Capítulo 11

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El último día del verano lo pasé con los dos hermanos, como solía hacer el año anterior. La tarde era perfecta: el sol brillaba suavemente en el horizonte, y una brisa fresca prometía el inminente cambio de estación. Era un momento de transición, y el aire estaba cargado de una mezcla de nostalgia y anticipación, como si el mismo ambiente supiera que un capítulo estaba a punto de cerrarse.

—¿Vendrás para mi cumpleaños? —preguntó Erik, su voz rebosante de entusiasmo, los ojos brillando como si ya estuviera imaginando la celebración.

—Sí, vendré. Sabes que te lo prometí —le respondí, esbozando una sonrisa para tranquilizarlo. Quería que supiera que su día especial era importante para mí.

Lyle, que había estado observando en silencio, decidió intervenir, su expresión cambió a una de complicidad.

—¿Y tú, Lyle? ¿Vendrás igual? —preguntó Erik, sus ojos iluminándose con curiosidad. Era evidente que la presencia de su hermano significaba mucho para él.

—Por supuesto, también te lo prometí —respondió Lyle, dándole un empujón amistoso en el hombro. Era su forma de mostrar afecto, un gesto que siempre me hizo sentir parte de su círculo, como si la fraternidad de ellos me abrazara también.

La sonrisa de Erik se amplió al saber que su hermano estaría presente en su celebración. Era evidente que eso significaba mucho para él, y no pude evitar sentirme feliz por él.

—Qué bueno, porque mamá quiere organizar una fiesta. La verdad es que no creo que pueda manejarlo todo solo, y saben que me cuesta decirle que no a mamá —confesó Erik, un suspiro escapándose de sus labios, reflejando su mezcla de emoción y ansiedad. Había algo en su voz que revelaba la presión que sentía.

Lyle soltó una risa, comprendiendo la situación perfectamente.

—A veces, hay que hacer lo que hay que hacer. Pero al menos tendremos una buena excusa para reunirnos todos —dijo, su tono ligero y optimista.

—Sí, eso es cierto —asentí—. ¿Tienes alguna idea de qué tipo de fiesta será?

—Ya sabes, esas cosas de sociedad que, en vez de parecer un cumpleaños, se sentirán como una junta de trabajo —dijo Erik, visiblemente desanimado. Su expresión lo decía todo; las fiestas organizadas por su madre siempre venían acompañadas de formalidades y protocolos que él no soportaba.

—¿Y cuántos años cumple la "quinceañera"? —pregunté, riéndome para aligerar el ambiente.

—Diecisiete primaveras —respondió Lyle, mientras le daba un empujón amistoso a Erik—. Así que mejor prepárate.

—Estoy en desventaja, porque nací casi a finales de año —dijo Erik, con una mueca de frustración. Su tono era un recordatorio de que siempre había sentido que le faltaba algo en comparación con su hermano.

—Excusas —dije entre risas—. Jude, solo me llevas un año, así que no te agrandes tanto.

—Un año es un año —respondí, mientras todos reíamos. La camaradería se hacía palpable, una burbuja de alegría en medio de nuestras preocupaciones.

—En realidad, yo soy el niñero de los dos —dijo Lyle, sumándose a la diversión.

—Exactamente. Tendremos que asegurarnos de que Erik no se pase de la raya con los invitados —bromee, imaginando las posibles situaciones que podrían surgir en la fiesta.

—Lo más grave que haré será emborracharme —dijo Erik, restándole importancia, pero su tono delataba un atisbo de inseguridad.

—Tendré que cuidar borrachos —dije, riéndome de la situación.

—Dos de hecho —respondió Lyle—. Tal vez yo igual me emborrache ese día —dijo, riendo y haciendo un gesto exagerado, como si ya se estuviera viendo en una situación ridícula.

—Bueno, seremos tres borrachos sin rumbo —dije mirándolos con una sonrisa pícara. La idea de una noche descontrolada y divertida parecía tan emocionante que no podía evitar imaginar lo que se avecinaba.

Sin embargo, en ese momento, mientras reía con ellos, un pensamiento oscuro se deslizó en mi mente. Aquella tarde, creí que sería solo un cumpleaños más, pero la realidad era muy distinta. Me di cuenta de que había secretos ocultos en la familia Menéndez, cosas que sucedían a puertas cerradas y que nunca se hablaban. A veces me preguntaba qué habría pasado si no lo hubiera visto con mis propios ojos. ¿Les habría creído igualmente? Sin duda, porque sentía que los conocía tan bien como me conocía a mí misma.

He pasado noches en vela recordando una y otra vez todo lo que había presenciado, los momentos que no podía borrar de mi mente. A veces me arrepiento de no haber hecho algo más por ellos, de no haber intervenido cuando era necesario. Si tan solo pudiera volver el tiempo atrás, cambiar algunas decisiones, tal vez podría haber hecho la diferencia.

LA VERDAD DE TRES - Hermanos MenendezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora