CAPÍTULO 1

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La sala del hotel estaba en completo silencio. Elizabeth dormía profundamente en una habitación cercana, y Alastor, con el peso de lo ocurrido, se había sentado en medio de todos los que lo consideraban su familia. Husk, Ángel, Niffty, Vaggie... todos estaban allí, reunidos, expectantes. El aire era denso, cargado de una tensión que parecía no poder romperse.

Alastor, con la mirada perdida en algún punto del suelo, comenzó a hablar. Su voz no tenía la habitual vitalidad, sino un tono apagado, como si cada palabra que pronunciaba le costara una parte de sí mismo. Les contó lo ocurrido, desde el instante en que presintió algo en la junta, hasta el momento en que llegó al castillo y encontró a los ángeles exterminadores y el cuerpo de Charlie, inerte en el suelo.

Describió el combate, la rabia descontrolada que lo había consumido, las llamas que devoraron el castillo, y, finalmente, cómo enterró a Charlie con sus propias manos. Cada palabra era como una daga para quienes lo escuchaban. Cuando terminó, la sala quedó sumida en un silencio aterrador. Nadie sabía qué decir. Nadie podía comprender del todo el dolor que él sentía.

Vaggie, con los ojos encendidos por la frustración y la impotencia, fue la primera en moverse. Caminó directamente hacia Alastor, y antes de que nadie pudiera detenerla, le propinó una bofetada que resonó por toda la sala. El golpe fue fuerte, directo, y la tensión en el aire pareció estallar en ese instante.

Todos miraron a Alastor, esperando alguna reacción. Todos conocían su temperamento, su carácter, y el hecho de que alguien lo golpeara solía tener consecuencias. Pero lo que ocurrió no fue lo que esperaban.

Alastor no se movió. La sonrisa que siempre adornaba su rostro seguía allí, pero era una sonrisa vacía, frágil. Su mejilla estaba enrojecida por el golpe, pero él no reaccionó con furia, ni con esa habitual chispa de malicia. Simplemente, la sonrisa tembló, y luego se deshizo cuando una lágrima rodó por su rostro.

-No importa -dijo en un susurro, su voz quebrándose-. Ya nada importa.

Las lágrimas comenzaron a caer con más fuerza, pero la sonrisa seguía ahí, retorcida, como si estuviera tratando de aferrarse a la última máscara que le quedaba. Finalmente, el peso de todo lo ocurrido lo alcanzó. Su cuerpo tembló, y sin poder contenerlo más, rompió en llanto, abrazando sus propias rodillas, hundido en su dolor.

Todos lo miraron, sorprendidos y desconcertados. Alastor, el siempre imperturbable, el poderoso, ahora estaba roto ante ellos. Y aunque la sonrisa seguía en su rostro, era evidente que se estaba desmoronando por dentro.

Nadie dijo nada. Vaggie, con la mirada cargada de enojo, lo observó por unos segundos, llena de rabia contenida. Finalmente, se arrodilló frente a él, su voz saliendo en un susurro lleno de reproche:

-No la defendiste... No la protegiste.

Esas palabras atravesaron a Alastor como un puñal, y, por un segundo, el dolor en su rostro se transformó en una furia descontrolada. Sus ojos brillaron con una intensidad peligrosa, su sonrisa desapareció por completo, reemplazada por una expresión de ira profunda.

-¡¿Crees que no lo sé?! -gritó, su voz resonando con una furia que nunca antes había mostrado-. ¡Si fuera posible, estaría yo ahí abajo y no ella! ¡Yo me hubiera muerto en su lugar sin dudarlo un segundo!

Se levantó bruscamente, su figura temblando por el enojo y la frustración.

-¡¿Tú crees que no daría cualquier cosa por haber estado allí, por protegerla?! -continuó, su voz quebrándose entre la furia y el dolor-. ¡Daría mi vida mil veces para que ella estuviera aquí ahora, con nosotros, con su hija!

Las lágrimas caían nuevamente, pero esta vez eran lágrimas de rabia, de impotencia. La sala quedó en silencio otra vez, y nadie supo qué decir. Alastor, con los puños apretados, intentaba contenerse, pero el dolor era insoportable.

Un Amor Marcado Por El exterminioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora