—Y eso fue todo por hoy, mis queridos radioescuchas. Recuerden, la vida puede ser amarga, pero siempre hay una sonrisa esperando por ustedes en el siguiente rincón— dijo Alastor, su voz resonando con un tono cálido y melodioso. —¡Nos sintonizamos mañana a la misma hora! Hasta entonces, mantengan esos labios curvados hacia arriba, ¿de acuerdo? ¡Adiós!
Con un gesto rápido y elegante, Alastor apagó su equipo, el leve zumbido de las máquinas cayendo en el más absoluto silencio. Se levantó de su asiento, enderezándose su traje impecable, y pasó una mano por su cabello castaño mientras acomodaba sus pequeños lentes. Su reflejo en el vidrio le devolvió una sonrisa satisfecha.
—Otro día, otra sonrisa que compartir— murmuró para sí mismo mientras tomaba las llaves del estudio.
Salió del lugar y, al cerrar la puerta, giró la llave con cuidado. Escuchó el clic final y sonrió, guardando las llaves en su bolsillo. Las luces del crepúsculo comenzaban a teñir el cielo, y Alastor se lanzó a caminar por las calles, con su porte elegante y su andar seguro, completamente consciente de las miradas que recibía.
—¡Alastor! ¡Qué gran programa hoy!— le gritó un hombre mayor desde el otro lado de la calle.
—¡Gracias, amigo mío! ¡Tú siempre alegrando mis días con esos comentarios!— respondió Alastor, alzando una mano en un saludo exagerado.
Los transeúntes lo saludaban, algunos con sonrisas amplias y otros con simple respeto, aunque los más melancólicos recibían su atención particular. Al ver una mujer con el ceño fruncido, Alastor se acercó rápidamente, con su energía desbordante.
—¡Oh, querida! ¿Por qué esa cara tan seria? —dijo, deteniéndose justo a su lado—. ¿Sabías que una sonrisa es como un rayo de sol en la tormenta? ¡Anda, muéstrame esos dientes brillantes!
La mujer, sorprendida, no pudo evitar sonreír ante la extravagante efusividad de Alastor.
—¡Ahí está! ¡Mucho mejor! —dijo Alastor, aplaudiendo con entusiasmo—. ¡Ahora eres completa!
Siguió su camino, saludando a todos con la misma energía contagiosa. Alastor no solo era una voz conocida en la radio; en cada esquina de la ciudad, su presencia era un soplo de vida. Sus pasos resonaban con ritmo alegre, mientras tarareaba una canción que sólo él conocía.
Mientras caminaba, sus pensamientos volaban hacia los lugares que frecuentaba. Se imaginaba lo que haría más tarde. Quizás se detendría en la cafetería de la esquina para disfrutar de un café caliente y charlar con los empleados, o tal vez iría al teatro para escuchar una vieja grabación de una obra clásica.
El cielo se oscurecía lentamente, pero Alastor seguía siendo una figura luminosa, un imán para todos los que cruzaban su camino. Un niño lo miraba con curiosidad desde una banca del parque, y Alastor se inclinó con una sonrisa.
—¡Jovencito! ¡Nunca olvides! ¡Cada día es una oportunidad para ser feliz!— exclamó, dándole una pequeña palmada en el hombro antes de seguir su camino.
El niño asintió, riendo levemente ante el carisma del hombre.
Finalmente, cuando la luna comenzó a asomar, Alastor llegó a su destino. Era un pequeño bar en un callejón tranquilo, su refugio personal después de un día de alegrar a los demás. Empujó la puerta con suavidad, sintiendo el calor y el murmullo de las conversaciones. Tomó asiento en su rincón habitual, quitándose los lentes para limpiarlos mientras suspiraba satisfecho.
—Un día más, una sonrisa más— murmuró, antes de pedir su bebida habitual, listo para disfrutar de una tranquila noche consigo mismo.
El tintineo del vaso al posarse sobre la barra hizo que Alastor levantara la mirada. Frente a él, un vaso perfecto con un Old Fashioned destilaba nostalgia de una época dorada. Husk, el cantinero de siempre, lo había preparado con la precisión de alguien que conocía a la perfección los gustos de sus clientes.
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La Joven Y.....El Gato!?
RomansaNueva Orleans, 1926. Las calles están teñidas de misterio y terror. Un asesino en serie, aterroriza la ciudad. Nadie puede atraparlo, ni la policía ni los cazadores de recompensas que lo persiguen sin descanso. Pasan los años sin pistas firmes, hast...