Los días pasaron, y Alastor ya no podía dormir como antes. Se había acostumbrado a la vigilia, y ahora necesitaba varias tazas de café para mantenerse despierto tanto de día como de noche. Sin embargo, incluso con el café, el cansancio se le acumulaba, y a veces, cuando lograba permanecer despierto, el mismo maldito sueño volvía una y otra vez: Charlie lo acusaba por su muerte. Alastor intentaba defenderse, negando con lágrimas en los ojos. Pero el final siempre era el mismo: se despertaba sudando, el corazón latiéndole con fuerza.
Para distraerse, había desarrollado la costumbre de caminar por el hotel durante la madrugada, cuando la actividad demoníaca se reducía. Algunos demonios somnolientos bebían café en el lobby, otros leían o se paseaban sin rumbo. Esas noches, el silencio era un bálsamo, pero también un recordatorio. Cada rincón del hotel le traía recuerdos de Charlie, y aunque se esforzaba por contenerlo, el dolor siempre lo alcanzaba, hasta que las lágrimas resbalaban silenciosamente por su rostro.
Pero nunca recurrió al alcohol. Aunque Husk lo intentara convencer en más de una ocasión, Alastor prefería recordar a Charlie con claridad, incluso si eso lo destrozaba. Beber solo le traería arrepentimientos, y prefería evitar ese abismo.
Las reuniones con el Cielo se habían vuelto más frecuentes, lo que implicaba que pasaba menos tiempo con Elizabeth. Era una idea que lo torturaba, pero no tenía opción. La justicia por Charlie, por la promesa rota, requería su presencia, aunque eso significara no ver a su hija crecer.
Los días se convirtieron en meses, y ahora Alastor se encontraba en una de esas reuniones. Los cielos parecían tan lejanos y fríos, y cada vez que los visitaba, sentía como si una parte de él se alejara de la calidez de su vida en el hotel. Emily, la pequeña que solía acompañarlo en estos encuentros, estaba como siempre a su lado. Era como una sombra constante, jugando con algún objeto brillante que había encontrado o preguntándole cosas que lo hacían detenerse a pensar, aunque fuera por un momento.
—¿Por qué vienes tanto aquí? —preguntó Emily con la naturalidad de una niña que no entiende del todo el peso de sus palabras—. Siempre vienes... ¿por qué?
Alastor la miró, su rostro mostraba el cansancio de noches sin dormir, pero sus ojos aún brillaban con esa chispa que nunca perdía. Se tomó un momento antes de responder.
—Vengo... para hacer justicia por alguien que amé mucho —dijo, su voz más suave de lo habitual—. Alguien que ya no está.
Emily lo miró con curiosidad, dejando de lado el juguete por un momento.
—¿La extrañas?
Alastor asintió lentamente, mirando al horizonte celestial, donde las nubes parecían tan perfectas que dolía.
—Todos los días —respondió en voz baja.
El silencio se extendió entre ambos, roto solo por el eco lejano de las voces angélicas que discutían cosas que, en ese momento, le parecían irrelevantes. Emily, con su naturalidad infantil, se acercó más a él y tiró de su manga.
—Tienes ojeras —comentó—. No deberías estar tan triste, ¿sabes? Yo a veces también estoy triste, pero luego juego y se me pasa.
Alastor sonrió con cansancio, observándola con una mezcla de ternura y melancolía. No podía evitarlo, había algo en ella que le recordaba a Elizabeth. No era solo su energía o su curiosidad, había algo en su forma de mirar, en sus gestos.
—Te pareces un poco a mi hija, ¿sabes? —dijo de repente, sus palabras saliendo antes de que pudiera detenerlas.
Emily lo miró, con los ojos grandes y sorprendidos.
—¿De verdad? —preguntó, ladeando la cabeza como si intentara ver en él algo que le diera más pistas sobre esa hija de la que hablaba—. ¿Cómo es ella?
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Un Amor Marcado Por El exterminio
RomanceEn un infierno donde las reglas han cambiado, Charlie, la optimista heredera del reino, logró lo imposible: convencer al Cielo de su proyecto de redimir almas condenadas a través de su Hotel de Redención. Ahora, casada con Alastor, el temido y miste...