Aventura. Desafío. Inicio de un viaje sin ruta. Invitación a activarse.
Dejó caer su túnica escarlata con la suavidad que impone el cansancio. Se desmaquilló con una toallita frente a ningún espejo y desenroscó el turbante blanco que con una horquilla en forma de dorada flor. En vaqueros y camisa regresaba al aspecto de lo hegemónico y fue así como salió del local dejando atrás, como cada día, todas las energías que se había visto obligada a invocar.
Con el portazo que daba por terminada su jornada laboral todos los futuros que había pronosticado quedaban en el pasado. En un pasado traslúcido. Un pasado que se construía en vías del olvido. Un pasado al que solía ser mejor no visitar.
Solo dentro del local, al que había intentado impostar un aura de misterio e intimismo a través de telas colgadas de pared a pared, barritas de incienso por doquier, marcos que custodiaban figuras míticas y algún complemento que compró con la intención de darse cierta autoridad como la bola de cristal, ella era Baha. Solo ahí. Solo en los marcados límites de ese espacio con pretensiones místicas.
Salir por esa puerta conllevaba de forma inexorable volver a ser Bárbara. Una Bárbara que en esta ocasión aceleraba el paso hacia la bici que tenía aparcada en la farola de la acera de enfrente.
Cada mañana llegaba al trabajo con una puntualidad bastante personal, por no decir inexistente. Pedalear hasta el local le permitía obtener la primera victoria del día, muchas veces la única; no tener que complicarse en esa tarea tan anodina y tan ladrona de tiempo que consiste en buscar sitio para aparcar. Ataba la bici con un candado roñoso a la farola que iluminaba la terraza del Piazza desde hace muchos años, no le costó aceptar aquella propuesta del camarero del restobar que consideraba que un elemento tan vintage daba un toque de elegancia a su decoración.
Por suerte siempre la había vuelto a encontrar en su sitio y esa tarde no fue una excepción. Ni en la ubicación de la bici ni en la sensación que acompañaba a Bárbara al salir de su trabajo, siempre con la mente en otra cosa, siempre intentando olvidar el porvenir.
Se acercaba a ella cuando vio como Favio salía corriendo por la puerta del Piazza agitando una servilleta con la que hacía aspavientos arrítmicos, como el que quiere matar un insecto o llamar la atención de los comensales para hacer un brindis. Solo que se dirigía a un perro que, con total descaro, se disponía a mear en la rueda de la bici.
-No respetan nada -dijo Favio encogiendo los hombros con tono jocoso-. Esa no la has visto venir, eh.
La malicia juguetona de sus últimas palabras se mezclaba en su cara con una sonrisa minúscula, de esas que salen inevitablemente cuando se quiere aparentar que se habla en serio, y conseguía dar cierto aire de pillería a su cara de piel ruda y cejas grandes. Bárbara estaba acostumbrada a sus bromas. En realidad, eran las mismas que le hacían todos aquellos que conocían su trabajo. Cada vez que tropezaban, se caía algo o sucedía un hecho imprevisto tenía que oír un «¿por qué no me has avisado?» en el que imperaba un tono burlón. Cuando ocurría algo realmente importante decían la misma frase con una cadencia algo más grave. Sus conocidos no solían contratar sus servicios así que la respuesta perfecta era siempre «haber pedido cita», aunque ella tuviese muy claro que los aspectos más cotidianos eran impredecibles. Y que también lo eran los más trascendentes.
-Estoy preparando croissants con extra de mantequilla para mañana, te espero -y guiñándole un ojo volvió a ocultarse en el interior.
Bárbara comenzó a pedalear con agilidad mientras iba dejando cada vez más lejos en su retrovisor ese cartel que daba nombre a su local. Oráculo. Cuánto se arrepentía de su error. No por la elección del nombre, que le resultaba bastante identificativo de lo que la gente iba a encontrar dentro; una opción de acercarse a su futuro. Aunque ella preferiría decir «una opción de estar preparado para enfrentarse al mañana». Sino por la de la pintura. Estaba escrito en un verde botella que compró creyendo que era verde esperanza.
Atravesaba la ciudad con la cabeza muy lejos del asfalto. Incapaz de evitar dedicar el tiempo de pedaleo a ir repasando las citas que había atendido durante el día. No podía sacarse de la cabeza la de la última mujer que había ido a visitarla. Una clienta habitual que se había mostrado en extremo preocupada por el futuro de su hijo. Y si ya es complicado hacerse una idea de lo que la vida puede deparar a alguien a quien tienes delante, resulta imposible con alguien que ni conoces. Insistía en que su hijo iba a perder su empleo. Sabía que había cometido un grave error y hubiese apostado sus manos, su dinero y hasta su hipotecad a que iba a tener que pagarlo. Le inquietaba especialmente el qué dirán de sus vecinas si su hijo se quedaba sin empleo. El paro, la falta de dinero, el prestigio profesional o el golpe mental de quedarse sin trabajo no eran ni de lejos lo más relevante para ella. Por un momento la vidente se sorprendió imaginando cómo sería ese hombre para el que había hecho su última tirada del día.
Se había convertido en algo habitual utilizar el trayecto de vuelta a casa para repasar cada una de las palabras que había escuchado a quienes se sentaban frente a ella en esa mesa cargada de barajas del tarot y velas. Velas que se vendían de forma masiva prometiendo acciones muy concretas para personas muy abstractas. En ese repaso cotidiano intentaba poner orden todo lo que había ocurrido durante la jornada, sin embargo por mucho que repitiese mentalmente cada palabra, cada frase y cada entonación no llegaba nunca a estar segura de sí había acertado en sus predicciones que, a decir verdad, no solían ser demasiado nítidas. Alguna emoción clara que su interlocutor dejase a la vista, un gesto, una inflexión de la voz, y comenzaba a intuir qué necesitaba escuchar esa persona. Con la mujer de aquella tarde, Rosa, se había centrado en hacerle notar que lo que Baha veía era una mejora laboral en el futuro de su hijo. ¿Qué para cuándo? Imposible adivinarlo. ¿Qué si ella seguiría viva cuando ocurriese? Más difícil aún de determinar.
Iba tan ensimismada en sus pensamientos y tenía tan interiorizado el pedaleo que gesticulaba de forma innata sobre lo que iba pensando. Cuando hizo un pequeño movimiento con la palma de la mano hacia la derecha, queriendo indicarse a sí misma que mejor olvidar lo que estaba analizando, el coche que transitaba delante de ella se apartó en la dirección que había señalado dejándola pasar. Por cosas como esas tenía la fama que tenía y, aunque le ocurrían con cierta asiduidad, aún continuaba asombrándose cada vez que se anticipaba a cualquier hecho. Aceleró el ritmo para aprovechar la ocasión y ganar unos metros en la carretera.
Que el tráfico se abriese ante ella cual puerta con sensor era un plus para conseguir alcanzar el lugar al que sabía que no iba a llegar. Esa tarde no se dirigía directa a casa, tenía la intención de pasarse por una presentación a la que le había invitado otra de sus clientas.
Se dirigía a un lugar que no solía frecuentar, lo que le provocaba una mezcla de incertidumbre y pereza. Cuando llegó al lugar indicado le fue sencillo encontrar la tienda que acogía el evento. Lo dejaban claro unos enormes ventanales que emanaban una insistente luz blanquecina que obligaba a mirar hacia el interior a todo aquel que pasase por su lado. Se asomó a los ventanales sin soltar la bici.
Bajo la radiante luz blanca y rodeadas de minimalistas estanterías un par de decenas de mujeres se iban pasando de mano en mano un cosmético que se aplicaban con determinante suavidad mientras se daban golpecitos en la cara. Desde fuera parecía que estaban componiendo algún tipo de melodía percutiva; ahora todas dos golpes en la frente, ahora cuatro en el mentón, ahora tocar las castañuelas sobre las mejillas... La vidente dio un paso hacia atrás para captar la escena con una visión más global hasta que sintió algo húmedo recorriendo sus tobillos. Al bajar la mirada se encontró con sus pies y su bici dentro de un enorme charco. Tampoco esa la había visto venir. Nadie en el interior se había dado cuenta, no parecía existir para las asistentes a la charla ninguna vida fuera de su silenciosa sinfonía.
En la pizarra que podía observar desde su ubicación constaba que ya iban por el paso tres de una interminable lista de tareas. Se quedó mirando magnetizada cada movimiento; como se extendían la crema en círculos sobre el mentón, como comprobaban en sus espejos que ninguna zona quedaba seca, como brillaban sus pieles... Y por un momento tomó conciencia de que la suya hacía tiempo que estaba perdiendo luz, de que las arrugas comenzaban a surcar sus propios senderos y de que todo el maquillaje que se ponía para trabajar y marcar unos enormes ojos delineados una y mil veces tampoco ayudaba. Aun así decidió no formar parte de esa orquesta. Seguro que mañana podría explicárselo a Teresa cuando visitase Oráculo.
No indagó demasiado en el porqué del abandono del plan y continúo caminando, bici en mano, con una imagen muy clara de su futuro; una cena a base de pizza recalentada.
Ni en su mejor tirada de cartas hubiese visualizado que iba a ser una de las pocas cenas sin preocupaciones que le esperaban en los próximos días.
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Investigación en Oráculo
Mystery / ThrillerBaha es una vidente que pasa por una crisis existencial, ¿ver el futuro de los demás es el único futuro que le espera? Sin embargo un policía trastocará su vida al pedirle ayuda para resolver una misteriosa investigación. ¿Quieres atar todos los cab...