Suele ocurrir que,
acostumbrados a tanto dolor y tantos daños
cuando recibimos un poco de cariño,
este nos atrapa.
El calor humano,
el aferrarse a otra mano,
se convierte en necesidad
y de repente ya es tarde.
Cuando me quise dar cuenta ya era inevitable.
El necesitarte, el pensarte a cada rato.
Y el pánico...los temblores
rápidamente vinieron
surcando los dolores.
Suele pasar que...
acostumbrados a tanto frío,
incluso el calor nos parece extraño
y desconfiamos,
desconfiamos de tal manera
que huimos,
sin atender a razones,
sin pararnos a investigar...
porque todo puede salir mal.
Y ahí está la realidad.
Recordando cada instante
todo lo vivido,
todo lo que puede pasar.
Porque no hay dos sin tres.
Porque no hay dolor sin intento.
Pero entonces, qué se gana al no intentar.