Episodio 6: Mi asistente

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DEBBY

Ver el rostro de mi hijo es algo que me llena de paz; lo amo como nunca amaré a nadie. El problema radica en que, desde que acepté regresar al infierno del que he estado escapando, no puedo evitar ver al diablo en su mirada verde. Ana tiene razón: mi bebé tiene el mismo ceño fruncido que el innombrable.

—Pareciera que sabe que no estarás a su lado —observa Ana, acercándose y mirando con admiración a mi bebé.

—Insisto, su mirada a veces es un poco... —dice, mientras respiro hondo.

—Promete que vas a cuidar de él como nunca —la interrumpo. Seguir pensando en a quién no deseo ver hace que me den aguijonazos en el estómago—. Es todo lo que tengo, mi mundo entero.

Abrazo a Mateo, quien descansa su cabecita en la curvatura de mi cuello.

—Lo juro, niña, no tienes nada de qué preocuparte. Verás cómo esas dos semanas se pasan rápido —me asegura, dibujando una suave sonrisa cálida que me deja un poco tranquila.

Podría rechazar a Sebastián; de hecho, toda la noche he pensado en los pros y contras de cada escenario que formula mi elevada imaginación. En todos ellos, no me gusta el resultado. Sin embargo, no puedo hacerle esto; él me ha brindado más que su ayuda sincera. Los primeros meses me dio comida y techo, algo que nunca nadie hubiese hecho por mí. América sí, solo que eso habría implicado que se enteraran de mi embarazo, y sería todo un maldito lío.

Demasiadas cosas que explicar para alguien que no disfruta de hablar sobre su vida privada.

—Te voy a extrañar —digo, inspirando el olor a bebé de mi hijo y llenándolo de besos.

Sus ojos se anclan en los míos, y estoy a un segundo de mandar todo a la mierda para quedarme con él, cuando entra Sebastián con cara de fantasma, surcos oscuros debajo de los ojos, al estilo de un mapache salvaje, ligeramente despeinado, con una bebida energética en una mano y una taza de café en la otra. Es un desastre.

—Nos tenemos que ir en cinco. ¿Arreglaste el alojamiento como te pedí? ¿Hiciste el reporte del itinerario? Maldición, mi corbata...

Ana suelta una risotada y yo sonrío.

—Te ves como si estuvieras a punto de ir a la guillotina —le digo, pasando a mi bebé a Ana, luego de un último beso.

Mateo hace un ligero puchero al no verme en sus brazos y balbucea cosas sin sentido, para después hacer una trompetilla cuando Ana le da su sonaja.

—Es algo parecido, no tienes idea —agrega Sebastián, caminando hacia Mateo y dándole un cálido beso en la mejilla—. Nos vemos, amigo; eres el dueño y señor de la casa ahora, por dos semanas.

Mi hijo le sonríe y balbucea de nuevo. Ver esa escena hace que de pronto me arda el pecho. Sebastián y él se están haciendo demasiado cercanos. ¿Qué pasará cuando nos vayamos? Es decir... ¿Mateo lo extrañará?

—Tengan cuidado. No se preocupen; este príncipe y yo estaremos bien —me asegura Ana por milésima vez.

Le creo, pero es solo que es la primera vez que nos separamos y me duele dejarlo. Sebastián me comentó anoche que, si lo deseaba, podía arreglar las cosas para que Ana y Mateo vinieran con nosotros. Obviamente, rechacé la oferta sin pensarlo; entre más lejos, mejor.

Estando en el auto, rumbo al aeropuerto donde viajaremos en el avión privado de Sebastián, los nervios me acobardan. Respiro profundo, tratando de no hiperventilar demasiado.

—¿Te encuentras bien? —inquiere Sebastián, mirándome de soslayo, con preocupación latente en su mirada azul.

—Sí —miento—. Es solo que tengo un presentimiento.

Amante De Honor #2 © [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora