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Mihar suspiro —No lo sé, hombre. Se ve tan... vulnerable. Me preocupa que alguien lo lastime—.

Kukai asintió —Exactamente. Su naturaleza amable podría atraer a las personas equivocadas. Necesitamos asegurarnos de que esté a salvo aquí—.

Mihar fruncio el ceño —Y no solo eso, también me preocupa cómo lo tratarán los profesores. Si no son comprensivos... No quiero ni pensarlo—.

—Ace ha pasado por tanto ya. No puedo creer que haya estado en un orfanato clandestino. ¿Cómo alguien puede hacerle eso a un niño tan pequeño? Ahora que finalmente tiene la oportunidad de ser feliz, no quiero que le rompan el corazón otra vez—. La voz de Kukai denotaba su propio miedo, escuchando aún el recorrido escolar.

Mihar no quería admitir que se encariñaron demasiado rápido —¿Y si lo rechazan? Con esa dulzura y ternura, podría ser un blanco fácil para el bullying. El primer día debe ser feliz, no aterrador—.

—Shhh, la clase está comenzando— susurró Kukai a su compañero.

Los primeros minutos fueron tranquilos, el profesor comenzó presentándose de manera amigable:

—Bienvenidos, todos. Estoy muy emocionado de tenerlos aquí. Hoy, más que aprender, queremos asegurarnos de que se sientan cómodos y bienvenidos. Esta es su nueva casa, ¿de acuerdo? —dijo el profesor, con una calidez genuina en su voz.

Ace respondió tímidamente, pero su tono era menos nervioso. Parecía que el ambiente le ayudaba a relajarse.

Más tarde, el cambio de clase llegó:

—Si en algún momento sienten que no entienden algo, o que necesitan más ayuda, por favor, háganmelo saber. Estamos aquí para aprender juntos, sin prisa, y todos a nuestro propio ritmo —decía la profesora mientras algunos compañeros de Ace reían ligeramente ante sus comentarios. La atmósfera era amigable, distendida, nada que se pareciera a los terrores que Ace había experimentado en el pasado.

Ace participaba tímidamente en algunas actividades y, a pesar de que seguía siendo reservado, su tono de voz y risitas nerviosas mostraban signos de mejoría. Mihar, que seguía esperando noticias de algún problema, no podía evitar sonreír cada vez que Kukai le daba un asentimiento afirmativo. Era evidente que las cosas estaban saliendo mejor de lo que habían temido.

Al final de la jornada, cuando Ace salió de la escuela, su sonrisa iluminaba su rostro. Kukai y Mihar, aliviados, intercambiaron una mirada que reflejaba su propia satisfacción.

—¿Cómo te fue, Ace? —preguntó Kukai con una ligera sonrisa mientras tomaba su mochila, aunque ya tenía una idea por lo que había escuchado durante todo el día.

—Fue... increíble —respondió Ace, con una chispa de emoción en su voz que no habían escuchado antes. —Los profesores son tan amables, ¡y aprendí muchas cosas! Ni siquiera sabía que había tantas herramientas para nosotros —agregó, refiriéndose a los materiales adaptados que había descubierto durante sus clases.

—Eso es genial, Ace —dijo Mihar, sintiendo un gran alivio. —Me alegra mucho escucharlo—.

Ace, ilusionado por lo que había vivido, continuó hablando de lo bien que lo había pasado. Los compañeros eran amables y algunos incluso lo habían ayudado a integrarse sin hacerlo sentir incómodo. Los profesores, lejos de ser severos, se divertían enseñando, algo que le sorprendió y alegró profundamente. Mientras hablaba, Kukai y Mihar sintieron que aquel joven, que tanto los había sorprendido en la mañana, comenzaba a llenar de luz su propia percepción del mundo.

Kukai, en silencio, decidió que seguiría vigilando a Ace, pero no porque desconfiara de los demás, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, sentía una genuina responsabilidad de proteger a alguien tan valioso.

Ojos grisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora