Elisabeth, hija de Rapunzel y Eugene, siempre había sido aventurera.
Tras la llegada de los hijos de los villanos, su vida no volvería a ser como antes, sino mejor, y sería en cierto momento de pánico de Mal que ella vería una oportunidad para cumpl...
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Canciones recomendadas: Breakfast - Dove Cameron, Sway - Michael Bublé.
-¡Ya está! ¡Me voy!-. Enfadada, salió cerrando la puerta fuertemente, y caminó por los pasillos sin un rumbo concreto, aún sabiendo todas las direcciones a las que llevaba cada corredor. Los papeles de admisión se quedaron en su escritorio, ni siquiera los guardó.
*Breakfast - Dove Cameron*
Tenía demasiada presión sobre sus hombros. Tener que ayudar a más gente con sus estudios, más llevar las Cuatro Caras del Sol, más el papeleo que llevaban los nuevos estudiantes, más sus propios estudios... la sobrepasaba. Sólo quería despejarse un poco.
Sinceramente, le daba igual el destino, tan sólo necesitaba evadirse para que se le pasase el enfado.
Sin fijarse mucho por donde iba, pisó algo que mojó sus zapatillas, nada nuevo porque ya las tenía sucias, pero el líquido que estaba en el piso era de color rosa, y se extendía por todo el pasillo. La imagen que le llegaba era algo tétrica: por algún motivo, las luces no funcionaban, haciendo que todo estuviera a oscuras por las cortinas.
No comprendía bien cómo había llegado, la verdad.
También hay que decir que el lugar era uno de los más escondidos, porque era donde Merlín solía guardar todo tipo de pociones e instruir clases de hechicería.
Hasta hacía poco, se seguía impartiendo clase allí, sólo que de anatomía básica, pero la educación necesitaba renovarse y disecar ranas no era estrictamente necesario. Además, la mayoría de alumnos coincidía en que en aquellas aulas, cosas raras pasaban... Mentira completamente, porque Elisabeth había estado más de una vez, y sabía que los demás sólo inventaban.
Pero esta vez era diferente, porque en la oscuridad, la luz rosa que salía del marco de la puerta de una clase resaltaba y le permitía ver a su alrededor. Ahora que lo miraba mejor, quizás el vertido no era rosa y tan solo era el reflejo.
"La curiosidad mató al gato, Elisabeth, no vayas"- pensaba en su cabeza, pero la intriga parecía ganar la batalla interior, por lo que, por la mirilla de la puerta, divisó cientos de botes de científico que contenían miles de líquidos de colores fluyendo a través de ellos, y vestidos de blanco y con guantes, reconoció a dos personas con las que ya había tenido un encuentro desagradable.
