Para amarte mejor

176 11 2
                                    

Suena una notificación.

Me descubro la cara y alcanzo mi celular. Al leer el mensaje salto de la cama.

«Caro hablemos por favor».

Ahogo un grito de emoción.

«¿Dónde estás?». Respondo inmediatamente mientras tiro mi celular lejos.

Dios. Mío. Qué. Estoy. Haciendo.

Vuelve a sonar una notificación. Decir que volé hacia el celular no sería exageración.

«Espérame».

Va a venir.

Ya?

Corro escaleras abajo mientras por mi mente pasan un montón de preguntas.

¿Estamos haciendo bien? ¿Era eso lo que la señal quería decirme? ¿Vamos a salir de esta juntos? ¿En realidad me conviene?

No sé. No sé ninguna de las respuestas y por ahora no me interesan mucho.

Busco las llaves de la casa y abro la puerta. Me quedo en el marco esperando con los brazos cruzados, hace un poco de frío así que tengo puesto un hoodie.

No sé si me vea muy destruida. No estoy pensando en nada.

Tengo los nervios a flor de piel, no sé cómo vayamos a reaccionar al vernos otra vez después de... Todo eso. Después de un tiempo que para mí fue eterno.

Pasan un par de minutos y escucho un carro parqueándose.

Lo veo a lo lejos, viene casi corriendo y mi corazón se acelera.

Cuando va a mitad de camino hasta la entrada no aguanto y corro hacia él.

Me recibe con los brazos abiertos y me carga, envuelvo mis piernas en su torso y lo abrazo por el cuello.

—Mi amor... —susurra.

—Perdóname, Salo... —le digo con los ojos vidriosos.

—Perdóname tú a mí —responde aferrándome más a él.

Entramos a la casa y nos sentamos en el sofá sin soltarnos.

Quedo sentada sobre sus piernas, me separo del abrazo y lo miro a los ojos.

Lo miro como si fuera un milagro. Mi milagro.

Se ve cansado, sus ojos tristes, pero vuelven a brillar. Se me arruga el corazón.

—¿Cómo estás? —me pregunta.

—¿Tú enserio me estás preguntando eso? —respondo mientras me río entre lágrimas.

También se ríe.

—No creas, yo también estoy así.

Acaricio su rostro mientras sonrío como boba.

—No sabes lo que te extrañé Salomón Villada —le confieso.

—No más que yo, casi me matas Carolina.

Eternamente, tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora