Tuyo - Romeo Santos

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Era una noche cualquiera en la ciudad, pero para Jorge y Claudio, la atmósfera vibraba con una tensión latente que ambos conocían bien. Se encontraban en un moderno salón de baile con paredes altas de ladrillo y grandes ventanales, donde una suave luz cálida se filtraba desde los faroles de la calle. El lugar estaba repleto de parejas que se movían con gracia, mientras el suave sonido de la bachata llenaba el aire.

Claudio miraba la pista de baile con una mezcla de angustia y determinación. Bailar no era su fuerte; de hecho, era torpe, rígido, y siempre había evitado cualquier situación que lo obligara a moverse con ritmo. Jorge, en cambio, se deslizaba con naturalidad, como si el baile fuera una extensión de su cuerpo. Era casi doloroso observar la facilidad con la que sus pies marcaban el compás, el modo en que su cuerpo respondía a la música.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Jorge con una sonrisa ladina, alzando una ceja mientras extendía una mano hacia Claudio.

Claudio bufó, sin querer admitir su incomodidad. Desde que habían dejado de ser rivales —una enemistad que había durado más tiempo del que a ninguno le gustaría recordar— y se convirtieron en algo más que amigos, todo había cambiado. Sin embargo, el baile seguía siendo un territorio desconocido para Claudio, un espacio donde se sentía vulnerable, y él odiaba sentirse así.

—No tienes que hacerlo —continuó Jorge, su voz adquiriendo un tono suave que solo usaba cuando se trataba de Claudio.

—No, lo intentaré —dijo Claudio, tomando la mano de Jorge con más firmeza de la necesaria—. Solo… ten paciencia.

La música comenzó, lenta, sensual, marcando un compás que resonaba en el pecho de ambos. Jorge movió su cuerpo primero, guiando a Claudio con delicadeza. Pero Claudio ya sentía el caos en sus piernas, el peso de su torpeza. Tropezó apenas después del primer paso, pisándole el pie a Jorge, quien reprimió una mueca de dolor y se limitó a sonreír.

—Tranquilo, Claudio —murmuró, sosteniéndolo de la cintura—. Sólo sigue mi ritmo.

Pero eso era más fácil de decir que de hacer. Claudio lo intentó, realmente lo intentó, pero cada vez que parecía encontrar el compás, algo lo hacía tropezar de nuevo. La frustración comenzó a arremolinarse en su pecho, cada paso en falso un recordatorio de lo mal que se le daba ceder el control, de lo que odiaba sentirse torpe, de lo mucho que le costaba dejarse guiar.

La cercanía entre ambos, sin embargo, lo desestabilizaba más que cualquier error en su pie izquierdo. Jorge lo sostenía con fuerza, su mano firme en la espalda baja de Claudio, sus cuerpos tan cerca que podía sentir el calor de su piel a través de la ropa. A pesar de todo, la sensualidad de la bachata no se perdía, aunque Claudio tropezara una y otra vez. De alguna forma, Jorge siempre estaba allí para atraparlo, sosteniéndolo en su caída.

—No tienes que ser perfecto —susurró Jorge cerca de su oído, su aliento tibio en la mejilla de Claudio.

Claudio sintió un estremecimiento, y no estaba seguro si era por las palabras de Jorge o por la manera en que su cuerpo se amoldaba al de él, aun cuando los pasos no salían como debían. Se dio cuenta de que ese era el problema: no quería ser perfecto, pero tampoco sabía cómo dejarse llevar. No sabía cómo rendirse, cómo aceptar que alguien más pudiera guiarlo.

Sus cuerpos se movieron al ritmo de la música, y aunque Claudio tropezaba, Jorge lo sostenía con la misma paciencia con la que lo había esperado todo este tiempo. Era la primera vez que Claudio se daba cuenta de que su torpeza no arruinaba el momento; en realidad, hacía que el baile fuera más real, más humano. Jorge lo abrazaba más fuerte cuando él fallaba, y eso, de alguna manera, era suficiente.

La música se detuvo, pero no lo hicieron ellos. Aún con el eco de la última nota en el aire, seguían en la pista, respirando entrecortadamente, pegados el uno al otro. El salón de baile había desaparecido en su mente, como si solo existieran ellos dos en ese pequeño espacio.

—Lo lograste —dijo Jorge, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

Claudio lo miró, jadeante, sus labios entreabiertos. Lo había intentado, y había fallado, pero al mismo tiempo, había logrado algo mucho más importante: había aprendido a soltar el control, aunque solo fuera por un breve momento.

—Lo logré porque tú estabas ahí —respondió Claudio en un susurro, y sin pensarlo demasiado, cerró la distancia entre ambos.

Fue un beso suave, apenas un roce, pero cargado con todo lo que no habían dicho. Claudio podía sentir las emociones en el temblor de su propio cuerpo, en el modo en que Jorge correspondía, con una ternura inesperada. Se separaron lentamente, aún con las manos entrelazadas, como si el final del baile no significara el final de lo que acababan de descubrir.

—Eres un pésimo bailarín —dijo Jorge con una risa suave, pero sus ojos brillaban con algo más que burla.

Claudio soltó una carcajada, genuina, aliviada.

—Lo sé. Pero supongo que lo importante es que siempre estás ahí para atraparme.

Jorge lo atrajo hacia sí nuevamente, esta vez para abrazarlo con más fuerza. Y Claudio, por primera vez en mucho tiempo, se permitió caer sin miedo.

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💮🪱🪼) La @sayonarajeon quería un fanfic de Jlaudio bailando bachata, así que lo escribió para cumplir su capricho 🙄🙄🙄

(💮🪱🪼) En otro universo, nunca dejé el baile y aprendí a bailar más ritmos :(((

(💮🪱🪼) Jlaudio, eres y serás el shipp en el que proyecto toda mi vida 🫶🏻

Cuentos de amor de locura y muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora