cuatro.

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— Sangras, otra vez, primo Thomas,— dijo Gabriel, apoyado contra el muro húmedo fuera de la casa de apuestas. El aire frío y denso de Birmingham se mezclaba con la bruma de la ciudad, cargado de humo y promesas rotas. Thomas se acercó despacio, como una sombra, con las manos en los bolsillos y el abrigo negro ajustado al cuerpo, el gesto siempre controlado, casi elegante. Se detuvo frente al muchacho, el cuál levanta su mentón, esperándolo, el cigarrillo colgando de sus labios como si fuera parte de él. Exhaló lentamente, y el humo envolvió a Gabriel como un velo.

Thomas paso sus dedos por su cien, sintiendo la sangre ahí. Se quitó la gorra. La madre que enterró a su hijo aún resuena maldiciendo su nombre en sus oídos, como una docena de madres más en el futuro y el pasado.

—¿Mi madre, otra vez?— Preguntó Gabriel, con esa sonrisa despreocupada que nunca llegaba a sus ojos; y tal vez nunca lo haga. Thomas no respondió de inmediato, solo carraspeó antes de quitarle el cigarrillo de los labios, señalándolo con este.

—Dije que ya no fumabas. ¿No lo dije?— Su voz sonaba áspera, casi casual, pero la mirada, intensa en su claridad, impenetrable como Gabriel asumía era costumbre.

Gabriel levantó una mano en un gesto de rendición, la sonrisa aún en su rostro, pero bajo el cielo gris sus ojos parecían más oscuros, casi vacíos, como pozos profundos. Thomas reconocía esa mirada, la había visto antes en los ojos de su madre: una mezcla peligrosa de travesura y malicia. Y en los Shelby, la travesura siempre traía consigo problemas.

—Está bien. Está bien— Gabriel se separó del muro, enderezándose con una sonrisa cínica. Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y agregó, como si fuera un comentario sin importancia: —Me debes un caballo, primo.

Thomas lo observó por un instante, antes de girarse hacia la puerta de la casa de apuestas. El viento frío soplaba alrededor de ellos, levantando el polvo del callejón. Abrió la puerta, y el ruido y el olor del interior lo envolvieron: voces apresuradas, humo espeso, y el constante tintineo de las monedas cayendo sobre las mesas.

—¿Tu madre sabe que estás aquí?— preguntó Thomas, sin mirar hacia atrás.

Gabriel se encogió los hombros. —¿Importa?— replicó, como si no no supiera ya la respuesta.

—Solo si lo sabe. Y ella siempre sabe,— respondió Thomas, adentrándose en el bullicio de la casa de apuestas.

Gabriel lo siguió de cerca,

—Ella sabe. Le dije que me compraste un caballo

Thomas esbozó una media sonrisa, sin humor, apenas perceptible.

—¿Y qué dijo ella?— Preguntó, la miraba fija adelante, mientras las luces y el lugar envolvían sus pasos.

—Qué usaría la misma bala para matar al caballo que uso para matarte..... si tramas algo, o algo me pasa

—Eso suena como Polly.

Mientras caminaba, miro de reojo al muchacho, su mente registró el modo en que Gabriel miraba a su alrededor, no como un simple ladrón buscando algo que robar, sino como alguien que había sido sorprendido demasiadas veces en el pasado, ahora esperaba por el cuchillo que saltará desde la oscuridad.

La oficina estaba al fondo, un espacio remodelado con lujo discreto. Thomas se detuvo en el marco de la puerta y empujó para abrirla. Giró la cabeza levemente y observó a Gabriel, quien seguía atrás, intercambiando palabras y monedas con los clientes, pero tomándose demasiado tiempo.

—Gabriel,— dijo Thomas con un tono seco, aclarando su garganta.

Gabriel levantó la vista,

—Entra,—ordenó Thomas.

capricious eyes | Thomas Shelby.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora