Un corazón partido en dos.

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Según cuenta una antigua leyenda, hace miles de años, cuando las galaxias estaban sumidas en una era de guerra y sufrimiento, se forjó una piedra de un poder inimaginable. Era una época en la que la oscuridad parecía cubrirlo todo, donde los planetas estaban en constante conflicto y la paz se sentía como un eco distante, casi olvidado. En ese caos, un grupo de sabias brujas extraterrestres, provenientes de diversos rincones del universo, decidieron que ya no podían seguir siendo espectadoras. Ellas, que comprendían los secretos más profundos del cosmos, conocían bien el sufrimiento de las almas atrapadas en la espiral de la guerra, y con la esperanza de detener la violencia que arrasaba con todo, emprendieron la creación de un artefacto único, capaz de canalizar las emociones más puras y transformarlas en poder.

Esta piedra, que más tarde sería incrustada en un collar, tenía la facultad de absorber y amplificar las emociones intensas de su portador. No importaba si esas emociones eran de ira, tristeza, amor o esperanza. Lo que sentía el alma del portador se convertía en energía pura. Con ella, las brujas creían que cualquier guerrero podría detener una batalla, poner fin a las guerras, y restaurar la paz. Pero el proceso no fue sencillo.

El mineral utilizado era extremadamente raro y frágil, un material que parecía latir con vida propia, como si en su interior ya existiera un rastro de conciencia. La talla de la piedra fue un desafío monumental. Cada uno de sus cortes debía ser ejecutado con precisión divina, ya que cualquier error podía hacer que el mineral se quebrara y liberara energías incontrolables, destruyendo a quien osara manipularlo. Las brujas trabajaron durante años, en silencio y en la sombra, protegiendo su creación de ojos codiciosos, hasta que finalmente dieron forma a la piedra perfecta. El collar fue completado.

Sin embargo, había un precio, un destino que ni siquiera las brujas pudieron evitar. La piedra no solo absorbía las emociones del portador, también tomaba algo más, algo esencial, algo que ninguna energía del universo podía devolver: la vida misma. El portador, al utilizar grandes cantidades de energía, se debilitaba, y con el tiempo, podía llegar a morir, su vida entregada como ofrenda por la paz que intentaba lograr.

La última vez que se utilizó el collar fue hace miles de años, en un momento crítico para la galaxia. Una guerrera alienígena de un planeta lejano, un mundo que muchos creían perdido en el polvo de las estrellas, se ofreció voluntaria para llevar el collar y liberar su poder. Esta guerrera, según la leyenda, provenía del planeta A-707. Era una de las más valientes de su especie, conocida por su bondad y su deseo inquebrantable de traer paz. Sabía que usar el collar le costaría la vida, pero aun así, decidió enfrentarse al destino. La galaxia estaba al borde del colapso, y solo ella, con el poder de la piedra, podía detener la destrucción.

Con el collar alrededor de su cuello, canalizó sus emociones más profundas: su amor por su gente, su dolor por todas las vidas perdidas, su esperanza en un futuro mejor. La energía de la piedra se desató con una intensidad indescriptible, y en cuestión de minutos, las fuerzas destructivas que habían amenazado con devorar la galaxia fueron derrotadas. La paz que tanto se había anhelado finalmente se alcanzó. Pero el precio fue alto. La guerrera, habiendo dado todo de sí, cayó al suelo, su vida extinguida.

Aunque su cuerpo pereció, la leyenda dice que su alma no se perdió por completo. Una parte de ella quedó atrapada en la piedra, fusionada con el poder que una vez había liberado. Desde entonces, el collar ha permanecido en silencio, esperando a su siguiente portador. Quienes lo encuentran y sienten su peso en las manos pueden notar algo más que una joya: una presencia, una energía latente, como si la guerrera aún estuviera ahí, observando, protegiendo y esperando el momento en que el collar vuelva a ser necesario.

Ese momento había llegado ahora, y yo, Astrid, me encontraba con el collar en mis manos, sabiendo lo que estaba a punto de suceder. Mis emociones eran un torbellino imparable. Todo lo que había vivido, todo lo que había perdido, todo lo que temía, parecía concentrarse en ese pequeño objeto. El frío metal en mis manos se sentía casi vivo, como si la guerrera de la leyenda estuviera ahí, junto a mí, esperando a que tomara la decisión final.

Estrellas de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora