La lista

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(Historia de una muchacha que no tenía nada que hacer en un cuento fantástico)


Noel Tournebise tenía tantas hijas por casar y tan poca memoria que no podía recordar los nombres de todas y se veía obligado a llevar siempre una lista en el bolsillo. En verano a las cuatro de la mañana, y en invierno a las cinco, cuando toda la familia estaba reunida en la cocina de la granja y humeaba el café en las tazas, Noel se ajustaba las gafas y gruñía sacando la lista:

—Me parece demasiado barullo para un día como cualquier otro. Y pregunto si os parece razonable reír y cantar, y hablar tan alto a estas horas. Esto me pasa por tener tantas hijas. Ya le decía yo a la mujer cuando aún tenía la piel pegada al cuerpo: «¿Para qué darme tantas hijas, que no sirven más que para dejarle a uno sordo? Una casa llena de mujeres es como un. nido de urracas. Ya ves, con el montón de chicas que tenemos, pues las daría todas juntas a cambio de un muchacho». Sí, eso era lo que le decía.

Y mientras hablaba así, el padre reía por dentro, y a veces también se le reían los labios y los ojos tras las gafas, porque se sentía muy feliz de tener tantas hijas. Cuando estaba trabajando en el campo, no tenía más que echar un vistazo a la llanura para ver siempre a una docena, unas yendo a lavar o a confesarse, o a cualquier otra cosa, las otras atando haces de trigo o charlando al pie de un manzano (¡ya veréis como recuerde vuestros nombres! pensaba). Incluso a veces, yendo por la carretera, veía a lo lejos a una de las hijas del vecino y la tomaba por una de las suyas. Se decía que tenía hijas para llenar la iglesia, mocitas siempre alegres que se burlaban de todo y tras las que había que estar siempre para prometerles un buen pescozón si no callaban.

Sin embargo, las muchachas que llenaban la cocina, al ver a su padre poniéndose las gafas, tomaban a toda prisa su café y por un momento dejaban de reír y de disputar y de comparar la anchura de su talle o la forma de sus pantorrillas (no todas eran bonitas, pero, en cuanto a las pantorrillas, nada había que pedir). Noel desplegaba la lista, se acercaba a la ventana para ver mejor:

—¡Marie Jeanne 1902! —llamaba—. A ver ¿Marie Jeanne?... Tú irás a escardar patatas, Alphonsine 1900, tú irás con ella... Lucienne 97, lo mismo. Louise 1908 y Roberte 1909, cogéis el burro y vais al molino por dos sacos de salvado... Christine 1915 y Eugenie 1915, vosotras dos, a guardar las vacas... Conmigo vendrán a la alfalfa: Barbe 90, Guillaumette 91 y Marie Anne 95... Veronique 1917 guardará las ocas. Estoy muy enfadado contigo, eres ya una mujer, tienes dieciséis años, pero aún no hay manera de poderte confiar un trabajo más serio. Las otras, a trabajar al bosque, en el huerto o a cuidarse de la casa. No voy a decirle a cada una lo que tiene que hacer. Sería cosa de nunca acabar...

Sin embargo, no dejaba jamás de llamarlas a todas por sus nombres, y antes de salir de la granja les advertía que no se descuidaran aunque fuera sólo un cuarto de hora, y que anduvieran con ojo con los correfaldas y con los donjuanes o iban a saber lo que era bueno. Entonces, las muchachas se daban con el codo y se miraban guiñándose el ojo, porque de correfaldas en aquella casa sabían un rato largo. Todo el mundo sabía que las hijas de Tournebise no se casarían jamás, y que en cuatro o cinco leguas a la redonda todos los hombres andaban revolcándose con ellas y todas las mujeres las cubrían de maldiciones. Barbe 90, que andaba ya por los cuarenta y cuatro años, con unas posaderas como dos sacos de harina, era peor que todas las pequeñas juntas, y el cura decía que en toda su vida de cura no había visto una zorra como esta condenada Barbe cuarentona. Hasta el punto de que, cuando la veía venir, con las ancas borriqueras y la papada bamboleante, se sentía muy satisfecho de tener el impedimento de la sotana, y aun tenía que rezar dos o tres oraciones pensando intensamente en lo que rezaba: no nos dejéis caer en la tentación. Y lo que más le irritaba era ver que aquella desvergonzada, por el funesto ejemplo que. iba dando, arrastraba al pecado a todas las demás Tournebise, desde Guillaumette 91 a Verohique 1917, que bebía ya los aires por los hombres, aunque sólo tenía dieciséis años. En vísperas de fiesta, cuando hacían cola todas ante el confesonario, se le ponía carne de gallina y le venían los sudores de la pasión pensando que iba a oír, saliendo de aquellas bocas de las Tournebise, todo el muestrario de los pecados de la carne. Pero más que a todas las otras juntas temía a Barbe, cuyos pecados eran de tal calibre y resonancia que tumbaban el confesonario.

Aquella que siempre sabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora