Sporting

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La campaña que precedió a las elecciones para el escaño de consejero general del cantón de Castalin fue ocasión de una doble manifestación deportiva cuyo recuerdo había de decidir el resultado del escrutinio. Los dos candidatos principales habían ligado el prestigio de su nombre y de su programa al de una sociedad deportiva que cada uno presidía y subvencionaba. M. Labedoulière, candidato saliente, radical-socialista, patrocinaba desde hacía cinco años una sociedad gimnástica, La Esperanza de Castalin, donde se acogía a jóvenes de uno y otro sexo sin distinción de opiniones políticas. Pero, de hecho; la gratuidad del uniforme apartaba de ella a la juventud burguesa; y las tendencias avanzadas de la Esperanza se manifestaban patentemente en ciertas noches de fiesta en las que los gimnastas, tras pasarle media noche bebiendo, volvían a sus casas berreando, con la música del Ahorcado de Saint-Germain, himnos imprecatorios contra el partido de la derecha:

La Unión de las derechas está hecha de mierda

No hay nada que hacer, tendrá que reventar.

Siempre acabaremos nosotros por encima

De esta banda de vacas y cornudos.

Habría mucho que decir sobre sus calidades literarias, pero la cadencia era guerrera, y al escuchar este estribillo resonando en el silencio de la noche más de un burgués de Castalin sonaba, con temor devoto, en el poder del señor Labedoulière. Además, la Esperanza tenía una banda de música prácticamente sin rival en la comarca, y nada tan magnífico, ni tan emocionante tampoco, como estos desfiles de jóvenes, todos de uniforme, pantalón blanco (las chicas llevaban falda), maillot negro y gorro negro con franja tricolor, y todos marchando al paso, al son heroico de clarines y tambores. En estos momentos, se sentía uno tan orgulloso de ser francés, que numerosos ciudadanos aún vacilantes descubrían bruscamente su religión política y aclamaban, casi sin darse cuenta, a M. Labedoulière que, desde lo alto del balcón, saludaba con gesto emocionado a esta generosa juventud a la que consagraba, con el mayor desinterés, sus preocupaciones y su dinero. La Esperanza, «esta falange gloriosa y pacífica», era, pues, con justo título, considerada en el cantón como una encarnación del ideal laico, democrático y social.

El doctor Dulatre, el hombre de la derecha, que durante mucho tiempo se había mantenido como simple espectador de las luchas políticas, había descubierto bruscamente sus baterías al fundar una sociedad de rugby, el Sporting Club Castalinois. El artículo publicado entonces en el semanario local de la derecha, en el que exponía su concepción racional del deporte con una cruel ironía para los gimnastas, constituía un verdadero desafío cuyo alcance político no escapó a la vigilancia de M. Labedoulière. En efecto, la fundación del Sporting pareció desencadenar una efervescencia desacostumbrada en los medios reaccionarios. El doctor Dulatre empezó a perorar en reuniones públicas de manera significativa. «No conozco más que una política —decía—, la de la salud física y moral». Y explicaba muy bien cómo el deporte, inteligentemente entendido, el respeto al orden y a las sanas tradiciones, eran condiciones esenciales de una alegre salud.

Pese a no tener ni banda ni bandera, el Sporting despertaba igualmente entre la población una apetencia de heroísmo. Los jugadores de rugby tenían un grito de unión, bárbaro y sonoro (¡Hurra Dulatre!), que excitaba su ardor en el terreno de juego: tenían también un vocabulario medio inglés en el que se iniciaban con orgullo los espectadores de los partidos de rugby. En fin, los partidos eran en sí espectáculos épicos, batallas cuyo incierto resultado oprimía el corazón de los castalinenses, arrebatados en su patriotismo de campanario.

La relación estrecha que se imponía en el espíritu del público entre la personalidad política del doctor y su personalidad deportiva, creaba un peligro temible para el ideal democrático, y M. Labedoulière podía resultar culpable para siempre, ante su partido, de no haber sabido medir su profunda realidad. En efecto, el consejero creyó poder despreciar a un equipo de rugby que no cosechaba más que derrotas ante sus rivales. El domingo por la tarde, cuando el Sporting acababa de sufrir una nueva derrota, él bromeaba con sus familiares:

Aquella que siempre sabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora