Capítulo 2: Profesora nueva

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Yoko POV pasado

Yoko observó con repulsión a través de la gran ventana de aquel lujosos restaurante; cada mesa estaba cubierta por un mantel de tela que no conocía y de un color que jamás había visto en su vida. Sobre el, contó velozmente la cantidad de ocho tenedores, ocho cuchillos y seis tenedores que brillaban a la luz del sol que le golpeaba la espalda. Un lujo totalmente innecesario pero que ella deseaba poder dárselo alguna vez en su vida.

Estiró su mano hasta tocar el limpio cristal y rasguñarlo hasta sentir el sonido insoportable que sus uñas lograban; escuchó los reclamos de las personas que pasaban a su lado pero continuó con su labor hasta lograr soltar una lágrima. De frustración, de dolor y de miedo.

—¿Qué haces aquí? Te estuve buscando toda la mañana —su madre llegó hasta ella con molesta en su voz. En realidad, a sus cortos diez años, nunca escuchó de otra manera a esa mujer.

—Tengo hambre —respondió ella aferrada a Copy, su conejo de peluche, contra su pecho.

—No me importa, este lugar no es para que andes sola —sintió la mano de su madre tomarla violentamente por su brazo y arrastrarla hasta el otro lado de la calle— Te he dicho miles de veces que no salgas de casa sin mi permiso.

—Pero me duele mi estómago, mamá.

—No tengo dinero para un médico, mucho menos para comprarte algún remedio. Recuéstate un momento —al llegar a la pequeña habitación que compartían con una compañera de trabajo, la mujer la soltó arrojándola sobre el viejo y arruinado sillón.

—¿Hoy puedo ir a la escuela?

—No, trabajaré hasta tarde y nadie podrá ir en tu búsqueda.

—Pues, me vengo caminando.

—¡Ya dije que no, Yoko! Haz caso niña.

Esa fue la última vez que escuchó algo proveniente de su madre. Esa misma noche, tomó una vieja campera de Monica, la amiga de su madre, le abrió toda su contextura y guardó allí dentro de sus únicos objetos importantes; Copy, una remera que aún no había estrenado y una pequeña estrella de madera. Ató la prenda imitando un bolso y lo cargó a su hombro sin problemas.

Al día siguiente, supo lo que era mentir para llegar a su nivel superior de donde estaba. Para llegar a lo mínimo de la vida.

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—¿Así que estás pérdida? —le preguntó un hombre mayor vestido completamente de color azul y lo que ella supuso que era un policía.

—Sí, mamá murió y papá ya no regresa a dormir a casa, unos señores lo tomaron y yo tuve que irme.

—¿Dónde vivías antes?

—El Bronx.

—¿Sabes a dónde estás ahora? —ella negó con la cabeza observando la caja de rosquillas que reposaban en la mesa junto a una taza de café— ¿Tienes hambre?

—Ajá.

—Sírvete las que quieras, enseguida regreso. Oh, por cierto —volteó él antes de irse y descubrirla con la cara llena de azúcar— Esto es Lima —susurró para él mismo saliendo completamente de la habitación.

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Días después se vio obligada a convivir con otras niñas de su edad en lo que le dijeron era un internado de niños huérfanos. Su rostro nunca apareció en los noticieros locales en su búsqueda por lo que supuso, su madre debía estar feliz de ya no tener que cargar con ella.

Pasó un mes y ella solo salía de su cama para comer, hacer sus deberes, bañarse y volver a la cama. Actividades que luego se repitieron por casi un

—Bien niñas, hoy llegó el día especial para muchas —Julia, una mujer de unos cincuenta años les habló mientras terminaba de arreglar sus uniformes— Ahora vendrán a visitarlas personas muy importantes. Pórtense bien porque ellos serán sus papis —"papis" repitió ella mentalmente, como si el diminutivo quitará el malestar que sentía bajo su estómago.

Lenguaje del amor - FayeYokoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora