uno

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Jimin

Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Moví el cepillo de dientes a la parte superior izquierda. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Ahora abajo a la derecha. Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Y ahora abajo a la izquierda. Uno, dos, tres, cuatro, cinco...

Y repito el ciclo cinco veces.

Después de lavarme la cara, me puse las gafas y miré el reloj, que marcaba las 6.48 horas. Iba justo a tiempo. Cepillé mi cabello corta, asegurándome que el flequillo que dejé que me dejara la señora Arnold quedara lo más liso posible.

Suspiré, pasándole los dedos repetidamente, tratando de alisar el único pelo rebelde que se agitaba a un lado.

“Experimenta un poco. Sal de tu zona de confort. Llevas diez años con el mismo corte de pelo.” Sacudí la cabeza. Nunca debí dejar que me convenciera, pero tenía que admitir que, a pesar de la oleada de ansiedad que me provocaba, no estaba tan mal, pero suponía un cambio, y no lo llevaba bien.

“¿No puedes intentar ser normal como los demás niños?” Volví a negar con la cabeza, deseando que la voz de mi madre desapareciera.

Me dirigí a mi dormitorio para terminar de prepararme para el día. El autobús llegaría en treinta y nueve minutos, y necesitaba veinticuatro para terminar mi rutina.

Tenía veintiún años, ya no era un niño. Era independiente y fuerte, fruncí el ceño, mirando mi estantería de delantales. Era martes y el martes era el día de los delantales verdes.

Tarareé 'Somewhere Over the Rainbow', golpeando las yemas de los dedos la yema sobre del pulgar con un ritmo constante mientras miraba alrededor de mi apartamento de una habitación, sabiendo muy bien que no encontraría ese delantal. Había un espacio para cada cosa.

Volví a mirar el reloj, ahora iba dos minutos de retraso con respecto a mi horario, cogí mi mochila y cerré los ojos, respirando hondo, intentando mantener a raya mi ansiedad.

—Es solo un delantal. No es el fin del mundo —susurré para mis adentros mientras salía de mi apartamento. Volví a respirar hondo—. Solo es un delantal, Jimin.

—¿Jimin?

Me giré para ver a Mingyu cerrando la puerta de su apartamento, vestido con su mono de trabajo haciendo juego con el azul de sus ojos.

Ladeé la cabeza, una vez más distraído por el color exacto de sus ojos. Eran azul zafiro, pero con algunas motas doradas y lo que podría ser incluso algo de verde. Aunque nunca me acerqué a él lo suficiente para asegurarme.

—Estás... —Miró su reloj—. Seis minutos de retraso con respecto a tu horario.

—¡Oh! —Miré también mi reloj y me di cuenta que debí quedarme congelado en modo calmado un poco más de lo que había previsto—. Mi autobús sale en tres minutos. Necesito cinco. —Miré a mis pies, pestañeando para contener las lágrimas. Hoy iba a ser un mal día.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, ahora más cerca de mí, más cerca de lo que me sentía cómodo con la mayoría de la gente, pero con él todo iba bien.

Levanté la vista y parpadeé rápidamente.

Sus ojos se dirigieron a mi mano derecha y frunció el ceño al verme golpear las yemas de los dedos con el pulgar —una historia de tantas cosas—, pasando del mero nerviosismo al borde del colapso total.

—¿Jimin? Dime qué te pasa.

—No llevo mi delantal verde —terminé con un suspiro, sabiendo lo estúpido que debió sonar.

—Ya veo. —Alcanzó mi brazo, pero se detuvo, con la mano medio levantada, y me moví a un lado para conectar con su mano.

Me sonrió alegremente y me frotó el brazo.

Merciless Protector Donde viven las historias. Descúbrelo ahora