Capítulo 3

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Estaba terminando de alistarme, asegurándome de que todo quedara perfecto: el cabello, el vestido y el maquillaje. Me miraba al espejo, evaluando cada detalle. No era la más hermosa, pero tenía lo mío, o eso pensaba. A comparación de mis primas, siempre sentía que me faltaba algo, como si mi brillo no fuera tan deslumbrante como el de ellas, y eso me lo recordaban a menudo. Aún así, en esta noche especial, una chispa de confianza comenzaba a encenderse dentro de mí.

Increíblemente, hoy me sentía casi tan perfecta como ellas. Era el baile de debutantes, y aunque no era de mi agrado, tenía que presentarme sí o sí por órdenes de mi tía. La presión me invadía; no solo se trataba de lucir bien, sino de cumplir con las expectativas familiares. Mi tía siempre decía que era un honor participar, una tradición que no debía tomarse a la ligera. Pero, en el fondo, mi corazón latía por otras razones: la emoción y la ansiedad de ver a Lyle y Erik.

Por supuesto, Lyle y Erik asistirían. Lyle iría con Luciane, su novia, o al menos eso era lo que me había dicho. Estaban en esa fase confusa de "noviazgo", y aunque a Lyle no le importaba desobedecer a su padre, sabía que su padre no estaba muy contento con la idea de que él la acompañara. Erik, por su parte, llevaría a una chica que era hija de uno de los amigos de su padre.

—De verdad sabes que Erik hubiera preferido acompañarte a ti —dijo Lyle con tono de lástima a través del teléfono.

Odiaba escuchar su tono de compasión, pero traté de restarle importancia. Miré mis guantes mientras le respondía:

—Lyle, sabes que eso no me importa. No tienes por qué poner tu tono condescendiente conmigo —dije, un poco aburrida, intentando ocultar la verdad detrás de mis palabras.

En realidad, sí me había molestado un poco. No era tanto porque Erik no me acompañara; era que, a pesar de todo, todavía me gustaba un poco Lyle. Y, aunque lo odiaba admitir, estaba un poco celosa de que él fuera con Luciane. Pero, por supuesto, prefería mil veces no confesarle mis sentimientos.

—De todas formas, estoy yendo con Mathew Brown, así que no estaré tan mal acompañada —dije, tratando de provocarlo, sabiendo que él odiaba a Mathew.

Pude escuchar un bufido de molestia al otro lado de la línea.

—Ese imbécil, no sé por qué lo elegiste a él si tenías más opciones —respondió Lyle, claramente molesto. Obviamente, lo hice para fastidiarlo un poco; una pequeña venganza guiada por mis sentimientos adolescentes.

—Porque es guapo —dije, restándole importancia, aunque en el fondo sabía que mis palabras no eran del todo ciertas.

—Pero yo soy más guapo que él —afirmó, orgulloso.

—Mmm, creo que no —respondí, riendo, aunque sabía que en el fondo sí era cierto, pero jamás lo admitiría en voz alta.

—Sabes que sí —dijo él, riendo también, y en ese momento, me sentí más conectada con él que nunca.

Estaba a punto de seguirle el juego cuando escuché a mi tía vociferar mi nombre desde la planta principal.

—Me tengo que ir —le dije a Lyle.

—Con Mathew Brown —afirmó él.

—Exactamente —volví a confirmar.

Entonces se escuchó otro grito de mi tía llamándome.

—Nos vemos allí, judyjud —dijo Lyle antes de que colgara.

Claramente, yo no quería ir con el estúpido de Mathew Brown, pero ¿qué más me quedaba? Ninguno de mis chicos de oro estaba disponible para acompañarme. Cuando llegué al salón del brazo de Mathew, me sentí insegura. La multitud me abrumaba; tanta gente en un solo lugar me causaba un poco de conflicto. Las risas, los murmullos y la música alta me envolvían, mientras el aroma de flores frescas y perfume de lujo impregnaba el aire.

A lo lejos, vi a Lyle y Erik. Se veían increíblemente guapos en esos trajes caros. Aunque Erik era menor que Lyle, casi ya no se notaba la diferencia; ambos lucían imponentes y de buen porte, como siempre. No era de extrañar que casi todas las chicas se derritieran por ellos. Sentí un nudo en el estómago; el deseo de estar cerca de ellos era innegable.

Con dificultad, me safé de Mathew y fui directo hacia ellos, necesitaba un descanso de tantas caras falsas y sonrisas forzadas.

—Hasta parece que se bañaron —dije burlona, en tono de cumplido.

—No tanto como tú —respondió Lyle, sonriendo ante el cumplido indirecto.

—Te queda bien el blanco —dijo Erik, un poco sonrojado.

Me encantaba verlo sonrojarse. Sonreí y le di un empujoncito amistoso, disfrutando de la conexión que teníamos.

—¿Y por qué estos galanes están sin sus damas? —pregunté, riendo.

—Es que no pudieron con nuestra belleza y salieron a dar un respiro —me siguió el juego Erik.

—En realidad, nos estamos escondiendo de ellas, así como tú te escondes de Mathew —aclaró Lyle, levantando las cejas.

—Yo no me escondo de nadie —dije, haciéndome la desentendida, aunque sabía que había algo de verdad en sus palabras.

—Bueno, si no te escondes de nadie, creo que no te molestará que llame a Mathew —dijo Erik, desafiándome con la mirada.

—No eres capaz —respondí, mirándolo a los ojos, sintiendo cómo la incomodidad comenzaba a apoderarse de mí.

—Mathew, Math —vociferó, pero lo callé rápidamente, poniéndole mi mano en la boca.

Los dos se carcajeaban mientras yo los reprendía, sintiendo que el momento era perfecto. La música sonaba suavemente de fondo, y la luz de las lámparas de cristal creaba un ambiente cálido y acogedor.

Esa noche terminamos los tres en un mirador, donde las parejas iban a besarse, pero, lastimosamente, yo no besé a nadie. Estábamos los tres vestidos de gala, apoyados en el capó del auto, con dos botellas de champán robadas de la alacena de los Menéndez, mientras mirábamos la gran ciudad a nuestros pies. Las luces de Los Ángeles brillaban como estrellas en la tierra, y el murmullo lejano de la fiesta se desvanecía mientras compartíamos risas y secretos.

—¿Te imaginas qué dirían nuestras familias si nos ven aquí? —preguntó Erik, con una sonrisa traviesa.

—Probablemente nos desheredarían —bromee, levantando la botella de champán.

—Extrañaré esto cuando me vaya a Princetone —dijo Lyle, mirando a su alrededor como si la ciudad fuera un reino que solo nosotros conocíamos.

La noche avanzaba, y con cada sorbo, la tensión se desvanecía. La conexión entre nosotros crecía, y me di cuenta de que, aunque no hubiera tenido un baile perfecto, estaba creando recuerdos que guardarían un lugar especial en mi corazón. Los tres compartíamos un momento de libertad, un instante en el que las expectativas y las presiones se desvanecían, y lo único que importaba era la amistad y el calor de esa noche mágica.

LA VERDAD DE TRES - Hermanos MenendezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora