Pierna

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Habla Joana

Llevaba poco tiempo en la ciudad y me costaba acostumbrarme al bullicio que ella suponía. Siempre había vivido en un pueblo pero había tenido que moverme a la ciudad para poder estudiar en la universidad. Encontré un piso compartido con 2 chicos y 1 chica al que podía ajustarme económicamente y me lancé a la piscina de comenzar mi nueva vida de adulta.
La verdad que la facultad de psicología me imponía. Todo lo que suponía un cambio y salir de mi zona de confort me costaba, pero no por ello iba a dejar de hacerlo. Una vez me acostumbré al ritmo de las clases y a la dinámica del día a día, decidí apuntarme a un gimnasio cercano. Siempre me había ido muy bien el deporte, sobretodo mentalmente. Había tenido épocas de muchísima ansiedad el ir al gimnasio y entrenar, para mí era una medicina. No os voy a negar que me costaba, porque prefería mil veces quedarme en el sofá viendo una serie o leer un libro, pero quería comenzar a crear un hábito de nuevo en mí. Recordaba cuando, hacía años, salía de entrenar súper cansada pero con una satisfacción y paz mental indescriptibles.

Así pues, aquel lunes fui al gimnasio y me inscribí. Estaba motivada. Llevaba mi bolsa con todas las cosas importantes. Una vez entré en el vestuario me cambié, me puse la ropa de hacer deporte, cogí mi botella de agua, mi toalla, y me fui para la sala de fitness. Cuando entré me dio un poco de impresión. Había un montón de chicos haciendo pesas, emitiendo sus gruñidos de esfuerzo (era algo que no sé por qué siempre me había molestado, había demasiada testosterona). Decidí empezar calentando un poco. Me puse en una bicicleta estática y comencé a pedalear. Estuve 16 minutos, lo suficiente para comenzar a sudar. Me bajé y volví a mirar a la zona de pesas. Esta vez, entre todos aquellos chicos, vi a una chica rubia entrenando pierna. Llevaba unas mallas negras con una camiseta rosa de tirantes. Las bambas iban a juego con su camiseta. Me quedé mirando cómo entrenaba hasta que se dio cuenta. Me miró y desvié la mirada poniéndome roja como un tomate. No quería incomodarla, no sabía por qué me había quedado mirando a aquella chica tanto rato, no sabía por qué me había llamado la atención.

Me acerqué a la máquina donde estaba haciendo las series y le pregunté:

J- te queda mucho?
- me quedan dos series más, pero si quieres podemos compartir

Asentí sonriendo. Durante sus descansos de serie hacía yo la mía, obviamente con menos peso que aquella chica. Se notaba que llevaba tiempo entrenando.

Estábamos en completo silencio, me sentía un poco incómoda, no sabía por qué, ella solo bebía agua y estiraba un poco los cuádriceps mientras yo los ejercitaba. Cuando acabó sus dos series se despidió de mí con un "adiós" y una sonrisa. Noté que esa sonrisa era forzada. Quise decirle algo pero me quedé callada. No sabía exactamente lo que acababa de pasar.

Reflejos en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora