Capítulo 1

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Lo habían hecho. Claro que lo habían hecho. Y, por supuesto, yo lo sabía, aunque les dije a los policías que nunca me mencionaron nada al respecto.

Se preguntarán por qué decidí encubrir a unos "parricidas", como suelen referirse a ellos. La verdad es que yo sabía, y había sido testigo de los abusos que José y Kitty Menéndez cometían contra sus propios hijos. Intentaron denunciarlos, pero cuando eres millonario e influyente, te vuelves prácticamente intocable ante la ley.

Todavía recuerdo la expresión en sus caras cuando me confesaron lo que habían hecho. Estaban destruidos, abrumados por la culpa y el miedo. Esa noche, lloraron toda la noche, hasta que finalmente se quedaron dormidos en mi apartamento, buscando consuelo en un espacio que parecía tan ajeno a su dolor.

Conocía a Lyle y Erik desde hace cinco años. Yo era un año mayor que Erik y un año
menor que Lyle. Al principio, solo era amiga de Lyle, pero poco a poco, me fui acercando a Erik. Ellos me complementaban y, de alguna manera, yo también los complementaba a ellos. Nos conocimos en un lejano 1985, un tiempo donde la vida parecía un poco más fácil de lo que es ahora. Las bandas de glam rock estaban por doquier, y la ciudad tenía más estrellas en la tierra que en el cielo.

Recuerdo con claridad aquel evento: una de esas cenas de sociedad que solían organizar las familias ricas de Los Ángeles. Yo no era rica, pero mi tía sí lo era, así que siempre iba en paquete con ella y con mis primas. En aquella cena, vi a Lyle y a Erik sentados al lado derecho de su padre, el gran José Menéndez. ¿Quién pensaría que detrás de ese traje de miles de dólares se escondía tanta perversidad? Mi papá solía decir que el mundo de los hombres de negocios carecía de corazón y estaba lleno de vacíos que llenar.

Una de mis primas era novia de Lyle, Luciane para ser exacta. Ella era un año mayor que yo, y, por supuesto, el padre de Lyle nunca la aceptaría, así que eran novios a escondidas. Recuerdo las primeras noches de verano, cuando veía a Lyle trepar por la ventana que daba al balcón del cuarto de Luciane. Siempre cruzábamos miradas, y él me hacía una señal de silencio con el dedo, como si el mundo entero pudiera escuchar nuestras complicidades.

No iba a delatarlos, especialmente porque estaba un poco enamorada de Lyle. Ya saben, esos amores de verano que te hacen sonrojar solo con mirarlo, nada serio, pero que se siente tan intenso.

No crucé palabras con él hasta un viernes por la noche. Lo que había sucedido esa noche era casi un ritual, pero algo la hizo diferente: mi tía había regresado más temprano de lo habitual de una de sus extravagantes fiestas. Lyle se vio obligado a salir del cuarto de Luciane como pudo, terminando en mi balcón. Quien diría que ese incidente marcaría el inicio de una larga amistad, un vínculo que se formaría entre secretos, risas y un trasfondo de tragedia que apenas comenzábamos a comprender.

LA VERDAD DE TRES - Hermanos MenendezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora