Maldita

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Anthony 

El salón de baile estaba igual de sofocante que siempre. Las mismas conversaciones insípidas, los mismos juegos de miradas que pretendían ser sutiles pero resultaban demasiado obvios. Ya ni siquiera me molestaba en fingir interés en este tipo de eventos. Desde mi lugar junto a Benedict, me limitaba a observar el desfile interminable de rostros conocidos que cruzaban el salón, todos demasiado perfectos, demasiado ensayados. La temporada social en Londres era repetitiva hasta el agotamiento.

Y entonces, algo cambió.

Sentí el cambio en la atmósfera incluso antes de mirar hacia la escalera. El murmullo que llenaba el salón se convirtió en susurros más tensos, miradas rápidas y disimuladas hacia un mismo punto. Alcé la vista y la vi. Una figura, diferente a las demás, apareció en lo alto de las escaleras.

Ella estaba allí, envuelta en un aire de misterio y algo más oscuro.

—¿Esto va en serio? —dijo Benedict a mi lado, con esa risa fácil que siempre tenía ante lo insólito—. Sacaron al monstruo... al parecer.

Solté una risa por lo bajo, sin pensar demasiado en lo que decía. Era casi automático. Seraphina Bennet, la hermana de la impecable Ophelia, la hermana que siempre permanecía oculta. Sabía lo que se decía de ella, de su cicatriz, del encaje que siempre cubría su rostro como si fuera una viuda de luto. "La dama maldita", decían algunos. "La que vive recluida en la torre", decían otros, como si se tratara de un personaje de una novela gótica.

Y sin embargo, allí estaba, bajando lentamente las escaleras bajo el escrutinio de todos. Incluso el mío.

Noté el leve codazo de Eloise a mi costado, sacándome de mi ensimismamiento. Me giré hacia ella, fingiendo ignorar su mirada de reproche, pero luego fue el turno de mi madre.

—¡Anthony! —me recriminó Violet en voz baja—. No deberías reírte de eso.

Claro que no debía, pero era fácil caer en los comentarios mordaces cuando todos en esta sala parecían disfrutar del mismo deporte cruel. Observé nuevamente a Seraphina mientras descendía, con esa extraña mezcla de dignidad y vergüenza, el encaje ocultando la cicatriz que todos sabían que estaba allí. A pesar del velo, podía ver la forma en que mantenía su cabeza erguida, aunque era imposible ignorar las miradas de reojo y los murmullos que se intensificaban a su paso.

Había algo inquietante en la forma en que se movía. Como si se tratara de una sombra que cruzaba el salón. Toda la sala estaba expectante, pero nadie se atrevía a mirarla directamente.

Y, aún así, no pude apartar la vista.

Seraphina Bennet bajaba las escaleras como si hubiera aprendido a caminar en un mundo donde cada paso era observado, juzgado. Pero lo que más me desconcertó no fue su cicatriz o el velo que la ocultaba, sino su porte. Había algo en ella que, a pesar del halo de tragedia que la rodeaba, exudaba una extraña fortaleza. Una resiliencia que ninguna de las jóvenes perfectas de esta sala parecía poseer.

—¿Quién la invitó? —murmuró Colin con un tono sarcástico—. Pensé que prefería la compañía de los fantasmas en su torre.

—Colin —reprochó mi madre nuevamente, pero sin mucha fuerza. Incluso ella parecía intrigada.

A pesar de su fama, o quizá precisamente por ella, Seraphina había capturado la atención de todos en el salón. Las sonrisas fingidas se congelaron en los rostros de los caballeros que, segundos antes, habían estado conversando sobre la última moda en los chalecos. Las damas, que nunca perdían la oportunidad de comentar sobre los últimos rumores, ahora guardaban silencio, como si la presencia de Seraphina hubiese arrebatado el aire del salón.

Y entonces, me di cuenta de algo que me hizo sentir incómodo.

Seraphina no solo había capturado la atención de la sala. Había capturado la mía.

Mis ojos siguieron sus pasos, más por curiosidad que por cualquier otra cosa, o al menos eso quise decirme. Pero la forma en que se desplazaba, la manera en que parecía inmune a la marea de juicios que la rodeaban... era como si ella supiera algo que el resto de nosotros no sabíamos.

—No la mires tanto, hermano —bromeó Benedict con su tono burlón—. Podrías acabar maldito tú también.

Le lancé una mirada de advertencia, pero no respondí. No tenía ganas de seguir el juego.

Seraphina finalmente llegó al pie de las escaleras, y por un momento, pareció dudar. Como si no supiera exactamente a dónde dirigirse. Y luego, en un movimiento inesperado, sus ojos se cruzaron con los míos.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

No supe qué hacer. No estaba preparado para la intensidad en su mirada, ni para la frialdad que transmitía, aunque no era una frialdad vacía, sino una mezcla de resignación y desafío. Era una mujer acostumbrada a que la juzgaran, y sin embargo, parecía desafiar a todos en esa sala a que lo siguieran haciendo.

—Baila con ella —dijo Eloise, susurrando apenas lo suficiente para que yo la escuchara—. Romperás el hechizo, ¿no?

Sentí mi mandíbula tensarse, pero antes de que pudiera responderle, la propia Seraphina comenzó a caminar hacia mí. No hacia Benedict ni hacia los otros hombres que intentaban evitar su mirada. Hacia mí.

Todo el salón parecía contener el aliento mientras se acercaba. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, hizo una leve reverencia. No dijo nada. Tampoco sonrió.

—Anthony Bridgerton —dijo finalmente, su voz más baja de lo que esperaba—. ¿Me concedería este baile?

Los murmullos a nuestro alrededor se hicieron más fuertes, como si nadie pudiera creer que ella se atreviera a pedírmelo. Pero yo no podía apartar la vista de sus ojos. O de esa cicatriz que el encaje apenas ocultaba.

Sin pensarlo demasiado, extendí mi mano.

—Sería un honor —respondí, sorprendiéndome incluso a mí mismo.

Los susurros se intensificaron.

La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora