CAPITULO 3

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Alastor despertó de golpe, el sudor frío resbalaba por su frente mientras jadeaba con fuerza. Esa maldita pesadilla, siempre igual. El rostro de Charlie, acusándolo, llenándolo de culpa, lo perseguía cada noche sin tregua. Sentado en la cama, miró a Elizabeth, que aún dormía plácidamente a su lado, con su respiración suave y tranquila. Verla tan pacífica le recordó que, a pesar de todo, había algo bueno en su vida. Pero el peso de sus sueños lo seguía aplastando, y sabía que no podría volver a dormir.

Deslizándose de la cama con cuidado de no despertarla, se levantó y salió al pasillo, cerrando la puerta tras él en silencio. Caminó por los corredores del hotel hasta llegar a la cocina, donde encendió las luces tenues y comenzó a preparar una taza de café cargado. Se apoyó en la encimera, esperando que el líquido negro estuviera listo.

Cuando finalmente tuvo la taza en sus manos, dio el primer sorbo, pero no fue suficiente para calmar la angustia que lo oprimía. Sus pensamientos regresaron al pasado, a Charlie, y a la promesa rota de mantenerla a salvo. Sus dedos se apretaron alrededor del mango de la taza mientras la música de sus propios recuerdos empezaba a resonar en su mente.

Sin pensarlo, Alastor comenzó a tararear suavemente una melodía que hacía mucho no cantaba. Las palabras salieron de su boca casi por inercia, y sin darse cuenta, empezó a cantar, con una tristeza que lo desgarraba desde dentro.

"Amor como el nuestro, no hay dos en la vida..."
Se llevó la taza a los labios nuevamente, sus ojos fijos en la ventana, donde las luces del infierno parpadeaban a lo lejos.

"Por más que se busque, por más que se esconda..."
Tomó asiento en una de las sillas, sus manos temblaban un poco mientras mantenía el café cerca. Sus ojos se cerraron por un segundo, intentando no pensar en el rostro de Charlie, pero las palabras lo traían de vuelta.

"Tú duermes conmigo toditas las noches..."
Alzó la mirada al techo, como si hablara directamente al cielo, pero lo único que lo escuchaba era la inmensidad del silencio del hotel.

"Te quedas callada sin ningún reproche..."
Recordó cómo Charlie siempre había sido fuerte, incluso cuando las cosas empeoraron. Ese silencio que lo atormentaba, ahora se sentía como una daga en su pecho.

"Por eso te quiero, por eso te adoro..."
Se levantó, dando pequeños pasos por la cocina, el peso de la soledad más abrumador con cada palabra que salía de sus labios.

"Eres en mi vida todo mi tesoro..."
Sus dedos se apretaron alrededor del borde de la encimera, cerrando los ojos mientras cantaba con más fuerza, la canción intensificando su dolor.

"A veces regreso borracho de angustia..."
Las palabras resonaban más con su propio sufrimiento. No necesitaba alcohol para sentir el peso del dolor, cada noche en la que soñaba con Charlie era suficiente para emborracharlo de culpa.

"Te lleno de besos y caricias mustias..."
Recordó aquellos días, antes de que todo se desmoronara, cuando Charlie todavía estaba a su lado. Las caricias vacías que ahora no servían de nada. Sólo eran recuerdos que lo perseguían.

"Pero estás dormida, no sientes caricias..."
Giró la cabeza hacia la puerta, sabiendo que Elizabeth seguía dormida. Ella no conocía todo el tormento que cargaba su padre, y Alastor hacía todo lo posible para que nunca lo supiera.

"Te abrazo a mi pecho, me duermo contigo..."
La imagen de Charlie en su mente se mezclaba con la de su hija. Él, abrazándolas, pero al final, ninguna estaba realmente allí. El vacío que sentía era insoportable.

"Mas luego despierto, tú no estás conmigo..."
Las lágrimas finalmente comenzaron a caer por sus mejillas, mientras cantaba con la voz quebrada. Se sentía impotente, incapaz de cambiar el pasado, de traerla de vuelta.

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⏰ Última actualización: Oct 20 ⏰

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