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Kukai ajustó el auricular en su oído mientras miraba el reloj de su muñeca. Estaba acostumbrado a manejar tareas de seguridad para personas influyentes, pero hoy era diferente. Hoy, él y Mihar habían sido contratados para trabajar para un miembro de dos de las familias más ricas del país. Trafalgar D. Water Law había sido claro en sus instrucciones: cuidar de su prometido como si su propia vida dependiera de ello. Ace, había dicho, es lo más importante en mi vida y exijo que todos sus deseos sean cumplidos.

Kukai había esperado encontrar a un joven mimado, tal vez un poco altanero, acostumbrado a los lujos y caprichos de la vida que su pareja podía ofrecerle, no le sorprendería encontrar un desprecio por las reglas del sentido común. Era común en su línea de trabajo. La mayoría de las veces, los hijos de familias adineradas resultaban ser más un dolor de cabeza que una responsabilidad que disfrutar.

Cuando Mihar, el chofer, estacionó frente a la imponente casa de los Newgate, ambos hombres intercambiaron una mirada. La propiedad era masiva, una fortaleza en sí misma. Las paredes de piedra blanca y los jardines perfectamente cuidados proyectaban la imagen de una familia con un estatus imposible de ignorar. Sin embargo, el hecho de que estuvieran en la casa de Edward Newgate añadió una capa de seriedad al asunto. La leyenda viva, el "Rey del Ejército", no dejaba nada al azar. Si ellos estaban allí, era porque había dado su aprobación.

El chico portaría el poder de dos familias icónicas del continente, Trafalgar D Newgate Ace, sería la persona con más poder a la que sirvieran.

—Espero que el chico no sea un problema— murmuró Mihar mientras apagaba el motor de la Hummer H3 gris, el último de los vehículo que Trafalgar había proporcionado.

Kukai se encogió de hombros mientras tecleaba el aviso al Coronel Trafalgar. —Los hijos de familias ricas casi siempre lo son. Imagino que estará acostumbrado a hacer lo que le venga en gana y con el poder que tiene su prometido, uff—.

Mihar asintió, con la misma expectativa. Ambos estaban acostumbrados a trabajar con jóvenes arrogantes, aquellos que creían que el mundo les pertenecía por derecho y todo estaba a sus pies.

Cuando la puerta de la casa se abrió, la primera sorpresa del día los golpeó, ahí, en la puerta, un chico bajito y delgado sostenía un bastón que temblaba ligeramente, su carita estaba adornada con una sonrisa tímida, parecía un ángel, uno muy hermoso. Tal vez por eso lo contrataron en esta mansión a pesar de ser ciego, pensaron ambos, aún embobados por su belleza.

—Buenos días —dijo Ace suavemente, su voz temblando levemente. —Perdón por no haberles abierto antes, no encontraba mi bastón. ¿Quieren pasar? He preparado algo de café y pan dulce—. Su voz sonaba avergonzada. —Aun que si no les gusta el café también puedo ofrecerles té— se apresuró a agregar.

Los dos hombres se miraron brevemente antes de asentir, aún desconcertados. El chico parecía más nervioso que ellos, un marcado contraste con la imagen que tenían de alguien comprometido con un magnate desalmado como Trafalgar D Law, ¿Tal vez era un empleado?

Kukai, acostumbrado a mantener una actitud profesional, aceptó la invitación con un leve movimiento de cabeza. —El café está bien, gracias, señor...— comenzó, pero Ace, sin captar su vacilación, ya se estaba dirigiendo hacia la sala, dejándolos con la pregunta en el aire.

[...]

Cuando se sentaron a la mesa, Mihar seguía esperando que el verdadero prometido de Trafalgar entrara. Tal vez esta era solo una broma, una primera impresión engañosa, pensó, seguro les gritaría a ellos y al chico por entrar a su casa o humillara al chico por recibirlos tan amablemente.

El solo pensar que aquel prepotente joven le hiciera daño al ángel de ojos grises le hacía hervir la sangre de rabia.

Por su parte Ace era ageno a todo, tratando de calmar su nerviosismo con el té, Law decía que era bueno para relajarse.

Ojos grisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora