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El Baratie era un lugar bullicioso, lleno de comensales que disfrutaban de sus platos con alegría y gratitud. Fundado sobre un sueño que un niño llamado Ace había imaginado muchos años atrás, el restaurante se había convertido en un refugio para los hambrientos y aquellos que buscaban buena comida con un ambiente acogedor.

La comida no se le niega a nadie, sin importar si puede o no pagarla. Ese es el orgulloso lema del Baratie.

Sin embargo, todo ese calor humano pareció evaporarse cuando Trafalgar D. Water Law entró por la puerta.

El aire pareció volverse pesado de inmediato. El legendario "Cirujano de la Muerte" había llegado, y su reputación lo precedía. Letal, sanguinario, frío... un hombre implacable que trataba la vida de los demás con indiferencia, como si fuera solo otro instrumento en sus manos. Nadie entendía por qué estaba allí, pero la tensión en el Baratie era palpable. Algunos comensales se escabulleron bajo las mesas o buscaron cualquier rincón donde esconderse, convencidos de que el demonio había venido a por una nueva víctima.

Los rumores sobre su frialdad y métodos sádicos se extendían en todos los rincones del submundo. Y ahora, allí estaba, de pie en medio del restaurante, con su porte imponente y su mirada glacial recorriendo a cada uno de los presentes como si ya supiera quién sería su próxima víctima.

Law, no era ajeno a la impresión que estaba causando, simplemente no le importa, él caminaba con su porte usual: confiado, serio y con una mirada afilada como cuchillas. Su imponente presencia llenaba el espacio y, para los presentes, se sentía como si la guadaña de la muerte estuviera rozando sus cuellos. Sin embargo, para él, esta era simplemente una misión importante: organizar una sorpresa que pudiera alegrar a Ace y aliviar el peso de las culpas que su esposo llevaba.

Fiel a su palabra, Law no solo había mimado a Ace hasta lo absurdo aquel fin de semana, él también había investigado más sobre lo que su esposo no podía dejar atrás. Ace-ya, te juro que yo te haré feliz y aligerare el peso de tus miedos.

Lo haría como un juego, una búsqueda del tesoro, algo que todos los involucrados pudieran disfrutar.

Law dio un paso más hacia el centro del restaurante, su expresión inmutable, sabía que con la atención puesta en él, su equipo se había infiltrado con éxito, solo por su acaso. Cuando habló, su voz era baja pero clara, cada palabra cargada de una gravedad escalofriante. A pesar de que sus intenciones eran amables, su tono solo incrementaba la tensión.

—Busco a tres hombres— dijo Law, dejando que el silencio llenara el espacio entre sus palabras. —Rubio, Cejas rizadas, peliverde— Enumero con sus dedos, un pequeño movimiento de un joven mesero delató la ubicación de los tres.

Al acercarse al mostrador, sus ojos dorados se posaron en Zeff, Sanji, y Zoro, los tres nombres que Ace había mencionado en sus recuerdos, eso y el nombre del restaurante, fue fácil unir los puntos. Ellos no lo reconocieron inmediatamente, pero sus rostros tensos dejaron claro que sabían exactamente quién estaba parado frente a ellos. Law se detuvo frente a ellos, inclinando la cabeza ligeramente, una sonrisa apenas perceptible curvando sus labios, pero no la clase de sonrisa que tranquilizaba a la gente.

—He escuchado historias sobre este lugar— dijo Law con su tono calmado, pero con esa frialdad que helaba los huesos. —El Baratie. Curioso nombre, aunque tiene un aire nostálgico, casi... infantil—.

Los tres hombres intercambiaron miradas tensas. Sanji, que se mantenía firme pero con los dientes apretados, fue el primero en hablar.

—¿Qué... qué quieres? —preguntó, su ceja torcida temblando de nerviosismo.

Law ignoró el miedo en sus voces y continuó como si no hubiera notado nada fuera de lo normal.

—Digamos que estoy buscando un regalo, algo... o más bien, a alguien. Y ustedes tres están involucrados— sus ojos se estrecharon levemente, y la sala entera pareció contener la respiración. —Piensen en esto como una búsqueda del tesoro. Un juego divertido, si lo prefieren. Yo tengo la información que necesitan, y ustedes tienen algo que quiero. Y créanme, querrán escucharme—.

Zoro apretó los puños, sus músculos tensos, pero permaneció en silencio. Zeff, con su habitual compostura de veterano curtido, miró fijamente a Law, intentando descifrar sus palabras.

—¿Qué estás insinuando? —gruñó el viejo cocinero, ellos no serán el "regalo" de nadie.

Law sonrió, aunque esa sonrisa no hacía más que aumentar la inquietud en el ambiente. Parecía más una mueca de advertencia que una muestra de amabilidad.

—Quiero reunirlos con ciertas... personas importantes. A veces, el destino puede ser una tremenda perra, pero yo soy conocido por ser domador de bestias— Se acercó un paso más, lo suficiente para que solo ellos tres pudieran escuchar el final de su declaración. —Solo tienen que seguir mis instrucciones. Y confíen en mí, sera divertido. Pero si eligen ignorar esta amable oportunidad... bueno, digamos que las cosas podrían no salir tan bien para ustedes—.

Para Zeff, Sanji y Zoro, las palabras de Law sonaban como una amenaza velada. El tipo de amenaza que no dejaba mucho margen de error. ¿Qué les haría si se negaban? ¿Qué implicaba esa "oportunidad"? ¿Realmente iban a ser las siguientes víctimas del Cirujano de la Muerte? Sí alguien como Trafalgar Law dice que algo es divertido, es mejor alejarse.

Sanji tragó saliva, incapaz de disimular la inquietud en su rostro. El rubio chef intentó mantener su compostura para no arriesgar a su familia, pero su mente se agitaba con preguntas. ¿Qué sabría este hombre sobre ellos, sobre su pasado, sobre los niños a los que habían perdido en aquel fatídico día? La mera idea de que pudiera tener información lo desconcertaba profundamente, debía proteger a su padre y a su hermano pequeño, no volverá a fallar.

Zoro, siempre desconfiado y listo para pelear, estaba al borde de ponerse en guardia, pero Zeff lo detuvo con una mirada. Sabía que este hombre no era alguien con el que pudieran enfrentarse sin consecuencias fatales.

—¿Cuál es tu maldito juego? —insistió Zoro, con voz áspera.

Law ladeó la cabeza ligeramente, como si estuviera considerando la pregunta con cuidado.

—Nada complicado— respondió. —Simplemente deberán seguir algunas pistas y encontrarán el tesoro— Su tono era inexpresivo, pero su intención era clara, aunque nadie más lo entendía. —Digamos que es algo para corregir errores del pasado. ¿Les interesa?— Su mirada se agudizó, deslizándose entre los tres. —Les aconsejo que lo piensen bien. No todos los días se les ofrece una segunda oportunidad—.

El silencio que siguió fue abrumador. Los comensales que habían estado observando desde lejos, sintieron cómo la tensión en la sala se volvía insoportable. Nadie se atrevía a moverse ni a respirar demasiado fuerte. Parecía que algo terrible iba a suceder.

Finalmente, Zeff respiró hondo y asintió levemente, aunque sus ojos seguían fijos en Law, intentando leer sus verdaderas intenciones.

—Danos los detalles —dijo el viejo con voz grave. —Y esperemos que no estés jugando con nosotros—.

Law, convencido de que todo estaba saliendo según lo planeado, sonrió levemente. Para él, aquello era solo el principio de una sorpresa que haría a Ace y sus hermanos felices.

Pero para Zeff, Sanji y Zoro, todo sonaba como la última cena antes de una ejecución.

Ojos grisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora