como si esperaran el momento propicio para atacarlos.

—Trata de llegar a la jodida valla, yo te cubro. —Susurró Tormund aprovechando ese paréntesis.

—¿Por qué? ¡No puedes quedarte!

—¡Cállate! —regañó el jefe—Harás como digo, sisales de ésta asegúrate de conservar tu jodida hoja de cristal.

En ese momento se dio la acometida, Tormund pudo abatir en primera instancia a tres que intentaron abalanzarse por el aire, Fergal pudo acabar con otros dos. Los siguientes espectros intentaron un ataque envolvente, haciendo que ambos salvajes se pusieran espalda con espalda. Se dio otra acometida, Tormund pudo superar a dos, el otro mantenía la lucha con uno. Tormund aprovechó para acabar con el restante, y remató a otro que estaba en el suelo luego que Fergal lograra tumbarlo al cortarle una pierna. Justo cuando terminaban con el ultimo, vieron emerger una figura delgada e imponente, cuya armadura era extremadamente blanca, tanto que su color hacia ver a la nieve alrededor como arena tosca blanquecina o grisácea. Su cara tenía un semblante tan pálido que se alternaba con el color que lo rodeara, y en estos momentos el azulado y diferentes tonalidades de blanco parecían danzar como líneas en su rostro, el cual mostraba una cubierta de hielo fino, que no evidenciaba expresión alguna en su faz. Tenía unas líneas de cabello, pero tan transparentes, que apenas se podían notar. Sus ojos eran de un azul mucho más reluciente y miraba directamente a los salvajes, siendo eso la única muestra de que reparaba en ellos. «Hasta que al fin te apareces, veamos lo que es cierto o no de ustedes.» Pensó Tormund empuñando su hacha y sacando la hoja.

—Ya sabes qué hacer. —Le dijo a Fergal sin dejar de ver al Otro.

—Pero Tormund...

—Ni una palabra más, o desearas ir con él a quedarte aquí. —Impuso Tormund.

La Princesa del Invierno: II El Saneamiento de WinterfellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora