1: La Belleza.

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El sonido de pasos pesados resonaba fuera de la pequeña casa de SeokJin, y no era la primera vez que él se preparaba para lo peor. El tercer alfa en lo que iba del mes, y este parecía incluso más desagradable que los anteriores.

— Kim SeokJin, ¿verdad?— La voz del alfa era ronca, como si nunca hubiera hablado sin levantar la voz. Llevaba las mangas del hanbok desordenadas, y su aliento tenía el inconfundible rastro del alcohol. — Vengo a ofrecerte algo que no puedes rechazar: yo.— SeokJin se inclinó ligeramente en señal de respeto, aunque todo en él gritaba lo contrario. No había manera de huir de esos ojos lascivos que lo recorrían de arriba abajo como si ya fuera una propiedad adquirida. El alfa se acercó demasiado, el hedor de su falta de higiene le revolvió el estómago.

— Escuché que te gustan los alfas poderosos, y yo soy el más fuerte de mi clan. ¿Por qué no te ahorras las molestias y aceptas mi propuesta? Me han dicho que eres hermoso, pero no necesito un omega que hable demasiado. Solo uno que sepa obedecer.— SeokJin apretó los dientes, conteniendo la ira que empezaba a hervir en su pecho. Esta no era la primera vez. De hecho, había sido peor la semana pasada, cuando otro alfa, aún más repulsivo, había irrumpido en su puerta con una actitud aún más grosera.

Si te casas conmigo, no tendrás que preocuparte por nada más que mantener la casa y criar a mis hijos. Yo te daré todo lo que necesites.— Había dicho ese otro alfa, mientras escupía al suelo sin el más mínimo respeto por la propiedad de SeokJin. — Las mujeres ya no me aguantan, pero un omega como tú seguramente podrá soportar mi temperamento.

Y así seguía. Cada alfa que se presentaba era peor que el anterior. Algunos eran borrachos, otros no sabían cómo comportarse en sociedad, y la mayoría lo trataba como un objeto, una propiedad que debían adquirir para completar su estatus. No había ni un rastro de respeto, ni siquiera la más mínima cortesía. Los insultos disfrazados de halagos eran constantes, y lo más frustrante era que ninguno veía el valor de SeokJin más allá de su apariencia o de su capacidad como omega. Para ellos, él no era más que una oportunidad de control.

— Eres una joya, pero también un omega rebelde. Yo te domaría— le había dicho otro alfa con una sonrisa repugnante.

SeokJin se mantenía firme, aunque cada encuentro lo dejaba con un sabor amargo en la boca. A veces, en sus momentos más bajos, se preguntaba si este era su destino: vivir entre propuestas vacías de alfas que no sabían nada del verdadero amor ni del respeto.

— Por ahora no estoy interesado en casarme señor.— Fue lo unico que dijo SeokJin sin darse cuenta que habia hecho enojar a alfa desconocido.

— ¡Entonces pudre! — SeokJin rodo los ojos, siempre que los rechazaba los alfas lo maldecial y empezaban a odiarlo.

.  .  .

El príncipe heredero Min Yoongi caminaba por los pasillos del palacio con pasos firmes, su expresión fría y distante. Cada sirviente que encontraba en su camino bajaba la cabeza, temeroso de su mirada afilada. Las historias sobre su crueldad y severidad eran bien conocidas; bastaba un simple error para que alguien fuera castigado sin piedad.

El príncipe Min Yoongi entró al salón, imponente y elegante, su hanbok reflejando cada aspecto de su linaje real. La tela de su jeogori (chaqueta superior) era de seda negra, profundo como la noche, un color reservado solo para la realeza, destacando su rango superior. El borde de las mangas y el cuello estaban decorados con intrincados bordados dorados, hilos que parecían capturar la luz con cada movimiento. Estos bordados formaban patrones de nubes, símbolos de divinidad, entrelazados con delicadas llamas que evocaban la leyenda de los dragones voladores.

Sin embargo, el verdadero esplendor de su atuendo residía en la falda, el chima, que caía hasta el suelo con una fluidez casi etérea. En ella, bordado con meticulosa precisión, se extendía la imagen de un dragón dorado, majestuoso y poderoso, envolviendo toda la parte frontal del hanbok. El dragón, con sus escamas resplandecientes, parecía estar en medio de un vuelo, con sus garras aferrándose a las nubes mientras su cuerpo serpenteaba alrededor del príncipe. Cada escama estaba bordada con un hilo dorado brillante, destacando sobre el fondo negro y representando el poder y el control que Yoongi ejercía sobre su reino.

Los ojos del dragón, bordados con un tono rojo profundo, parecían brillar con vida propia, mientras que su boca abierta, mostrando sus colmillos afilados, representaba la ferocidad y protección que los Min habían ofrecido durante generaciones. Los cuernos del dragón, finamente detallados, sobresalían hacia los hombros de Yoongi, casi como si el propio dragón lo estuviera rodeando y protegiendo.

En la cintura, un cinturón de seda roja ceñía su figura, adornado con pequeñas gemas de jade verde, símbolo de inmortalidad y nobleza. Sobre el cinturón, colgaba un norigae (adorno tradicional) con un emblema del dragón en miniatura, otra representación de su linaje real.

Aunque el hanbok estaba diseñado para impresionar, había algo en la forma en que Yoongi lo llevaba que lo hacía aún más impactante. Su porte altivo, el modo en que caminaba con la cabeza en alto, indicaba que no solo era un príncipe de linaje antiguo, sino uno que entendía y aceptaba el poder y la responsabilidad que su nombre conllevaba.

Uno de los consejeros, un hombre mayor que apenas podía mantener la compostura, se acercó con una carpeta llena de informes. Tartamudeó al intentar hablar, pero las palabras no salían con claridad.

—¿Qué es tan difícil en seguir simples instrucciones? —interrumpió Yoongi, su voz era baja pero cortante como el filo de una espada._ —Si no puedes manejar algo tan sencillo, entonces no tienes lugar aquí.

El consejero palideció, inclinándose repetidamente mientras balbuceaba disculpas, pero Yoongi ya había perdido interés en sus excusas. Con un gesto brusco de la mano, lo despidió sin siquiera mirarlo nuevamente.

Para los miembros de la corte, Yoongi era una tormenta imparable. No mostraba compasión ni paciencia, y sus decisiones eran definitivas. Los rumores sobre su comportamiento despiadado se extendían más allá del palacio, hasta los rincones más lejanos del reino.

Sin embargo, una vez que cruzaba las puertas de sus aposentos privados, su dureza se desvanecía. El olor a té recién hecho llenaba la habitación, y en una esquina, sentada tranquilamente en un cojín, estaba su nana, la mujer que lo había cuidado desde que era un niño.

—Ah, mi príncipe, vienes tarde hoy. —dijo la anciana con una sonrisa suave mientras le extendía una taza de té.

Yoongi se acercó a ella, su rostro relajándose visiblemente. Sin decir una palabra, tomó la taza de té y se sentó a su lado. Era en estos momentos, cuando estaba con su nana o con sus padres, que el peso de la corona parecía aligerarse sobre sus hombros.

—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó ella, ignorando la tensión que siempre acompañaba a su llegada.

—Agotador, —respondió Yoongi, con un tono mucho más suave que el que usaba con los demás._ —Demasiados incompetentes a mi alrededor.

La nana se rió suavemente, una risa llena de calidez.

—Siempre tan exigente, mi príncipe. Pero sabes que no puedes cargar el mundo solo.

Yoongi miró a la anciana, sus ojos suavizándose con una ternura que rara vez mostraba en público. Para el mundo exterior, era un príncipe cruel, un líder implacable que no mostraba debilidad. Pero para ella, y solo para unas pocas personas en su vida, era todavía aquel niño que una vez corrió por los jardines sin preocupaciones.

The Min Empire | YoonJinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora