Gabriel observó a Thomas por un momento más, sus pensamientos nublados por las palabras que había leído durante horas en la oficina, las páginas que Thomas insistía en poner frente a él. Palabras, ideas, teorías... Todo eso flotaba en su mente como una tormenta de conceptos que no tenían lugar en las calles donde creció o en las situaciones donde la rapidez con una pistola valía más que cualquier reflexión filosófica.Thomas era un hombre demasiado listo. Lo veía todo, sabía demasiado. Tal vez por eso lo mantenía cerca, por eso lo hacía leer. Por eso reparo ese par de lentes que sabía que no necesitaba. Tal vez quería que pensara, que sus pensamientos se enredaran tanto que no pudiera ver las traiciones antes de que ocurrieran. Michael, Polly, incluso él mismo... Thomas lo sabía, siempre parecía saber. Y ahora Gabriel comenzaba a preguntarse si no había leído demasiado, si todo lo que había absorbido no había hecho más que llenarlo de dudas y de ideas que no servían cuando la situación requería actuar rápido, sin pensarlo.
Predicamentos inservibles, eso es lo que había aprendido en esos libros. Mientras tanto, sabía que los Shelby atraían problemas como las moscas a la miel. Gabriel se pasó una mano por el cabello, observando a Thomas mientras la sensación de peligro siempre latente lo alcanzaba de nuevo. Sabía que, mientras estuviera cerca de ellos, mientras estuviera cerca de Thomas, las armas no tardarían en aparecer. Y con ellas, las decisiones rápidas y definitivas que ninguna palabra podría deshacer.
¿Pero cual era la opción que le permitía mantener sus comodidades y su propia vida intactas?.
Una vida simple.
— sigue leyendo.
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•Gabriel recuerda esas palabras, esas ideas retorcidas que leía en libros viejos, como si los autores hubieran compartido su misma desesperanza. Dios está muerto, decía Nietzsche, y aunque a Gabriel le gustaba pensar que, si Dios existiera, hace tiempo se habría aburrido de ellos y del desastre que era su vida, siempre le quedaba esa pequeña duda, ese temor sutil en su mente. Si Dios seguía mirando y todo lo que decían sobre el pecado y el infierno era verdad, no había duda de que su lugar estaba reservado en las profundidades. Pero, al mirar a la mujer a su lado, esa madre que no sabía que su hijo real estaba muerto, tal vez tendría una oportunidad de ir al paraíso.
Gabriel se preguntaba si ella lo intuía. Si podía sentirlo, si podía ver a través de sus mentiras, como si cada gesto falso pudiera revelar que no era su hijo. ¿Sabía que estaba frente a un impostor?¿era la idea de llorar otro hijo cegandola ante la verdad?.
Odiaba a esa mujer. No porque fuera malvada, sino porque representaba la esperanza que había condenado a su amigo. La esperanza la había mantenido viva, pero había desgarrado a su amigo lentamente hasta llevarlo a la desesperación. Gabriel no podía olvidar los ojos azules de aquel niño que había sido demasiado amable para sobrevivir en el mundo que les había tocado. A los catorce, se colgó, incapaz de soportar el eco constante de las campanas de la iglesia del orfanato, las que marcaban la hora en que debía enfrentarse al horror en la oficina del párroco. Gabriel culpaba a todos: a la mujer, al párroco, a los hombres que intentaron arrebatar lo que no era suyo. Pero sobre todo, se culpaba a sí mismo, a su propia cobardía, por no haber podido salvarlo. Y culpaba a esa madre y a ese niño, por haberle pedido que huyera cuando ya no podía soportar más las campanas.
Y ahora, en esa iglesia, mirando a Polly rezar de rodillas, Gabriel siente una oleada de amargura. "Cierra los ojos", le dice ella suavemente, pero él no puede hacerlo. En lugar de eso, se queda sentado en la banca, sus ojos abiertos, su mente llena de las mismas dudas. ¿Qué habría pensado ella si le hubiera dicho que su verdadero hijo temía a la iglesia más que a la muerte? ¿Sentiría más culpa o solo más dolor? Polly reza con fervor, pero Gabriel no cree en nada de eso. No en los rezos, no en la salvación, no en el castigo final. "No rezo", querría decirle. "No creo". "No me importa". Pero cada vez que cierra los ojos, ve al niño de ojos azules observándolo desde algún rincón oscuro, como si le reprochara su falta de fe. No, no su falta de fe que el nunca tuvo. Le reprochaba el haber tomado su lugar. Pero ambos eran gitanos, cuándo la suerte te sonríe tomas tus oportunidades. Ese niño que el amo como a un hermano, no tenía derecho a reprocharle nada.
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capricious eyes | Thomas Shelby.
Fanfiction1921, en el barrio oscuro y peligroso de Small Heath, Birmingham, donde el humo de las fábricas se mezclaba con la bruma constante de incertidumbre, Polly Gray tuvo un sueño. En ese sueño, su hija Ana la visitaba, etérea y melancólica, susurrándole...