Desireé.
Las luces del estadio me cegaban cada vez que entraba al hielo. Era una sensación abrumadora, pero ya estaba acostumbrándome al eco de los pasos, al sonido del aire frío al cortarse en cada movimiento, y a la atmósfera cargada de energía contenida. El equipo de los 'Osos' siempre llegaba con esa vibra imponente. Incluso fuera del hielo, su presencia era tan fuerte que a veces me hacía sentir diminuta.
Cada día me repetía que tenía un trabajo que hacer. No importaba cómo me sintiera, no importaba la incomodidad que creciera entre nosotros. Solo debía concentrarme.
—Apresúrate —escuché su voz antes de verlo. Como siempre.
Atlas Dagger se mantenía a distancia, pero su voz era tan afilada que me hacía temblar por dentro. No podía verlo sin sentir esa mezcla incómoda de nervios y confusión. Algo en él me empujaba hacia una pared invisible, como si siempre buscara la manera de mantenerme a raya.
Asentí sin mirarlo directamente, siguiendo mis movimientos con una eficiencia casi robótica. Sujetaba el hielo con mis patines, concentrándome en el vendaje de uno de los jugadores. Mi trabajo me ofrecía un respiro de la tensión entre nosotros, pero nunca duraba lo suficiente.
Atlas siempre encontraba una excusa para hacerme sentir inadecuada.
—¿Siempre tan lenta? —agregó con ese tono de superioridad. Las palabras fueron secas, tan heladas como el hielo bajo mis pies.
Era constante. Desde que llegué, cada interacción con él estaba teñida de ese desprecio inexplicable. Y yo... simplemente lo aceptaba. No sabía qué le había hecho para merecer ese trato. Había pasado por mi mente confrontarlo, pero algo en su actitud me frenaba. No era miedo, no exactamente. Era algo más, una sensación de que no valía la pena empujar contra esa barrera que él había levantado.
No podía preguntarle, no era mi estilo. Tal vez no me importaba tanto, pero algo en su frialdad siempre me dejaba con ese malestar silencioso, como si estuviera fallando en algo, aunque no sabía exactamente en qué. A veces, cuando terminaba de atender a los jugadores y me alejaba, lo sentía mirándome, pero cuando giraba, su mirada estaba sobre cualquier otra cosa.
Me concentré en mi trabajo, era lo único que podía controlar. Mi mente repasaba las articulaciones, los músculos que necesitaban estar en su mejor estado. Me enfocaba en mis manos, en los vendajes, en los ejercicios de recuperación. Todo eso me alejaba de él. Pero su presencia siempre rondaba como una sombra.
Un día, mientras revisaba a Asher en el borde del hielo, Atlas pasó junto a mí, rozando mi hombro de manera casi intencional.
—No estorbes —murmuró sin siquiera mirarme, y ese contacto mínimo, me sacudió.
Sentí el calor subir a mis mejillas, no de vergüenza, sino de frustración. ¿Qué estaba haciendo mal? Me limité a seguir atendiendo a Asher, quien, al contrario de Atlas, me sonreía de forma cálida y amigable. Él, al menos, me hacía sentir parte del equipo, o al menos parte del espacio que ocupaba. Bruno también era más relajado conmigo, y eso contrastaba demasiado con la muralla de hielo que Atlas parecía haber erigido entre nosotros.
"Solo ignóralo", me repetía mentalmente. Pero ignorarlo era imposible. Era el capitán, el líder indiscutible de esos gigantes que me rodeaban. Siempre estaba allí, con su porte imponente y su actitud distante, y cada vez que me dirigía la palabra, lo hacía como si yo fuera una carga más que una ayuda.
Cada día era lo mismo. Cada día era un ciclo de tensión no resuelta, de miradas cortantes y palabras lanzadas con intención de herir. Y cada día, mi única defensa era mi silencio. Lo que él no sabía era que cuanto más me empujaba, más me cerraba en mi propio mundo. Mis muros también eran fuertes, aunque los suyos siempre parecían más altos.
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Bajo el ritmo del stick
Novela JuvenilDesireé Monroy lo tenía todo: una familia que la adoraba, una relación estable y una oferta para su trabajo soñado. Sin embargo, su logro profesional tiene un costo: su novio no soporta la idea de una relación a distancia y rompe con ella justo ante...