Capitulo 15

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De vuelta en las sombras, mientras la mayoría del reino vivía bajo la mano de hierro de Hades, Cebrián trabajaba incansablemente para reunir a soldados descontentos. Estos hombres, una vez leales al rey Ares, no podían soportar la tiranía y crueldad que el nuevo monarca imponía. Cebrián, conocedor de las viejas lealtades y de los corazones justos, confiaba en que su causa aún tenía apoyo entre las tropas, y poco a poco, fue tejiendo una red de aliados.

Los entrenamientos clandestinos se llevaban a cabo en bosques oscuros y ruinas olvidadas. La chispa de la rebelión empezaba a encenderse, pero el líder rebelde no sabía que una sombra aún más oscura acechaba entre sus propios hombres: la ambición y la codicia, siempre presentes en tiempos de guerra.

Ezequiel, uno de los comandantes de Hades, había sido enviado en secreto para infiltrar las filas de Cebrián. Astuto y persuasivo, Ezequiel sabía que algunos soldados se unían a la causa rebelde no por principios, sino por las oportunidades que ofrecía cualquier cambio de poder. Para ellos, la lealtad era una moneda, y Ezequiel estaba dispuesto a pagar el precio justo.

Una noche, bajo la luz tenue de la luna, Ezequiel reunió a algunos de los soldados que habían comenzado a dudar.

—¿Qué os ha dado Cebrián? —susurró con veneno en la voz—. Hades puede daros todo lo que deseáis. Oro, tierras, poder... No tenéis por qué seguir a un hombre condenado.

Los ojos de los soldados brillaron al ver las piezas de oro que Ezequiel desplegaba ante ellos, centelleando bajo la luz de las estrellas. Sabían que su lealtad tenía un precio, y para muchos de ellos, el oro pesaba más que la justicia.

Uno a uno, los soldados comenzaron a traicionar a Cebrián. Las promesas vacías de rebelión fueron reemplazadas por la codicia palpable. Sin embargo, el movimiento más decisivo fue el de Josuel, un guardia que había estado cerca de Cebrián durante años. Josuel, quien tenía una deuda de vida con el guerrero rebelde, había guardado en secreto la ubicación de su escondite, pero ahora, atraído por las riquezas y el poder que Ezequiel ofrecía, decidió vender su alma por la promesa de un futuro mejor.

Finalmente, se presentó ante el oscuro salón de Hades, inclinándose profundamente.

—Mi señor, sé dónde vive Cebrián —dijo Josuel, con la mirada fija en el suelo, su voz temblando ligeramente.

Hades lo observó con interés desde su trono, sus ojos brillando como brasas encendidas.

—Habla —ordenó, impaciente.

Josuel tragó saliva, nervioso por lo que estaba a punto de revelar.

—Hace años, Cebrián me salvó la vida cuando un ladrón me apuñaló. Recuerdo exactamente dónde vive, puedo llevaros hasta él.

Hades sonrió con satisfacción. Finalmente, tenía en sus manos la pieza que faltaba para capturar a su enemigo.

Sostenido por tres guardias, Cebrián se mantuvo erguido mientras observaba al rey con desprecio.

—¡Traidor! —gritó Cebrián, mirando a Josuel, quien bajó la mirada—. ¡Te salvé la vida!

Hades se acercó lentamente, con una sonrisa maliciosa en su rostro.

—¿Qué se siente ser traicionado por aquellos en los que confiabas? —le dijo Hades en tono burlón—. Te advertí que sufrirías como me hiciste sufrir a mí.

Cebrián no respondió. Sabía que su destino estaba sellado, pero no tenía miedo. Mantendría su honor hasta el final.

Hades lo observó por un momento más, disfrutando de su poder.

Cebrián apretó los dientes, luchando contra la impotencia que lo invadía. Sabía que sus días estaban contados, pero el dolor de haber sido traicionado por quienes él había salvado y guiado lo consumía.

—Ahora morirás sabiendo que tu familia está en peligro, y será por tu culpa —añadió Hades, su risa resonando en la sala mientras los guardias arrastraban a Cebrián hacia su destino.

Antes de que Cebrián pudiera replicar, Hades hizo una señal, y Ezequiel, con una sonrisa arrogante, levantó su espada. El golpe fue certero, y la vida de Cebrián se apagó en un instante. Ezequiel, el mismo que había seducido a los hombres de Cebrián con promesas de poder y riquezas, había llevado a cabo la traición final.

Hades se rió con frialdad, mientras el cuerpo de su enemigo caía al suelo. La traición y la codicia habían ganado esa batalla, pero el destino del reino aún colgaba de un hilo.

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