siete

197 42 1
                                    

Yoongi

No estaba seguro por qué le había pedido que me acompañara al club. Era arriesgado, tanto para él como para mí, introducirlo en mi mundo. No sabía por qué quería mostrarle todo, toda la extensión de mi oscuridad. Quizá porque, a pesar de la forma en que nos conocimos y de los horrores que había oído, seguía sin verme como un monstruo.

Sus ojos eran siempre inquisitivos, y a veces recelosos, pero nunca temerosos o repulsivos, y de algún modo me encantaba verme a través de ellos.
¿Me seguiría mirando así después de aquello? ¿Me aceptaría plenamente como nunca lo había hecho nadie?

Suspiré y pasé la mano por mi cabello. No tenía sentido cuestionarlo ahora que estaba sentado a mi lado en el coche, mirando por la ventanilla como si la vista del suburbio de Daegu le fascinara, y tal vez así fuera.

Con él no tenía forma de saberlo con certeza, pero lo que me complacía era que sus manos descansaban tranquilamente sobre su regazo. No jugaba con los dedos ni se limpiaba las manos en los pantalones, lo que me llevó a pensar que se estaba sintiendo más cómodo ante mi presencia.

Sonreí un poco.

—Lo has mimado realmente, ¿sabes? —dijo de sopetón.

Era algo a lo que sabía que me costaría acostumbrarme. Parecía hablar en medio de sus pensamientos, como si todo estuviera tan claro para nosotros como para él.

—¿A quién he echado a perder? —Dudaba que estuviera hablando de Seho, a pesar de ser cierto. Él no sabía cuánto lo había protegido a lo largo de los años. Dudaba que le importara si alguna vez se lo decía, y tal vez no debería haberlo protegido tanto.

—Sr. Snuggles. Le compraste más de lo que necesitaba.

—Ah, ya veo. —El gato, por supuesto que se trataba del gato. ¿Era siquiera normal estar celoso de un maldito callejero lisiado? —No tengo la menor idea qué hacer con una mascota. Le pedí a uno de mis hombres que fuera a la tienda y consiguiera todo lo que el vendedor le dijera que necesitarías.

—Te engañó. Debió ser evidente que no sabría nada. —Se quedó callado unos segundos y luego añadió—. Pero agradezco el gesto. Significa mucho para mí.

—Entonces no me importa que me engañe la vendedora sin escrúpulos.

Se volvió hacia mí, notaba sus ojos a un lado de mi cara y fue todo lo que pude hacer para no devolverle la mirada. Él rehuía las miradas directas, pero yo disfrutaba sintiendo sus ojos clavados en mí.

—Creo que le gustará estar aquí.

Asentí con la cabeza.

—Bien. Quiero que se sienta cómodo aquí. —Y tú. Quiero que te guste estar aquí.

—¿Por qué? No te cae bien.

Miré hacia él, pero ya estaba mirando de nuevo por la ventanilla.

—No, no es él quien me gusta

—¿Quién te gusta?

Suspiré y negué con la cabeza.

—¡Oh! ¿Yo?

Solté una pequeña carcajada, frotándome la nuca. En este momento, me sentía como un adolescente.

—No veo por qué, no soy muy agradable.

Estaba a punto de corregirlo cuando volvió a hablar.

—Oh, ¿ese es el Tea Party Ships & Museum?

—Lo es. ¿Te gustaría ir?

—Sí.

—Podemos ir algún día. —Asentí. Conduje hasta la calle trasera del pub y pulsé un botón en mi coche que abría la puerta metálica del garaje que había construido solo para mí.

Merciless Protector Donde viven las historias. Descúbrelo ahora