epilogo

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Yoongi

Un año después

—Os declaro esposos. Ya pueden besarse. —anunció el sacerdote, y yo solté un resoplido de alivio.

Pude soltar la tensión que había mantenido durante toda la ceremonia y, en cierto modo, agradecí que Jimin se hubiera opuesto a mi deseo de celebrar una boda ostentosa, que incluyera la ceremonia en la Catedral de Holy Cross, en favor de una boda mucho más pequeña en la Iglesia Old South, para que fuera mucho más fácil proteger y evitar invitados indeseados, como Seho.

También había comenzado a creer que Jimin estaba en lo cierto, que Seho podría haber seguido adelante después de todo y que estaba viviendo su vida lejos de nosotros, pero eso había sido antes que recibiera la noticia de nuestra boda, y el rastreador me había anunciado su regreso a suelo coreano, y a esta iglesia, hacía menos de veinticuatro horas.

Esperaba que irrumpiera en la iglesia y nos arruinara el día, en su santurrona locura, pero no lo hizo, o quizá lo intentó y uno de los hombres que Namjoon colocó fuera lo sacó. Habían sido autorizados a sacarlo, apenas lo vieran.

Sacudí la cabeza y tiré de Jimin hacia mí. No era el momento.

—Min Jimin, esposo mío—susurré contra sus labios antes de besarlo mucho más a fondo de lo que era loable en la casa de Dios.

Los pocos invitados que teníamos reían y ululaban mientras Namjoon y Inha nos obligaban a separarnos.

Este año había sido el mejor para nosotros, y aunque sabía que Jimin crecería en su papel a mi lado, nunca pensé que llegaría a la fase en que los demás la querían y respetaban como lo hacían. Sonreí mientras Inha acomodaba el cabello de mi recién estrenado esposo. Inha, una de las chicas de The Rabbit Hole, y la mejor amiga de Jimin. Me gustaba Inha. Era una buena mujer, y sus elecciones profesionales no cambiaban ese hecho, y por supuesto, no era algo que Jimin considerara siquiera.

Era lo que lo hacía tan único, mi Jimin, solo el corazón de las personas le importaba y todos los factores externos no tenían valor, lo que tenía que admitir que era una bendición para mí.

—¿Cómo te sientes siendo marido? —me preguntó mientras caminábamos por el pasillo hacia el coche que nos esperaba para llevarnos al salón de recepciones.

—Nunca quise ser marido, solo quiero ser tuyo, y esta noche te enseñaré lo que se siente.

—Quiero un bebé —dijo con tal desparpajo después de sentarse en el coche que casi me salto el escalón.

—¿Qué has dicho?

Me dedicó la sonrisa pícara que solo me dedicaba cuando estábamos juntos.

—Quiero que hagamos un hijo.

Mi polla se convirtió casi de inmediato en un semental al pensarlo. Señor, ¿quién me iba a decir a mí que tenía una obsesión reproductora? Gemí, cerrando los ojos, queriendo calmarme, pero todo lo que podía ver era a él sentado en mi regazo ahora mientras lo llenaba con mi polla, al diablo con su hermoso traje.

—Me estás torturando, esposo —murmuré, rechinando los dientes—. Tienes suerte que no tengamos tiempo, o te follaría aquí mismo y te haría un bebé.

Humedeció sus labios y rozó sus piernas. También había ganado confianza sexual en el último año y no dudaba en pedir lo que quería, y estaba encantado de complacerlo.

—Lo dices como si fuera algo malo.

Sabía que no debía seguir por ese camino, no cuando estábamos a menos de cinco minutos de nuestro destino, y sin embargo no pude evitar preguntar.

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