siete.

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Es de noche. Las sombras largas de los muebles de madera oscura se proyectan en las paredes mientras la lámpara del escritorio de Thomas parpadea, lanzando una luz amarillenta que apenas ilumina el espacio. La oficina huele a humo rancio de cigarrillos y a alcohol, mezclado con la fragancia tenue del perfume de Lizzie. Afuera, el eco distante de algún coche pasando rompe el silencio profundo de las calles de Birmingham.

Lizzie está sentada sobre el borde del escritorio, el cabello revuelto, su respiración aún pesada después del sexo. La piel expuesta de su clavícula brilla ligeramente con una fina capa de sudor. Lentamente se acomoda la falda, alisándola con movimientos lentos, mientras observa a Thomas, que se ha alejado apenas un par de pasos y enciende un cigarrillo con una calma meticulosa.

El chasquido del encendedor rompe el silencio, y la primera bocanada de humo flota perezosa hacia el techo. Thomas apenas la mira, su atención parece perdida, atrapada en sus pensamientos. Él siempre es así, como si una parte de él nunca estuviera presente del todo.

—No te quedes mucho tiempo esta vez. Es tarde.—Thomas dice con voz baja, mirando por la ventana más que a ella.

Lizzie, con los dedos aún jugueteando con el borde de su falda, lo observa sin responder de inmediato. Hay algo en la quietud de la habitación, algo en la forma en que Thomas actúa como si todo lo que pasó entre ellos fuera meramente transaccional, que la irrita. John, irónicamente, era el único que no la había follado contra algún mueble de pie. John, dulce John a quién esa familia no merecía. Toma el cigarrillo que él le extiende, sus dedos rozándose apenas. Lo enciende y, después de una calada profunda, lo sostiene entre los labios mientras lo mira.

—Vi a Gabriel hoy.— Lizzie dice, sin rodeos, casi de forma casual.

Thomas, que estaba de espaldas, se detiene apenas un segundo, pero no se gira. El humo se disipa alrededor de su rostro mientras sigue mirando por la ventana. No hay una reacción visible inmediata, pero Lizzie nota el leve endurecimiento en sus hombros, el ligero cambio en su respiración. Algo le ha tocado una fibra, pero no lo muestra.

— ¿si?.

Lizzie cruza las piernas lentamente, ajustando la blusa y arreglando el cuello. Toma otra calada del cigarrillo, esta vez con más calma, como si estuviera probando los límites. Sus ojos lo estudian cuidadosamente.

—Jugamos cartas... como solíamos hacerlo. Las mujeres en la casa de té no han cambiado mucho, aún creen que pueden ganarnos.

Thomas sigue sin volverse hacia ella, pero Lizzie nota cómo sus manos se cierran ligeramente sobre el borde del escritorio donde había apoyado una. No es un hombre que deje escapar mucho, pero esa pequeña tensión en sus dedos dice más de lo que cualquier palabra podría. Finalmente, se gira lentamente hacia ella, su mirada clavándose en la suya. Hay algo implacable en sus ojos azules, como si estuviera evaluando cada palabra que sale de su boca

Los hombres que Lizzie a amado siempre son los equivocados.

— No toques al muchacho.— casi susurra.

La frase sale como una orden, sin adornos ni explicaciones. Él se acerca lo suficiente como para que Lizzie pueda sentir el calor que emana de su cuerpo, y cuando levanta su mano para tomar su rostro, lo hace con una mezcla de control y posesividad. Su pulgar roza la línea de la mandíbula de ella, y durante un segundo parece más suave de lo que ella ha visto en mucho tiempo, pero sus palabras siguen siendo una advertencia.

—¿Desde cuándo te preocupa tanto él? ¿O es que no confías en él?—Lizzie dice mevantando la barbilla, desafiando suavemente.

Thomas la mira por un largo momento, sin moverse, sin parpadear. Ella siempre ha sido buena para leer a los hombres, y sabe que con Thomas Shelby, las respuestas nunca son simples. Hay una tensión entre ellos que va más allá de lo que acaban de compartir en ese escritorio. Finalmente, él retira la mano de su rostro, su expresión endureciéndose de nuevo.

capricious eyes | Thomas Shelby.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora