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Una noche puede cambiarlo todo. A veces, el alcohol enciende las emociones y desata deseos que ni sabíamos que estaban allí, escondidos entre los pliegues de la amistad. Jorge y Claudio, inseparables desde hace años, eran el ejemplo perfecto de cómo dos personas pueden convivir con el deseo latente, en un vaivén constante de gestos y miradas que siempre se quedaban en la frontera de lo permitido.

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Era una de esas noches en las que la música retumbaba en las paredes y el sudor se mezclaba con el aroma del alcohol. Jorge había insistido en que Claudio lo acompañara a una fiesta, asegurándole que les vendría bien despejarse después de una semana agotadora. Claudio, como siempre, no pudo decirle que no. Le bastaba con estar cerca de Jorge para sentir que todo estaba bien, aunque eso también lo torturara.

Entre risas y tragos, comenzaron a soltarse. La pista de baile era un caos vibrante, donde cuerpos se mecían al ritmo de la música ochentera. El vodka quemaba, pero también entibiaba las sensaciones, haciéndolos menos conscientes de las barreras que siempre los mantenían a salvo de confesiones arriesgadas.

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Jorge siempre había sido coqueto, pero esa noche sus bromas y toques parecían diferentes. Más insistentes. Claudio no podía apartar los ojos de él. Se conocían lo suficiente como para distinguir cuando el alcohol hablaba, pero esa noche algo más parecía deslizarse entre las risas y los roces. Jorge le sonreía de una manera que lo desarmaba, una que le hacía dudar si todo aquello era una broma o algo más. Mientras bailaban, cada vez más cerca, los roces se volvieron caricias disfrazadas de accidentes.

—Eres guapo, ¿sabes? —le soltó Jorge en un arranque de sinceridad borracha, acercándose más de lo habitual.

Claudio sintió que el mundo se tambaleaba a su alrededor, y no era solo el efecto del alcohol. Trató de reírse, pero la frase de Jorge seguía resonando en su cabeza. ¿Qué estaba pasando esa noche? ¿De verdad lo había dicho en serio o solo era una broma más?

—Tú también tienes lo tuyo, pero ya lo sabes —respondió Claudio, tratando de ocultar su nerviosismo detrás de un tono despreocupado.

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La noche siguió avanzando, y con cada trago, las líneas que los separaban se volvían más borrosas. Entre canciones, risas y bailes, Jorge lo miraba de una forma que lo hacía sentir desnudo, vulnerable. Era la primera vez que Jorge lo tocaba de esa manera, con dedos que se demoraban demasiado en su piel, con una mirada que parecía prometer algo más.

Cuando Claudio quiso darse cuenta, estaban en el balcón, alejados del bullicio, los dos apoyados en la baranda, compartiendo un cigarrillo. El silencio entre ellos se sentía denso, cargado de palabras no dichas.

—Siempre he sentido algo por ti, ¿sabes? —confesó Jorge de repente, su voz apenas un susurro.

Claudio se quedó en silencio, sin saber qué responder. Los celos que había sentido durante años, cada vez que Jorge coqueteaba con alguien más, de repente cobraron un nuevo significado. La añoranza que había vivido, las noches pensando en cómo sería si Jorge le correspondiera, ahora se entrelazaban con el momento presente. Todo lo que había reprimido empezaba a desbordarse.

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—Siempre estás con alguien —dijo Claudio, casi sin pensarlo. Era una confesión en sí misma. Cada vez que Jorge salía con alguien, cada vez que se perdía en los brazos de otro, Claudio sentía que lo perdía un poco más. Había aceptado su papel de mejor amigo, porque eso era lo único que podía tener, pero ahora… ahora todo estaba cambiando.

—¿Celoso? —preguntó Jorge con una sonrisa ladeada, acercándose un poco más. Sus cuerpos casi se tocaban, y el calor entre ellos se volvía insoportable.

Claudio no respondió. No hacía falta. Su silencio era respuesta suficiente. Jorge se rió, una risa suave y un poco amarga.

—Yo también me he sentido así, cada vez que te veía con alguien más —confesó, sus dedos jugueteando con el borde de la camisa de Claudio.

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El alcohol les daba valentía. Jorge empezó a hablar de cómo siempre había admirado a Claudio, de lo mucho que le gustaba su forma de ser, su manera de reír, incluso sus inseguridades. Las palabras fluían sin filtro, y Claudio las absorbía todas, dejando que cada una calara hondo. Nunca antes había oído a Jorge hablar de él de esa manera, con esa mezcla de admiración y deseo.

—Me vuelves loco, ¿sabes? —dijo Jorge, inclinándose un poco más, sus labios rozando los de Claudio en un gesto que parecía pedir permiso y, al mismo tiempo, desafiaba cualquier rechazo.

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Y entonces, sucedió. Los labios de Jorge sobre los suyos, suaves al principio, probando, y luego más insistentes. Claudio respondió con la misma intensidad, dejando que toda la frustración, los celos, y la añoranza se desbordaran en ese beso. Era un beso borracho, sí, pero también era un beso cargado de años de deseo reprimido.

Cuando se separaron, ambos respiraban con dificultad, sus frentes apoyadas una contra la otra. Ninguno de los dos sabía qué decir. El silencio entre ellos era pesado, pero no incómodo. Era un silencio lleno de promesas no dichas.

—Mañana tal vez nos arrepintamos de esto —murmuró Claudio, tratando de ocultar su nerviosismo.

Jorge rió, pero su risa fue suave, casi triste.

—Tal vez, o tal vez no —respondió, sus dedos todavía trazando líneas invisibles sobre la piel de Claudio.

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El sol comenzaba a asomarse por el horizonte cuando finalmente decidieron irse. Caminaron juntos, en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos. Tal vez todo cambiaría después de esa noche. Tal vez seguirían siendo los mismos de siempre, o tal vez esa confesión borracha lo cambiaría todo para siempre.

Pero en ese momento, mientras la brisa fría de la madrugada los envolvía, nada importaba más que la sensación de los labios de Jorge sobre los suyos, y la promesa silenciosa de que, al menos por esa noche, todo había sido real.

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(💮🪱🪼) BORRACHO DE AMOR EN SUS BRAZOS 🗣️🗣️🗣️

(💮🪱🪼) Jorge y Claudio alcohólicos 🥺

Cuentos de amor de locura y muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora