Los demonios no se han ido

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Implantaron un fogón en mi cabeza,

asando mis despellejadas ideas;

una borrina para nublarme,

y hacerme adorar al que mi muerte desea.

Forzaron mi mano, para apuñalar a mi mascota.

¡Ya déjenme, monstruos del ayer!

Aún fuertemente me azotan...

Uno de ellos profanó la tumba de mi abuela;

robó del ataúd sus bufandas y tejidos;

se presentó en mis sueños,

y disfrazado de ella, me abrazó para decirme:

"No llores más, querido".

La muerte, con su encanto burdo,

se acostó desnuda en mi colchón,

para ahogarme con sus fríos muslos...

Ella, la gran muerte, era la emperatriz;

madre de los demonios y abuela de las lilim;

las esfinges que se vestían como mis primas,

haciéndome verlas con lujuria,

las musas clandestinas que tientan por un mísero capricho,

a las cuales el dios más misericordioso repudia...

Y definitivamente, llegaron para quedarse;

en el cielo, que es lo primero que veo por las mañanas,

está vigente una musa maléfica que lo cubre, y que al son del viento estornuda,

que en las noches hace oscurecer el cielo,

con su vestido negro de viuda.

Sus quejidos se oyen en el ruido de mi lápiz al frotarse con el papel.

Son artistas que dibujan la maldad de cada nación,

y a mi pobre patria la dibujaron ellos mismos,

trazando una fea línea con crayón.

Me acerqué a curanderas,

a exorcistas y sabios chamanes,

y todos me responden con los mismos refranes.

Me dicen que soy yo el problema,

un ente que, de algún lado, se escabulló,

que estaba poseyendo un cuerpo ajeno,

y hasta hoy me cuesta creer que el demonio soy yo...

Ángel de SodomaWhere stories live. Discover now