Capítulo 2

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Me encontraba bajando a hurtadillas por las escaleras. La casa estaba en silencio, y la luz de la luna se filtraba por las ventanas, creando sombras que parecían cobrar vida. Ya era un poco tarde, y a mi tía no le agradaba nada la idea de que saliera tan noche. Pero era de vida o muerte, o eso me había dicho Lyle por teléfono. Seguramente era alguna tontería, como siempre, pero, la verdad, tampoco tenía algo mejor que hacer.

Cruce el patio lo más rápido y silenciosamente que pude, tratando de no hacer ruido. La brisa nocturna era fresca y me llenaba de energía. Me subí al auto deportivo, sintiendo el suave roce de los asientos de cuero.

—Dios, espero que en serio sea importante —murmuré, sintiendo una mezcla de curiosidad y ansiedad mientras encendía el motor.

—Tampoco tienes nada mejor que hacer —me respondió Lyle en tono burlón, con una sonrisa que siempre me sacaba una risa.

Cuando estaba a punto de sacarle el dedo, noté la presencia de Erik en la parte de atrás del auto. Lo saludé con una sonrisa, y él me la devolvió con timidez. Erik era un chico un poco introvertido, o al menos así parecía en presencia de su hermano. Me parecía encantador; había algo en su mirada que me transmitía una calidez reconfortante. Todas dicen que quieren un chico lindo y sensible para abrazar, o eso decían mis primas.

—Deja de mirar a Erik o se dará cuenta de que te gusta —dijo Lyle, riendo y provocando que me sonrojara.

Inmediatamente, sentí un calor subir por mis mejillas; seguramente estaba más roja que un tomate. A pesar de la vergüenza que me invadía, decidí enfrentarla, devolviéndosela.

—¿Por qué? ¿Estás celoso? —le pregunté, mirándolo a los ojos, intentando mantener la seriedad.

Él solo se limitó a reír, pero en el fondo sabía que su encanto seguía afectándome, aunque en ese instante ya no me gustara tanto.

—Creo que sí lo está un poco —dijo Erik, riendo mientras miraba por la ventana, como si el paisaje nocturno fuera más interesante que la conversación.

Yo reí mientras le daba un golpe amistoso en el hombro a Lyle.

—Bueno, ya. ¿Qué pasó y por qué tanta urgencia de que salga a esta hora? —le pregunté mientras me acomodaba en el asiento, ajustando el cinturón de seguridad.

—La urgencia es que estábamos demasiado aburridos en casa, y la única amiga que conocemos eres tú —dijo Lyle mientras giraba por una calle iluminada por farolas, donde los edificios se erguían en la distancia, deslumbrantes bajo la luz de la luna.

—En realidad, creo que tienen más amigos de los que pueden contar en sus manos, pero gracias por la consideración —respondí, riendo y sintiendo un pequeño cosquilleo en el estómago.

—¿Y qué hay de ti, Erik? ¿No deberías estar durmiendo a esta hora? Dicen que después de la medianoche sale el coco —dije, tratando de parecer seria, pero sin poder contener una sonrisa.

—Muy chistosa, Jude, pero te recuerdo que solo eres un año mayor que yo, y no le tengo miedo al coco —replicó Erik, con una expresión desafiante mientras ponía un cassette de David Bowie en el estéreo.

Me gustaba molestarlo un poco con su edad. Aunque solo era un año mayor que él, era gracioso y tierno verlo sonrojarse cada vez que tocaba el tema. Era como si esa pequeña diferencia marcara una línea que disfrutaba cruzar.

—A pesar de ser una criatura, tienes un muy buen gusto musical —le dije en tono de cumplido, notando cómo su rostro se iluminaba.

—Ya lo sé —respondió, inflando el pecho con aires de superioridad, un gesto que me sacó una risa.

—En realidad, esos buenos gustos son gracias a mí —interrumpió Lyle, con una sonrisa de satisfacción.

—Si tú lo dices —le restó importancia Erik, pero no pude evitar notar el brillo en sus ojos.

Con cada kilómetro que recorríamos por las calles de Los Ángeles, la ciudad parecía cobrar vida a nuestro alrededor. Las luces de neón iluminaban la noche, y las risas resonaban en el aire. Nos pasamos toda la noche dando vueltas por la ciudad, entre risas y anécdotas adolescentes, acompañados de las icónicas canciones de David Bowie.

Recorrimos lugares que ya conocíamos y otros que estaban fuera de nuestra zona de confort, intercambiando historias de nuestra infancia; aunque no me contaron de los abusos hasta dos años después. La conversación fluía con la misma facilidad con la que la música envolvía el ambiente.

Mientras hablábamos, me di cuenta de que los rascacielos de la ciudad brillaban en la distancia, creando un telón de fondo mágico. Era como si la ciudad misma nos abrazara, dándonos la bienvenida a una noche llena de posibilidades. La sensación de libertad llenaba el auto, haciendo que el tiempo pareciera detenerse. Con cada risa y cada mirada compartida, sabía que estaba construyendo memorias que permanecerían conmigo para siempre.

A medida que avanzaba la noche, la conexión entre nosotros se hacía más fuerte. Este sería uno de los primeros veranos que pasaría con los hermanos Menéndez, y uno de los que más añoraría en mis viejos recuerdos de lo que alguna vez fuimos. Con cada canción que sonaba en el estéreo, cada broma y cada secreto compartido, sentí que ese momento era perfecto. Era un verano lleno de promesas, un capítulo que apenas comenzaba, y yo estaba lista para vivirlo al máximo.

LA VERDAD DE TRES - Hermanos MenendezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora