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Dahyun despertó de golpe, el corazón latiendo desbocado en su pecho. La luz del sol se filtraba por la ventana, iluminando su habitación, pero no la tranquilizaba. Miró a su alrededor, tratando de aferrarse a la realidad, y fue entonces cuando sintió una punzada de dolor en su cuerpo.

Confundida y asustada, se llevó las manos al cuello y a abdomen. Su piel estaba marcada, y algunas áreas estaban irritadas y heridas. La sensación de confusión se convirtió en horror a medida que se dio cuenta de que lo que había vivido con Momo no había sido un simple sueño; había sido real.

—No… no puede ser —murmuró Dahyun, mientras su mente se llenaba de imágenes fragmentadas de la noche anterior: los besos de Momo, la intensidad del momento, la mezcla de placer y dolor. Pero lo que más le asustaba era la sensación de haber perdido el control, de haber sido arrastrada a algo que no comprendía.

Se levantó de la cama, temblando, y se miró en el espejo. Su reflejo mostraba marcas de lo que había sucedido, y su mente se llenó de preguntas y temores. ¿Qué había hecho? ¿Qué era Momo realmente? El cariño que había sentido por ella chocaba con el horror de su situación actual.

Dahyun se sentó en el borde de la cama, sintiendo que el aire le faltaba. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras trataba de procesar lo que había pasado. La conexión que había sentido con Momo había sido intensa, pero ahora solo había confusión y miedo.

—Necesito entender... —se dijo a sí misma, intentando calmar su agitación. Se preguntó si debería volver a hablar con el sacerdote, aunque había dudado de su apoyo en el pasado. Pero, ¿a quién más podía acudir? Era obvio que algo estaba terriblemente mal.

Con una determinación temblorosa, Dahyun decidió que no podía permanecer inactiva. Tenía que enfrentar esta situación, desentrañar la verdad sobre Momo y su relación con el mundo oscuro del que parecía provenir. Con cada paso que daba, el miedo se mezclaba con la necesidad de entender, de recuperar el control de su vida. Pero en el fondo, una parte de ella seguía sintiendo la atracción hacia Momo, un tira y afloja que la llenaba de dudas y temor.

Finalmente, con un suspiro profundo, Dahyun comenzó a vestirse, sintiendo las cicatrices físicas y emocionales de la noche anterior. Se preparó para salir, decidida a enfrentar lo que fuera necesario para descubrir la verdad detrás de Momo y lo que significaba para ella.

Dahyun salió de casa, con la esperanza de encontrar algo de normalidad, pero las miradas de la gente la hicieron sentir expuesta y vulnerable. Algunos la miraron con curiosidad, otros con desaprobación, y no pudo soportarlo. El peso de su situación se apoderó de ella, y decidió regresar rápidamente al refugio de su hogar.

Una vez dentro, el pánico la envolvió. Se dejó caer al suelo, el llanto brotó sin poder contenerlo. La angustia la inundaba, y sus pensamientos giraban en torno a lo que había ocurrido.

—¿Qué me pasó? —se repetía una y otra vez, sintiendo que su alma había sido robada, que algo en ella había cambiado para siempre, aunque no podía señalar exactamente qué era. Se pasó las manos por el cuerpo, tocando las heridas, sintiéndose sucia y usada. Cada marca era un recordatorio de su encuentro con Momo, y el sentimiento de traición hacia sí misma la consumía.

Desesperada por entender lo que le sucedía, comenzó a probar diferentes métodos. Se miró al espejo, buscando en su reflejo algún indicio de que su esencia hubiera cambiado. Hizo promesas silenciosas, se repitió que todo estaba bien, que era la misma Dahyun de antes. Pero las marcas físicas eran innegables. Aun así, todo lo demás parecía estar en su lugar. Sin embargo, la sensación de suciedad persistía, una sombra que no podía sacudirse.

Finalmente, decidió que necesitaba limpiar su cuerpo. Se metió en la ducha, esperando que el agua caliente pudiera llevarse sus marcas y miedos. Pero al contacto con el agua, las heridas comenzaron a arder intensamente. Un grito se le escapó mientras el dolor se intensificaba, y se dejó caer al suelo de la ducha, sintiendo la calidez del agua mezclarse con la sangre que comenzaba a brotar de sus heridas.

Mientras el agua se mezclaba con su llanto, las lágrimas caían y el agua arrastraba la sangre. Se sintió atrapada en una espiral de dolor y confusión, como si cada gota de agua limpiara su cuerpo, pero dejara su alma aún más ensombrecida.

—¿Por qué, Momo? —lloró, sintiendo la desolación envolviéndola. La fragilidad de su corazón se sentía tan pesada como las marcas en su piel. El frío del suelo de la ducha la atravesaba, y por un momento, solo podía sentir el dolor, tanto físico como emocional.

Las imágenes de Momo la atormentaban, el recuerdo de la conexión que habían compartido en el sueño y el terror de lo que eso significaba ahora. En su mente, se debatía entre el deseo de entender y la necesidad de huir de esa realidad que la había dejado tan rota. La lucha entre lo que sentía por Momo y el miedo a perderse a sí misma la desgarraba, y en ese momento, Dahyun se sintió completamente sola.

Dahyun se dejó llevar por el llanto, sintiendo que cada lágrima caía como un recordatorio de su dolor. Su mente estaba llena de preguntas y auto-recriminaciones. ¿Qué había hecho para merecer algo así? ¿Por qué ella, que solo había buscado respuestas y consuelo, debía enfrentar este horror? El miedo se adueñaba de su corazón, y cada pensamiento la empujaba más hacia la desesperación.

Decidida a mantenerse despierta y alejada de los sueños que tanto temía, se llenó de café. La cafeína se convirtió en su única compañía, y a medida que el líquido oscuro corría por su garganta, sentía una falsa sensación de control. Sin embargo, cada sorbo era un recordatorio de su fragilidad, de su incapacidad para escapar de lo que había experimentado.

A medida que la noche avanzaba, el cansancio empezaba a hacerse presente en ella. Las sombras de su habitación parecían cobrar vida, y cada crujido de la casa se sentía como un eco de su propio terror. No quería dormir, no quería volver a ver a Momo. La criatura que de niña le había traído risas y alegría ahora era la encarnación de su miedo más profundo. Su mente se llenó de imágenes de Momo, de los besos, del deseo, pero también de la oscuridad que la envolvía.

En un intento desesperado por mantenerse despierta, comenzó a lastimar un poco más las heridas que Momo le había dejado. El dolor la mantenía alerta, la sensación ardiente era un alivio temporal, una distracción del terror que la acechaba. Cada vez que el sueño comenzaba a cerrarse sobre ella, se propinaba otro rasguño, otra herida, y aunque le dolía, le daba una falsa sensación de control sobre su cuerpo y su mente.

—No puedo dormir, no puedo volver a soñar —murmuró, su voz temblorosa resonando en la soledad de su habitación. Se sintió atrapada en un ciclo de sufrimiento y miedo, y el terror de lo que podía pasarle si cerraba los ojos la mantenía en un estado constante de angustia.

La noche se alargaba y la oscuridad se convertía en su única amiga. A medida que el café se consumía, el agotamiento la superaba, y en su lucha por mantenerse despierta, se dio cuenta de que ya no era la misma. La niña que una vez jugó con Momo estaba desapareciendo, reemplazada por una mujer llena de cicatrices y temores. La soledad y el dolor se entrelazaban en su pecho, y mientras luchaba por no sucumbir al sueño, una parte de ella sabía que el verdadero terror aún estaba por venir.

Succubus | DahmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora