Chinita linda - Álvaro Díaz

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Era una noche lluviosa en Santiago. Jorge miraba su teléfono, esperando una notificación que no llegaba. Se repetía a sí mismo que debía dejar de esperar, que debía dejar de pensar en Claudio, pero era inútil. Las luces de la ciudad titilaban a través de las gotas en su ventana, mientras el ruido del tráfico se colaba por la rendija de la puerta del balcón. Había algo en el aire, algo entre nostálgico y tenso, que le hacía sentir que esa noche todo podría cambiar.

Claudio llevaba semanas desaparecido de su vida. Se había enredado con un tipo que no le convenía, alguien que, Jorge lo sabía, no lo trataba como merecía. Pero aún así, Claudio seguía con él, con esa insistencia terca y ciega que solo el amor mal entendido puede justificar. Y Jorge, desde su esquina de la vida de Claudio, se resignaba a observar, a esperar, a desear en silencio que el otro se diera cuenta de su error.

Esa noche, sin embargo, había algo diferente. Lo sentía en el pecho, un presentimiento, una ansiedad que no lo dejaba en paz. Encendió un cigarro, el humo llenando el pequeño salón de su departamento, mientras el sonido del reloj marcaba cada segundo de la espera. “Quizá hoy… quizá hoy lo deje”, pensó, mientras una pequeña chispa de esperanza prendía en su interior.

El teléfono vibró, interrumpiendo sus pensamientos. Era un mensaje de Claudio.

"Voy para allá, pero no me juzgues."

El corazón de Jorge dio un vuelco. Sabía lo que eso significaba. Claudio estaría borracho. Otra vez. Como tantas otras veces, cuando las cosas con su novio se desmoronaban y él no encontraba otro refugio más que los brazos de Jorge. Y aunque Jorge odiaba ser esa opción de último recurso, su deseo por Claudio lo hacía imposible de rechazar. De alguna forma, siempre encontraba justificación. “Es que al menos hoy, esta noche, termina conmigo”, se decía.

El timbre sonó una hora más tarde. Jorge abrió la puerta y ahí estaba Claudio, tambaleante, con los ojos hinchados y la chaqueta empapada por la lluvia. Entró sin decir palabra, dejándose caer en el sillón. El olor a alcohol invadía el ambiente, pero Jorge no dijo nada. Simplemente lo miró, ese rostro que conocía de memoria, esa sonrisa torcida que aún asomaba a pesar del estado en el que estaba.

— ¿Qué pasó esta vez? —preguntó Jorge, aunque ya sabía la respuesta.

— Lo dejé, Jorge —respondió Claudio, su voz quebrada—. Esta vez es definitivo.

Jorge no supo si sentir alivio o pena. Había deseado tanto ese momento, pero verlo así, roto y vulnerable, hacía que su victoria supiera amarga. Se acercó y se sentó a su lado, sin tocarlo, esperando a que Claudio hablara más.

— ¿Por qué sigues haciendo esto? —preguntó Jorge finalmente, su tono más suave de lo que esperaba.

Claudio levantó la vista, sus ojos cargados de confusión, de culpa.

— No lo sé… No lo sé. Siento que me estoy rompiendo por dentro, que ya no sé quién soy ni qué quiero —contestó, dejando escapar un suspiro—. Pero aquí estoy, contigo. Siempre termino contigo.

Jorge sintió que esas palabras le atravesaban el corazón. “Siempre terminas conmigo… pero nunca te quedas”, pensó. Sabía que Claudio lo decía porque estaba borracho, porque en ese momento de debilidad Jorge era su refugio. Pero mañana, cuando la resaca y la culpa llegaran, todo volvería a ser igual.

A pesar de eso, Jorge no pudo resistirse. Se inclinó hacia Claudio y le tomó el rostro entre las manos, obligándolo a mirarlo directamente.

— Quédate esta vez, Claudio. No solo esta noche. Quédate conmigo —susurró, casi en un ruego.

Claudio cerró los ojos, dejando que las lágrimas cayeran sin control. Había algo entre ellos, algo que siempre estaba ahí, latente, pero nunca dicho en voz alta. Y esa noche, bajo el peso del alcohol y el cansancio, Claudio lo sintió más que nunca. "¿Y si esta vez lo intento?", pensó.

— No sé si puedo —murmuró—. No sé si te merezco.

Jorge negó con la cabeza, acercándose más, hasta que sus labios casi rozaban los de Claudio.

— No se trata de merecer —dijo—. Se trata de querer. ¿Tú quieres?

El silencio que siguió fue largo y pesado, hasta que finalmente Claudio asintió, muy despacio, como si tuviera miedo de la decisión que estaba tomando. Y entonces, Jorge lo besó, con una mezcla de desesperación y ternura, como si ese beso pudiera curar todas las heridas que ambos arrastraban desde hace tanto tiempo.

Cuando se separaron, Claudio se dejó caer en los brazos de Jorge, agotado, tanto física como emocionalmente. Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez estaba en el lugar correcto. "Quizá esta vez sea diferente", pensó, antes de cerrar los ojos y dejarse llevar por el sueño.

Jorge lo sostuvo, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que el camino no sería fácil, que el mañana podría traer consigo los mismos problemas de siempre. Pero por ahora, solo por esa noche, Claudio estaba allí, en su casa, en sus brazos. Y eso, pensó, ya era suficiente.

"Aunque solo sea una noche," se dijo a sí mismo, sonriendo levemente, mientras el reloj marcaba las tres de la mañana.

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(💮🪱🪼) Que sería de @sayonarajeon sin las canciones de Alvarito boy 🫦

Cuentos de amor de locura y muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora