II. La línea del abismo

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Dirijo mi mirada hacia el agujero y un par de segundos después mi cuerpo.

Es la hora.

Me aferro a la pared de piedra del torreón antes de dar el primer paso al parapeto. Tomo aire por la nariz y lo suelto lentamente por la boca. No hay vuelta atrás; tengo solo dos opciones: avanzar hasta el final o caer al vacío, y la verdad es que la primera opción se ve mucho más apetecible.

Intento no mirar hacia abajo, enfocando mi mirada en las piedras que se extienden ante mí. Un escalofrío recorre mi espalda mientras avanzo, dejando atrás a Xaden y a Liam.

He entrenado con Xaden y Liam varias veces equilibrio. Se puede decir que se me daba bastante bien, pero las alturas... No son para nada mi fuerte. Suena irónico ¿Verdad? ¿Qué hace una chica con fobia a las alturas pasando al cuadrante de jinetes donde será entrenada para montar un dragón? Pues eso mismo me pregunto yo, pero no tengo otra opción.

Las piedras mojadas son un laberinto traicionero y cada paso se siente como una batalla contra la gravedad. Mis botas no son de jinete, pero sorprendentemente la suela agarra mejor de lo que había imaginado.

Un grito lejano resuena varios metros adelante, como un eco de mis propios temores.

Joder, Christa.

— ¡Christa! —grito, mi voz temblando con la brisa.

— ¡Estoy bien! ¡Ha sido el que iba delante! —me grita de vuelta, su voz un alivio en mi creciente ansiedad.

Ando dos pasos más y levanto la vista para ver la figura de Christa parada a lo lejos. Por culpa de la lluvia se ve mucho peor.

Al volver la vista a las piedras cometo el error de mirar hacia abajo, al vacío. Mi corazón comienza a latir frenéticamente, una mariposa atrapada en un frasco. Siento un hormigueo ascendiendo por mis manos, como si mis propios dedos quisieran escapar.

Joder ahora no.

Cierro los ojos con fuerza, inhalando profundamente por la nariz y exhalando lentamente por la boca, como si cada respiración pudiera liberar el nudo de ansiedad que me oprime el pecho. A pesar de mis intentos, las náuseas acechan en las sombras.

Vuelvo a abrir los ojos pero no puedo seguir adelante.

En un último esfuerzo por distraerme, empiezo a cantar, una melodía que desde pequeña me había proporcionado consuelo. La letra, aunque familiar, suena lejana, como si la estuviera recitando en un sueño.

— There was a king

Living carefree

He wanted the world he wanted everything

A medida que mi voz apenas susurra la letra, la música se convierte en un refugio. Con cada palabra, el ritmo comienza a calmar el tamborileo frenético de mi corazón. Las notas parecen deslizarse suavemente en el aire, creando una burbuja a mi alrededor que me aleja del abismo.

La canción fluye, y con cada verso, me siento más anclada. Los recuerdos de mis noches con mi abuela emergen, llenando el aire con la fragancia de su abrazo y el calor de su risa.

— The son grew like weeds

He soon was eighteen

He ventured outside of the castle to see

The faces so gaunt

The dead in the streets

They cried out for help but nobody could hear

Los glaciares ojos de una diosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora